La Señora Modales y la Gran C
Christopher Hitchens
Diciembre,
2010
Desde
que fui abatido a media gira de libro este verano, he adorado y
aprovechado todas las oportunidades de ponerme al corriente y
mantener tantos compromisos como pueda. Debatir y dar conferencias
son parte de mi aliento de vida, y tomo grandes bocanadas cada que me
sea posible. También disfruto el tiempo cara a cara con usted, el
lector, ya sea que traiga una factura por mis libros en mano o no.
Pero esto es lo que me sucedió cuando estaba esperando firmar
algunas copias de mis memorias en un evento en Manhattan hace unas
semanas. Imagínese, si quiere, que estoy sentado en mi mesa, y se
me aproxima una mujer de aspecto maternal (un constituyente clave de
mi demografía):
Ella: Siento mucho escuchar que está enfermo.
Yo: Gracias por decir eso.
Ella: Un primo mío tuvo cáncer.
Yo: De veras siento oír eso.
Ella: [Mientras la fila tras ella se alarga.] Sí, en su
hígado.
Yo: Eso nunca es bueno.
Ella: Pero desapareció, después de que los doctores le dijeron que
era incurable.
Yo: Bueno, eso es lo que todos queremos.
Ella: [Con aquellos más atrás de la fila ahora mostrando señales
de impaciencia.] Sí. Pero luego regresó, mucho peor que
antes.
Yo: Oh, qué horroroso.
Ella: Y luego se murió. Fue agonizante. Agonizante.
Pareció tomar una eternidad.
Yo: [Empezando a buscar palabras.]...
Ella: Claro, él fue un homosexual toda su vida.
Yo: [No logrando encontrar las palabras, ni queriendo sonar
estúpido diciendo “Por supuesto.”]...
Ella: Y toda su familia lo desheredó. Murió prácticamente solo.
Yo: Vaya, la verdad no sé qué decir...
Ella: En fin, quería que supiera que yo entiendo exactamente
por lo que usted está pasando.
Este encuentro me dejó sorprendentemente exhausto, y hubiera estado
mejor sin él. Me hizo preguntarme si quizá hubiera lugar para un
pequeño manual de etiqueta sobre el cáncer. Esto aplicaría para
los que lo padecen y los que simpatizan. Después de todo, no he
sido reservado acerca de mi propia enfermedad. Pero tampoco camino
por doquier con una playera que diga: PREGÚNTAME SOBRE
CÁNCER DEL ESÓFAGO METASTATIZADO DE ESTADO CUATRO, Y SOLO ESO.
De hecho, si no me traen noticias de eso y solamente eso, y de qué
pudiera pasar cuando también se involucran pulmones y nodos
linfáticos, no estoy interesado ni sé nada al respecto. Uno casi
desarrolla un cierto elitismo acerca de lo particular de su desorden
personal. Entonces, si su historia de primera o segunda mano es de
otros órganos, debería considerar contarla escuetamente, o por lo
menos más selectivamente. Esta sugerencia aplica tanto para
historias intensamente deprimentes—ver arriba—o cuando tengan la
intención de generar optimismo: “Mi abuela fue diagnosticada con
melanoma terminal del punto G y le dijeron que se iba a morir. Pero
resistió y, tras algunas enormes dosis de quimioterapia y radiación,
ahora nos mandó una postal desde la cima del Everest.”
Nuevamente, su narrativa puede fracasar en su agarre si no se ha
tomado el tiempo de averiguar cómo le está yendo (y se está
sintiendo) su interlocutor.
Normalmente
se considera que la pregunta “¿Cómo estás?” no lo pone a uno
bajo juramento de dar una respuesta completa ni honesta. Así que
cuando me preguntan en estos días, prefiero decir algo críptico
como “Es pronto para decir.” (Si es alguien del personal de la
clínica oncológica quien pregunta, a veces llego a decir algo como
“Parece que hoy tengo cáncer.”) Nadie quiere que le cuenten los
innumerables horrores menores y humillaciones que se convierten en
hechos de la vida cuando tu cuerpo pasa de ser un amigo a un enemigo:
el aburrido cambio de constipación crónica a su repentino y
dramático contrario; la igualmente fea traición de sentir un hambre
aguda y temer siquiera al olor de la comida; la miseria absoluta de
nausea retorciente de las entrañas y el estómago completamente
vacío; ni del descubrimiento patético que la pérdida del cabello
se extiende a la pérdida de los vellos dentro de la nariz, y por lo
tanto el irritante fenómeno de una nariz suelta permanentemente.
