miércoles, 28 de marzo de 2012

Hitchens: Sobre la Libre Expresión

El siguiente texto lo traduje del que quizá sea uno de los mejores discursos de todos los tiempos acerca de la libertad de expresión.  Tuvo lugar en 2006, en un debate sobre la libertad de expresión en la Universidad de Toronto.  El debate fue sobre la moción: “El derecho de la libre expresión debe incluir el derecho a ofender a otros.”  Hitchens, héroe intelectual de nuestros tiempos que recién falleció el 15 de diciembre pasado, pronuncia uno de los mejores discursos de todos los tiempos defendiendo la moción.  Anexo el video original en inglés para quienes lo entiendan, pues siempre es mucho mejor escucharlo a él.

¡FUEGO! Fuego, fuego, fuego. Ahora lo han escuchado. No gritado en un teatro lleno, admitiré, al darme cuenta que al parecer estoy en el salón de cena de Hogwarts. Pero el punto está hecho. Todos conocen el fatuo veredicto del grandemente sobrestimado Juez Oliver Wendell Holmes quien, al ser cuestionado por un ejemplo de cuándo sería apropiado limitar la expresión, dio el ejemplo de gritar “fuego” en un teatro lleno.

    Es frecuentemente olvidado que lo que estaba haciendo en esa ocasión era mandar a prisión a un grupo de socialistas yídish—cuya literatura estaba impresa en un lenguaje que la mayoría de los americanos no podían leer—, quienes se oponían a la participación en la Primera Guerra Mundial que proponía el Presidente Wilson, y el arrastre de los Estados Unidos a este sanguinario conflicto que los mismos socialistas yídish habían escapado desde Rusia.

    De hecho, podría ser plausiblemente argumentado que los socialistas que habían sido encarcelados por el excelente y sobreadulado Oliver Wendell Holmes, eran los verdaderos bomberos, y que eran los que estaban gritando “fuego” cuando realmente había un fuego en un teatro ciertamente muy abarrotado.

    ¿Y quién va a decidir? Bien, mantengan esta cuestión—damas y caballeros, hermanos y hermanas—y espero poder decir—,camaradas y amigos—en mente.

    Yo me exento de la amable oferta de protección del anterior orador que fue tan generosamente ofrecida al inicio de esta noche. Cualquiera que quiera decir algo abusivo de mí, o a mí, es bastante libre de hacerlo e inclusive bienvenido, bajo su propio riesgo.

    Pero antes de hacerlo deben haber tomado, como estoy seguro todos deberíamos, un curso de repaso de los textos clásicos sobre ésta cuestión. Éstos son la Aeropagítica de John Milton, siendo ésta la gran loma de Atenas para la discusión y libre expresión; la introducción a La Edad de La Razón, de Thomas Paine; y también diría el Ensayo Sobre la Libertad de John Stuart Mill, en los que se dice—seré muy atrevido e intentaré resumir a estos tres grandes caballeros de la gran tradición de libertad inglesa de un plumazo:

    Lo que dicen es que no es solamente es derecho de la persona que habla el ser escuchado, sino que es además es derecho de todos en la audiencia oírlo y escucharlo. Y cada vez que se silencia a alguien se hace a otro un prisionero de esa acción, por negarse el derecho a escuchar algo. En otras palabras, tu propio derecho de escuchar y ser expuesto está tan involucrado en estos casos como el derecho del otro de dar voz a su punto de vista.

    En efecto, como John Stuart Mill dijo, si en toda la sociedad estamos de acuerdo sobre la belleza y valor de una propuesta, todos excepto una persona, sería de la mayor importancia que ese herético solitario sea escuchado, porque todavía podríamos beneficiarnos de su quizá escandalosa o atroz opinión.

    En tiempos más modernos esto se ha enunciado, creo, de la mejor manera, por una heroína personal mía, Rosa Luxemburg, quien dijo que la libertad de expresión es insignificante a menos que signifique la libertad de la persona que piensa distinto.

    Mi gran amigo John O'Sullivan—antes editor del National Review—y quien considero es quizá mi más conservador y reaccionario amigo católico, alguna vez me dijo: “En un pequeño experimento mental, si oyes que el Papa dice que cree en Dios, piensas que hoy el Papa está haciendo su trabajo. Si oyes que el Papa dice que está empezando a dudar la existencia de Dios, piensas que quizá ya se dio cuenta de algo.”

