lunes, 9 de abril de 2012

Hitchens Sobre el Cáncer, Parte 1


Durante las últimas semanas he estado traduciendo textos de Christopher Hitchens, autor ateo que falleció el pasado 15 de diciembre a causa de cáncer en el esófago.  Durante su enfermedad, escribió artículos al respecto en Vanity Fair, que me dí a la tarea de traducir para compartirlos con ustedes.  Esto ha representado mucho más trabajo que cualquier artículo que haya publicado hasta ahora, espero que los disfruten.

--Héctor Mata

Plegarias Incontestables

Christopher Hitchens
Octubre, 2010

Cuando describí el tumor en mi esófago como un “ciego alienígena sin emociones,” supongo que ni siquiera yo pude evitar otorgarle algunas de las cualidades de un ser viviente. Esto por lo menos yo sé que es un error: una instancia de la “falacia patética” (nube enojada, montaña orgullosa) por la cuál atribuimos cualidades animadas a fenómenos inanimados. Para existir, un cáncer necesita un organismo viviente, pero nunca puede llegar a convertirse en uno. Toda su malicia—ahí voy de nuevo—yace en el hecho de que “lo mejor” que puede hacer es morir con su huésped. Eso, o su huésped encontrará los medios para extirparlo y sobrevivirlo.
    Pero, como sabía desde antes de enfermarme, hay algunas personas para las que esta explicación no es satisfactoria. Para ellos, un carcinoma roedor realmente es un agente dedicado y consciente—un asesino-suicida de acción lenta—con una misión consagrada desde el cielo. No se ha vivido, si puedo ponerlo así, hasta se han leído contribuciones como ésta en los sitios web de los fieles:
“¿Quién más siente que el cáncer en la garganta de Christopher Hitchens fue la venganza de Dios por haber usado su voz para blasfemar en contra de Él? A los ateos les gusta ignorar los HECHOS. Les gusta actuar como si todo es una 'coincidencia'. ¿De veras? ¿Solamente fue una 'coincidencia' que, de cualquier parte de su cuerpo, Christopher Hitchens desarrollara cáncer en la parte que usara para blasfemar? Claro, sigan creyendo eso, ateos. Va a retorcerse en dolor y agonía y extinguirse hacia la nada y morir una terrible muerte agonizante, y ENTONCES empezará la verdadera diversión, cuando será mandado al INFIERNO por siempre a ser torturado y quemado.”

    Hay numerosos pasajes en las escrituras y la tradición religiosa que por siglos han hecho de este tipo de morbo una creencia popular. Mucho antes de que me incumbiera a mí particularmente, había entendido las objeciones obvias. Primero, ¿qué mero primate puede estar tan malditamente seguro de saber la mente de Dios? Segundo, ¿quisiera este autor anónimo que su punto de vista sea leído por mis inofensivos hijos, quienes también están sufriendo por su parte, y debido al mismo dios? Tercero, ¿por qué no mejor un relámpago para su servidor, o algo similarmente impresionante? La deidad vengativa tiene un arsenal tristemente disminuido si todo lo que se le ocurre es el cáncer que mi edad y estilo de vida ya sugerían me iba a afligir. Cuarto, ¿por qué cáncer en lo absoluto? Casi todos los hombres desarrollan cáncer de próstata si viven lo suficiente: es un asunto indigno pero distribuido bastante equitativamente entre santos y pecadores, creyentes y no-creyentes. Si se mantiene que Dios castiga con los cánceres apropiados, también hay que tomar en cuenta los números de infantes que desarrollan leucemia. Personas devotas han muerto jóvenes y en agonía. Bertrand Russell y Voltaire, por el contrario, permanecieron vigorosos hasta el fin, así como muchos criminales psicóticos y tiranos también. Estas visitaciones, entonces, parecen terriblemente aleatorias. Mientras tanto, puedo asegurarle a mi corresponsal cristiano anterior, que mi hasta ahora no-cancerosa garganta no es el único órgano con el que he blasfemado... Y aunque perdiera la voz antes que la vida, seguiré escribiendo polémicas contra delirios religiosos, por lo menos hasta que sea tiempo de saludar a mi vieja amiga la oscuridad. En cualquier caso, ¿por qué no cáncer del cerebro? Como un atemorizado y atolondrado imbécil, quizá inclusive llame a un clérigo al final del asunto, aunque ahora declaro de antemano, mientras estoy cuerdo, que la entidad en ese caso humillándose no sería “yo”. (Tome esto en cuenta, en caso de posteriores rumores o fabricaciones.)