Perdón, pero ustedes preguntaron. No es divertido el apreciar
completamente la verdad de la propuesta materialista de que no tengo
un cuerpo, sino que soy un cuerpo.
Pero realmente no es posible adoptar una postura de “No preguntes
y no te digo” tampoco. Esta es una prescripción para hipocresía
y dobles estándares. Amigos y familiares, obviamente, realmente no
tienen la opción de no preguntar amablemente. Una manera de
calmarlos es ser tan franco con ellos como se pueda y no adoptar
ningún eufemismo ni negación. Así que voy al grano y digo cuáles
son las probabilidades. La manera más rápida de decir esto es
hacerles notar que el problema del cáncer de Estado Cuatro es que no
existe el Estado Cinco. Con razón, algunas personas me toman la
palbra. Recientemente tuve que aceptar que no podría ir a la boda
de mi sobrina, en mi viejo pueblo natal y universidad de Oxford.
Esto me deprimió por varias razones, y un amigo especialmente
cercano me preguntó: “¿Es porque no vas a volver a ver
Inglaterra?” De hecho, él tenía toda la razón en preguntar, y
había sido precisamente eso lo que me estaba molestando, pero estuve
muy sorprendido por su franqueza. Yo enfrentaré la dura verdad,
gracias. No lo vayas a hacer tú también. Y sin embargo, yo había
invitado la pregunta. Diciéndole a alguien más que después de
algunos análisis más y tratamientos, pudiera ser que los doctores
me dijeran que solo bastaba “manejar” la situación, nuevamente
fui fulminado cuando me dijeron “Sí, supongo que llega un momento
en que te tienes que dejar ir.” Qué cierto, y qué conciso
resumen de lo que yo acababa de decir. Pero de nuevo, hubo una
irracional urgencia de tener un monopolio, una especie de poder de
veto, sobre lo que se podía decir y lo que no. Ser víctima del
cáncer tiene una tentación permanente de caer en el egocentrismo e
inclusive el solipsismo.
Entonces,
mi manual de etiqueta propuesto impondría deberes a mí además de a
aquellos que dicen demasiado o demasiado poco, en un intento de
cubrir la torpeza inevitable en las relaciones diplomáticas entre
Pueblo Tumor y sus vecinos. Si quiere un ejemplo de cómo no ser un
enviado del anterior, entonces le ofrezco el video y el libro de The
Last Lecture [La
Última Lectura, N. Del T.].
Sería de mal gusto decir que esto—un adiós pre-grabado por el
profesor Randy Pausch—se volvió “viral” en el Internet, pero
así ha sido. Debería tener su propia advertencia de salud: tan
azucarado que podría necesitar una inyección de insulina para
soportarlo. Pausch solía trabajar para Disney y se nota. Incluyó
una sección en defensa del cliché, sin omitir: “Aparte de eso,
señora Lincoln, ¿cómo estuvo la obra?” Las palabras “niño”
o “niñez” y “sueño” se usan como si por primera vez.
(“Cualquiera que use 'infancia' y 'sueño' en la misma oración
usualmente se gana mi atención.”) Pausch enseñó en Carnegie
Mellon, pero da la impresión de Dale Carnegie. (“Las
paredes de ladrillo están ahí por una razón... para darnos una
oportunidad de mostrar qué tanto queremos algo.”) Claro, uno no
tiene que leer el libro de Pausch, pero muchos estudiantes y colegas
sí tuvieron que ir a la plática, en la que Pausch hizo lagartijas,
mostró algunos videos caseros, posó para la cámara y en general
balbuceó sin fin. Pensé que sería una ofensa el ser atroz y
antipático en circunstancias en las que el público está moralmente
obligado a simpatizar. Esta fue tanto una intrusión, a su manera,
como la de la maternal fiscal con la que comencé. A medida que las
poblaciones de Pueblo Tumor y Pueblo Sano aumenten e “interactúen,”
hay una creciente necesidad de reglas de juego que eviten que nos
inflijamos uno sobre el otro.