    Bien, si todos en Norteamérica fueran forzados a tomar en la escuela un entrenamiento en sensibilidad sobre el Holocausto, y se les enseñara el estudio de la Solución Final—acerca de la cuál nada fue realmente hecho por este país, ni en Norteamérica, ni el Reino Unido mientras estaba sucediendo—;y si este estudio se volviera de carácter obligatorio como relato oficial e infalible de cómo sucedieron los hechos; y si fuese enseñado como el gran ejemplo moral, a manera de destilar nuestra conciencia impura acerca de aquel combate; si este es el caso, como suele ser con casi todos, y una persona se levanta y dice: “¿Saben? Esto del Holocausto, no estoy seguro de que haya sucedido. De hecho, estoy bastante seguro de que no. En efecto, comienzo a considerar que, si acaso, los judíos se merecían algo de violencia.” Esa persona no solamente tiene derecho a hablar, sino que su derecho de hablar debe tener protección extra. Porque lo que tiene que decir debe haberle tomado cierto esfuerzo, podría contener un grano de verdad histórica, o puede por lo menos hacer que la gente reconsidere cómo es que saben lo que dicen saber. “¿Cómo sé que sé esto, aparte de que siempre me lo han enseñado y no he escuchado nada más?”

    Es valioso partir de principios básicos. Siempre es provechoso preguntarse qué se haría si se encontrara con un miembro de la Sociedad de la Tierra Plana. Ahora que lo pienso, ¿cómo puedo demostrar que la Tierra es redonda? ¿Estoy seguro acerca de la Evolución? Sé que se supone que es cierta. Acá hay alguien que dice que no hay tal cosa y todo es Diseño Inteligente. ¿Qué tan seguro estoy de mis propios puntos de vista? No se refugien en la falsa seguridad del consenso, ni del sentimiento que cualquier cosa que se crea está bien, siempre que uno se encuentra en la mayoría moral.

    Uno de los momentos más orgullosos de mi vida—esto es decir, en el pasado reciente—, ha sido defender al historiador británico David Irving, quien está ahora en una prisión en Austria por nada más que la posibilidad de proferir un pensamiento no bienvenido en tierra austriaca. Ni siquiera fue acusado de decir algo. Fue acusado de quizá planear decir algo que violaba una ley austriaca, que dice que solamente una versión de la Segunda Guerra Mundial puede ser enseñada en su pequeña y valiente república tiroleana. La república que nos dio a Kurt Waldheim como Secretario General de las Naciones Unidas, un hombre buscado en varios países por crímenes de guerra. El mismo país que nos dio a Jörg Haider, líder de su propio partido político fascista, y miembro del gabinete que mandó a Irving a la cárcel.

    ¿Saben las dos cosas que hacen famosa a Austria y le dan su reputación, de casualidad? Aprovechando que aquí los tengo. Espero que haya algunos austriacos aquí para que se molesten. Bueno, lástima si no los hay, pero los dos grandes logros de Austria son convencer al mundo que Hitler era alemán y que Beethoven era vienés.

    Ahora, a este orgulloso registro pueden agregar que tienen la valentía de finalmente enfrentar su pasado y encerrar a un historiador británico que no ha cometido ningún crimen más que el de pensar escribir. Y eso es un escándalo. No puedo encontrar quien me haga segunda cuando argumento esto, pero no me interesa. No necesito quién me haga segunda. Mi propia opinión es suficiente para mí y reclamo el derecho a defenderla contra cualquier consenso, cualquier mayoría, en cualquier lugar y tiempo. Cualquiera que esté en desacuerdo puede formarse, tomar una ficha, y besarme el culo.

    Ahora, no sé cuántos de ustedes crean no ser suficientemente maduros para decidir por sí mismos y piensan que tienen que ser protegidos de la edición de Irving de los Diarios de Goebbels, por ejemplo—de los que aprendí más del Tercer Reich que del estudio de Hugh Trevor-Roper y A.J.B. Taylor combinados cuando estuve en Oxford. Pero para aquellos de ustedes que sí, les recomiendo otro breve curso de repaso.