El hecho más absorbente de estar mortalmente enfermo, es que uno pasa bastante tiempo preparándose para morir con un cierto modo de estoicismo (y previsión por los seres amados), mientras simultáneamente se está altamente interesado en la supervivencia. Ésta es una bizarra manera de “vivir”—abogados por la mañana y doctores por la tarde—y significa que uno tiene que existir más de lo usual en un un doble estado mental. Lo mismo es cierto, parece ser, para aquellos que oran por mí. Y muchos de ellos son tan “religiosos” como el tipo que quiere que sea torturado en el aquí y ahora—lo cuál me pasará aun si me llegara a recuperar—y luego torturado por siempre si no me recupero o, posiblemente, inclusive si lo hago.
    Del sorprendente y adulante número de personas que me han escrito desde que enfermé tanto, pocos han omitido decir una de dos cosas. O me aseguran que no me ofenderán diciendo oraciones por mí, o tiernamente me insisten que lo harán de todos modos. Sitios web devocionales dedican espacio a la cuestión. (Si leyera esto a tiempo, tenga en cuenta que el 20 de septiembre ha sido designado “Día de Rezar por Hitchens”.) Pat Archbold, en el Registro Católico Nacional, y el diácono Greg Kandra fueron de los católicos romanos que me consideraron un objeto digno de oración. El rabino David Wolpe, autor de Por qué la fe importa y el líder de una congregación mayor en Los Ángeles, dijo lo mismo. Él ha sido un contrincante en debates conmigo, así como varios pastores evangélicos protestantes como Douglas Wilson de la Universidad de St. Andrews y Larry Taunton de la Fundación Fixed Point en Birmingham, Alabama. Ambos escribieron para decir que sus asambleas estaban pidiendo por mí. Y fue a ellos al los que primero se me ocurrió escribir de vuelta, preguntado: “¿Pidiendo por qué?”
    Como muchos de los católicos, que esencialmente rezan porque yo vea la luz tanto como para que me mejore, han sido muy sinceros. La Salvación ha sido el punto principal. “Estamos, ten por seguro, preocupados por tu salud también, pero esa es una consideración muy secundaria. '¿De qué sirve a un hombre ganar todo el mundo si pierde su alma [Mateo, 16:26]?'” Ése fue Larry Taunton. El pastor Wilson respondió que cuando oyó la noticia, se puso a rezar por tres cosas: que pudiera vencer la enfermedad, que me reconciliara con lo divino y que el proceso nos llevara a los dos de nuevo a contactarnos. No pudo evitar agregar, algo presumidamente, que la tercer petición ya había sido cumplida. Así que estos son algunos católicos, judíos y protestantes de reputación que consideran que, en cierta medida, vale la pena salvarme. La facción musulmana ha sido más callada. Un amigo iraní ha pedido que se ore por mí en la tumba de Omar Khayyám, poeta supremo de los librepensadores persas. El video en YouTube anunciando el día de intercesión por mí está acompañado por la canción “I Think I See The Light” (“Creo Que Veo La Luz”, N. del T.), interpretado por Cat Stevens—quien, con el nombre de “Yusuf Islam”, alguna vez promovió el histérico llamado teocrático a asesinar a mi amigo Salman Rushdie. (Los banales versos de esta pseudo-inspiradora canción, de paso, parecen ser destinados a una chava.) Y este ecumenismo aparente tiene otras contradicciones, también. Si anunciara que repentinamente me convertí al catolicismo, sé que Larry Taunton y Douglas Wilson considerarían que he cometido un gravísimo error. Por otro lado, si fuera a adherirme a cualquiera de sus grupos protestantes evangélicos, los seguidores de Roma no considerarían que mi alma estaría más a salvo de lo que está ahora. Mientras, una decisión de adherirme al Islam o al Judaísmo inevitablemente me haría perder las oraciones de ambas facciones. Simpatizo con el gran Voltaire quien, al ser molestado en su lecho de muerte, y siendo urgido a renunciar al Diablo, murmuró que ese no era el momento de hacer más enemigos.