    Vayan de nuevo y vean no sólo la película y la obra de teatro, sino también lean el texto de la magnífica obra de Robert Bolt, A Man For All Seasons (Un Hombre Para Todas Las Temporadas); algunos deberán haberla visto. En ella, Sir Thomas More decide que preferiría morir que mentir o traicionar su fe. Y en una escena, More está discutiendo con un fiscal cazador de brujas particularmente vil; un sirviente del rey y un hombre hambriento y ambicioso.

    Y More le dice a este hombre: “¿Romperías la ley para atrapar al Diablo, cierto?”

    Y el cazador de brujas le responde: “¿Romperla? ¡Acabaría con todas las leyes de Inglaterra si pudiera con eso capturarlo!”

    “Sí, seguro que lo harías. Y cuando hayas acorralado al Diablo, y se diera vuelta para enfrentarte, ¿a dónde acudirías por protección? Todas las leyes de Inglaterra habrían sido cortadas y aplanadas. ¿Quién te protegería entonces?”

    Tomen en cuenta, damas y caballeros, que cada vez que violan—o proponen violar—el derecho de libre expresión de alguien más, están en potencia haciendo una lanza para su propia espalda. Porque la otra cuestión que mencionó el Juez Oliver Wendell Holmes es simplemente esta: ¿Quién va a decidir? ¿A quién se le concede el derecho de decidir qué expresión es dañina, o quién es el orador dañino? ¿A quién comisionamos el determinar con anticipación cuáles son las malas consecuencias que queremos prevenir? ¿A quién se le daría este trabajo? ¿A quién se le adjudicará la labor de ser el censor?

    ¿No es famosa la historia en la que el hombre que tiene que leer toda la pornografía, para decidir qué pasa y qué no, es el que más probablemente acabará depravado?

    ¿Han oído algún orador de los oponentes a ésta moción, elocuentes como fueron, a quién le delegarían la tarea de decidir por ustedes lo que pueden leer? ¿A quién le darían el trabajo de decidir por ustedes, de relevarlos de esta responsabilidad de escuchar lo que pudieran? ¿Saben de alguien? Manos arriba. ¿Saben de alguien a quién darle este trabajo? ¿Hay algún nominado?

    ¿Quieren decirme que no hay nadie en Canadá lo suficientemente bueno para decirme qué puedo leer? ¿O escuchar? No tenía idea. Pero hay una ley que dice que debe existir tal persona—o una insignificante sub-sección de una ley; les está invitando a ser mentirosos e hipócritas y de negar lo que evidentemente ya saben.

    Acerca de este instinto censurador: ya básicamente sabemos todo lo que debemos saber, y lo hemos sabido por un largo tiempo. Viene de una vieja historia de otro gran Inglés—mis disculpas por ser tan particular sobre esto esta noche—, el Doctor Samuel Johnson, el gran lexicógrafo, compilador del primer gran diccionario del idioma inglés. Cuando estuvo completo, el Dr. Johnson fue visitado por varias delegaciones de personas para felicitarlo: por los nobles, los comunes, los Lords y también por una delegación de respetables damas de Londres, que atendieron a sus aposentos y lo felicitaron.

    “Dr. Johnson,” dijeron, “queremos felicitarlo por no incluir palabras indecentes ni obscenas en su diccionario.”

    “Damas,”respondió Johnson, “quiero felicitarlas por ponerse a buscarlas”.

    Cualquiera que pueda entender esa broma—y me complace ver que aproximadamente 10 por ciento de ustedes pueden—entiende la cuestión sobre la censura, especialmente la restricción previa, como se le conoce en los Estados Unidos, y donde está prohibida por la Primera Enmienda de la Constitución. No puede ser determinado con anticipación cuáles expresiones pueden ser aptas o no aptas. Nadie tiene el conocimiento que se requeriría para hacer esa determinación y, más al grano, uno tiene que sospechar los motivos de aquellos que dicen que sí. En particular, aquellos que están determinados a ser ofendidos, aquellos que hurgarán un tesoro de inglés como el primer diccionario del Dr. Johnson en busca de palabras sucias, para satisfacerse a sí mismos y algún instinto del que no me atrevo a especular...

    Ahora, estoy absolutamente convencido de que la principal fuente de odio en el mundo es la religión y la religión organizada. Absolutamente convencido. Y estoy feliz de que aplaudan, porque es un gran problema para quienes se oponen a esta moción. ¿Cómo van a prohibir la religión? ¿Cómo van a detener la expresión del odio religioso, el desprecio y el prejuicio?

    Hablo como alguien que es un blanco regular de esto, y no sólo de forma retórica. He sido objeto de varias amenazas de muerte y puedo decir que, a poca distancia de donde vivo actualmente en Washington, hay dos o tres conocidos míos y de ustedes que no pueden ir a ningún lado sin un contingente de seguridad, debido a las críticas que han hecho de un monoteísmo en particular. Y esto, en la ciudad capital de los Estados Unidos.

    Así que sé de lo que estoy hablando. Y también debo notar que las personas que me llaman y me dicen que saben dónde vivo y dónde mis hijos van a la escuela (y obviamente saben mi teléfono); y que me cuentan lo que van a hacerles a ellos, a mí y a mi esposa; y a quienes debo tomar en serio, porque ya se lo han hecho a personas que conozco; son justamente éstas las personas que van a buscar la protección de una ley contra la libre expresión si digo lo que pienso de su religión, lo cuál ahora voy a hacer.

    Esto, porque no tengo lo que pudiera llamarse un prejuicio étnico, ni ningún rencor de ese tipo; puedo llevarme bien con prácticamente cualquiera de cualquier origen, orientación sexual o lenguaje—excepto gente de Yorkshire, por supuesto, que son completamente intratables—y estoy empezando a resentir la confusión que se nos está imponiendo ahora—y ha habido algo de ella ésta noche—entre creencia religiosa, blasfemia, etnia, profanidad y lo que uno pudiera llamar “etiqueta multicultural”.

    Es muy común estos días que la gente use la expresión “racismo anti-islámico”, como si un ataque sobre una religión fuera un ataque sobre una etnia. La palabra islamofobia está de hecho comenzando a adquirir el oprobio que alguna vez se reservó para el prejuicio racial. Esta es una sutil y muy molesta insinuación que debe ser enfrentada de frente.

    ¿Quién dijo 'y qué si Falwell odia a los jotos'? ¿Qué tal si la gente actúa en base a eso? La Biblia dice que hay que odiarlos. Si Falwell dice que lo dice en la Biblia, tiene razón. Y sí, podría hacer que la gente salga y use violencia. ¿Qué van a hacer al respecto? Están en contra de un grupo de gente que dirán: “Si tocan nuestra Biblia nosotros le llamamos a la policía de las expresiones de odio.” ¿Y qué van a hacer cuando se hayan creado esa trampa a ustedes mismos?

    Alguien dijo que la noche de Kristallnacht en Alemania fue el resultado de diez años de odio contra los judíos. ¿¡Diez años!? ¡Deben estar bromeando! Fue el resultado de 2000 años de cristianismo, basados en un verso de un capítulo del Evangelio de San Juan, que llevó a un pógrom tras otro, cada Pascua de cada año, durante cientos de años. Y esto, porque dice que los judíos demandaron que la sangre de Cristo se derramara sobre sus cabezas y las de sus hijos hasta la última generación. Esa es la licencia y la incitación para los pógromes contra los judíos. ¿Qué van a hacer acerca de eso? ¿Dónde está su insignificante sub-sección ahora? ¿Dice que hay que censurar a San Juan?

    ¿Creo yo, que he leído a Freud y entiendo cuál es el futuro de una ilusión, y que sé que la creencia religiosa es inerradicable siempre que seamos una estúpida, pobremente evolucionada especie mamífera, que una ley Canadiense va a resolver este problema? ¡Por favor!

    No, nuestro problema es éste: nuestros lóbulos prefrontales son demasiado pequeños. Y nuestras glándulas adrenales son demasiado grandes. Y nuestra oposición del pulgar no es todo lo que pudiera ser. Y estamos asustados de la oscuridad, y asustados de morir, y creemos en verdades de libros sagrados tan estúpidas y tan fabricadas, que cualquier niño puede—y todos lo hacen, como se nota por sus preguntas—ver a través de ellas. Y creo que debería—hablando ahora de la religión—ser tratada con burla, odio y desprecio. Y reclamo ese derecho.