El físico danés y ganador del Nobel, Niels Bohr, alguna vez colgó una herradura sobre su puerta. Amigos asombrados exclamaron que seguramente no creía en tal superstición tan patética. “No lo hago,” replicó con compostura, “pero aparentemente funciona ya sea que lo creas o no.” Esa puede ser la conclusión más segura. La investigación más exhaustiva del tema jamás llevada a cabo—el “Estudio Sobre los Efectos de la Oración Intercesoria, de 2006”—no pudo encontrar correlación alguna entre el número y constancia de las plegarias ofrecidas y la probabilidad de que la persona por la que se pedía tuviera una condición mejorada. Pero sí encontró una pequeña pero interesante correlación negativa, en cuanto a que algunos de los pacientes se sintieron un poco peor cuando no manifestaron mejoría: sentían que decepcionaban a sus devotos oradores. Y la moral es otro factor incuantificable para la supervivencia. Ahora lo entiendo mejor que cuando por primera vez lo leí. Un gran número de amigos laicos y ateos me han dicho cosas alentadoras y adulantes, tales como que si cualquiera puede vencer esto, soy yo; que el cáncer no tiene posibilidades ante alguien como yo; y que saben que puedo vencer esto. En los días malos, e inclusive en los mejores, tales exhortos pueden tener un efecto vagamente deprimente. Si sucumbo, estaré decepcionando a todos esos camaradas. Otro problema laico también me ocurre: ¿qué tal si me recupero y entonces los piadosos dicen que fue gracias a sus plegarias? Eso sería algo irritante.

He guardado lo mejor de los fieles para el final. El doctor Francis Collins es uno de los mejores americanos vivos. Es el hombre que trajo el Proyecto del Genoma Humano a su completitud, antes de tiempo y bajo presupuesto, y ahora dirige los Institutos Nacionales de la Salud. En su trabajo sobre los orígenes genéticos de enfermedades, ayudó a decodificar los “errores de copiado” que causan tales calamidades como fibrosis cística y la enfermedad de Huntington. Ahora está trabajando con las sorprendentes propiedades curativas latentes en las células madre y en tratamientos genéticos “dirigidos”. Este gran humanitario es también un devoto del trabajo de C.S. Lewis y, en su libro El Lenguaje de Dios, se ha propuesto hacer compatible la religión con la ciencia. (Este pequeño volumen contiene un capítulo admirablemente terso informado a los fundamentalistas que el argumento sobre la evolución se ha terminado, principalmente, porque no hay ningún argumento.) Conozco a Francis, también, de varios debates públicos y privados acerca de la religión. Ha tenido la gentileza de visitarme cuando tiene tiempo y discute conmigo todo tipo de nuevos tratamientos, apenas imaginables, que podrían aplicarse a mi caso. Y déjenme ponerlo de este modo: no ha sugerido rezar, y yo por mi parte no le he dado lata con eso. Así que aquellos que quieren que muera en agonía realmente están rezando por que los esfuerzos de nuestro más desinteresado cristiano sean frustrados. ¿Quién es el Dr. Collins para interferir con el plan divino? Por un giro similar, aquellos que quieren que arda en el infierno, también se están mofando de aquellos religiosos que no me consideran maligno y sin salvación. Le dejo estas paradojas a aquellos, tanto amigos como enemigos, que aún veneran lo sobrenatural.
    Siguiendo el hilo de la oración por el laberinto de la Web, eventualmente encontré un bizarro video de “Hagan Sus Apuestas”. Éste invita a potenciales jugadores a apostar dinero sobre si repudiaré mi ateísmo y aceptaré una religión para cierta fecha, o si continuaré afirmando incredulidad y enfrentaré las consecuencias. Esto no es, quizás, tan bajo y vulgar como suena. Uno de los más celebrados defensores del cristianismo, Blaise Pascal, redujo la cuestión a una apuesta en el siglo XVI. Si pones tu fe en el Señor, propuso, tienes todo por ganar. Declinar la oferta celestial puede resultar en perderlo todo, si resulta que se está equivocado. Aunque pueda ser ingenioso el razonamiento de su ensayo—fue uno de los fundadores de la teoría de probabilidad—Pascal asume un dios cínico y un humano sumiso y oportunista. Supongamos que desechara los principios de toda mi vida, en la esperanza de ganar favores en el último minuto. Espero que nadie que sea serio quede en lo absoluto impresionado por una movida tan estafadora. Además, el dios que recompensaría la cobardía y la deshonestidad, y que luego castigaría la duda irreconciliable, está entre los muchos dioses en los que (¿o en quienes?) yo no creo. No quiero despreciar intenciones tan amables, pero cuando llegue el 20 de septiembre, por favor no molesten a los cielos con sus aclamos por mí. A menos, claro, que los haga sentir mejor a ustedes.