    Ahora, no nos andemos con rodeos. No todos los monoteísmos son iguales, por el momento. Todos están basados en la misma ilusión, todos son plagios uno del otro, pero hay uno que al momento está proponiendo una seria amenaza no solo para la libertad de expresión, sino para otras libertades también. Y esta es la religión que exhibe el terrible trio de auto-desprecio, auto-rectitud y auto-lástima. Hablo del Islam militante.

    Globalmente, es un poder gigante. Controla una gran fortuna petrolera, varios países grandes y de gran fortuna; bombea una ideología de Wahabismo y Salafismo alrededor del mundo, envenenando sociedades a donde vaya; arruina la mente de los niños, atrofiando a los jóvenes en sus madrasas; entrena a la gente en la violencia, creando una cultura de la muerte, el suicidio y el homicidio. Éso es lo que hace globalmente, y es bastante fuerte. En nuestra sociedad, posa como una rastrera minoría, cuya fe pudiera uno ofender, y que merece toda la protección que un grupo pequeño y vulnerable pudiera necesitar.

    Hace aclamaciones bastante grandiosas para sí, ¿verdad? Dice que es la revelación final. Dice que Dios habló con un comerciante analfabeta en la Península Arábiga tres veces, a través de un arcángel; y que el material resultante—que fue evidentemente plagiado en gran parte del Viejo y Nuevo Testamento, ineptamente—ha de ser aceptado como revelación divina, última e inalterable; y que quienes no acepten esta revelación deben ser tratados como ganado, infieles, propiedad, esclavos y víctimas.

    Bien, pues les digo algo: no creo que Mahoma haya escuchado esas voces. No lo creo. Y la probabilidad de que yo tenga razón, opuesta a la de que un comerciante que no sabía leer tuviera pedazos del Viejo y Nuevo Testamento re-dictados a él por un arcángel, me da la posición mucho más cercana de estar objetivamente en lo cierto.

    ¿Pero quién está bajo amenaza? ¿La persona que propaga esto y dice que más vale que escuche porque si no estoy en peligro? ¿O yo, que digo que esto es tan absurdo que hasta se le puede hacer una caricatura?

    Y ahí van las pancartas y los gritos: “¡Decapítenlos!” Esto es en Londres, en Toronto, en Nueva York, están entre nosotros ya. “¡Decapiten a quienes ofendan al Islam!”

    ¿Se les arresta por expresiones de odio? No. ¿Puedo estar en problemas por lo que acabo de decir sobre el profeta Mahoma? Sí, podría. ¿Dónde están sus prioridades, damas y caballeros? Están regalando lo que es más preciado en su propia sociedad, y lo están regalando sin siquiera una pelea, y hasta están enalteciendo a quienes les quieren negar el derecho a resistirlo. Deberían avergonzarse de esto. Hagan lo mejor que puedan con el tiempo que queda. Esto es realmente serio.

    Ahora, vean donde quieran—porque hemos tenido invocaciones de una tonta y enferma especie hoy por nuestra simpatía: “¿Qué hay de los pobres jotos? ¿Qué hay de los pobres judíos, las mujeres que no pueden con el abuso, los esclavos y sus descendientes, y las tribus que no sobrevivieron y a quienes se les dijo que su tierra estaba perdida?”

    Miren la esclavitud del mundo, la sumisión de las mujeres como ganado, la quema y ejecución de homosexuales, la limpieza étnica, el antisemitismo; para todo esto, basta con mirar no más allá de un libro famoso en cada púlpito de esta ciudad, y en cada sinagoga y en cada mezquita. Y entonces vean si pueden cuadrar el hecho que la fuente de todo este odio es también el agente que más pide censura. Y cuando den cuenta que, por lo tanto, esta noche están enfrentados con una gran falsa antítesis, espero que eso de todos modos no los detenga de darle a la moción ante ustedes el entusiasta respaldo que merece. Muchas gracias.

Buenas noches.