miércoles, 30 de enero de 2013

Hitchens Sobre el Cáncer, Parte 0

Tópico de Cáncer

Christopher Hitchens (1949-2011)
Septiembre, 2010


El autor un par de meses después de su diagnóstico.

Más de una vez en mis tiempos me he despertado sintiéndome como la muerte. Pero nada me preparó para la mañana este pasado junio cuando llegué a la conciencia sintiendo como si estuviera encadenado a mi propio cadáver. Parecía que mi pecho y tórax habían sido vaciados y rellenados con cemento de secado lento. Podía apenas escucharme respirar, pero no lograba llenar mis pulmones del todo. Mi corazón parecía estar latiendo demasiado rápido o demasiado lento. Cualquier movimiento, por más sutil, requería anticipación y planificación. Me tomó un esfuerzo extenuante cruzar el cuarto de mi hotel neoyorquino y llamar a los servicios de emergencia. Arribaron con gran prontitud y actuaron con inmensa cortesía y profesionalismo. Tuve tiempo de preguntarme por qué tenían necesidad de tantas botas y cascos y equipo pesado, pero ahora que veo la escena en retrospectiva, la veo como una gentil y firme deportación, llevándome del país de los sanos a la dura frontera que marca la tierra de la enfermedad. Tras unas cuantas horas, habiendo tenido que hacer bastantes procedimientos de emergencia sobre mi corazón y mis pulmones, los doctores en este triste puesto fronterizo me mostraron algunas otras postales de su interior, y me dijeron que mi próxima escala inmediata debería ser con un oncólogo. Alguna clase de sombra se mostraba en torno a los negativos.
    La noche anterior, había estado lanzando mi más reciente libro en un evento exitoso en New Haven. La noche de la terrible mañana, se suponía que debía aparecer en el Daily Show con Jon Stewart y luego aparecer en un evento abarrotado en la Calle 92 Y, en el Lado Este Superior, en conversación con Salman Rushdie.  Mi campaña de negación de corta duración tomó la siguiente forma: no cancelaría estas apariciones, ni decepcionaría a mis amigos, ni perdería la oportunidad de vender un montón de libros. Logré librar ambos trabajos sin que nadie notara nada fuera de lugar, aunque sí vomité dos veces, con un grado extraordinario de precisión, pulcritud, violencia y profusión, justo antes de cada evento. Esto es lo que los ciudadanos del país enfermo hacen cuando todavía se aferran desesperadamente a su viejo domicilio.
    La nueva tierra es muy acogedora, a su modo. Todos sonríen tratando de dar ánimos y no parece haber absolutamente nada de racismo. Un espíritu generalmente igualitario prevalece, y aquellos que administran el lugar obviamente han llegado ahí a base de mérito y trabajo duro. Contraponiéndose, el humor es un poco enclenque y repetitivo, parece no haber nada de plática acerca de sexo, y la comida es la peor de cualquier destino que haya visitado jamás. El país tiene su propio lenguaje—una lingua franca que parece ser tanto aburrida como difícil, y que contiene tales nombres como ondansetron, para medicamento antináusea—así como algunos gestos a los que uno se tiene que acostumbrar. Por ejemplo, un oficial conocido por primera vez podría encajar sus dedos en tu cuello abruptamente. Fue así como descubrí que mi cáncer se había esparcido a mis nodos linfáticos, y que una de estas bellezas deformes—localizada en mi clavícula izquierda—era lo suficientemente grande como para verse y palparse. No es bueno cuando tu cáncer es palpable desde afuera. Especialmente, como en este caso, si no saben realmente dónde estaba su fuente principal. El carcinoma trabaja vivazmente de dentro hacia fuera. La detección y tratamiento suelen ser más lentos y laboriosos, desde fuera hacia dentro. Muchas agujas fueron encajadas en el área de mi clavícula—"tissue is the issue" ["el tejido es el asunto", N. del  T.] siendo un eslogan en el lenguaje de Villa Tumor—y me dijeron que los resultados de la biopsia podrían tomar una semana.
    A partir de los resultados que arrojaron estas células cancerosas, tomó más tiempo llegar a la desagradable verdad. La palabra "metástasis" en el reporte fue la que primero captó mi vista, y mi oído. El alienígena había colonizado parte de mi pulmón, así como buena parte de mi nodo linfático. Y su base de operaciones se ubicaba—desde hacía ya bastante tiempo—en mi esófago. Mi padre había muerto—y muy rápidamente, también—de cáncer del esófago. Él tenía 79. Yo tengo 61. En cualquier clase de "carrera" que pudiera ser la vida, me he convertido abruptamente en un finalista.
    La notable teoría de etapas de Elisabeth Kübler-Ross, en la que uno progresa de negación a la ira, de la negociación a la depresión y a la eventual alegría de la aceptación, no ha tenido mucha aplicación en mi caso. En un modo, supongo, he estado "en negación" por bastante tiempo, conscientemente quemando la vela por ambos lados, y encontrando que da una linda luz. Pero por precisamente esa razón, no puedo verme desgarrado por el shock o escucharme quejándome de cómo es todo tan injusto: he estado tentando a la Muerte a que diera un zarpazo con su hoz en mi dirección, y ahora he sucumbido a algo tan predecible y banal que me aburre inclusive a mí. La ira estaría fuera de lugar, por la misma razón. En vez, soy oprimido por una molesta sensación de desperdicio. Tenía grandes planes para la próxima década, y sentía que había trabajado lo suficientemente duro para ganármelos. ¿Realmente no viviré para ver a mis hijos casados? ¿Para ver el World Trade Center erguirse de nuevo? ¿Para leer—si no es que escribir—los obituarios de villanos ancianos como Henry Kissinger y Joseph Ratzinger? Pero asumo esta clase de no-pensamiento como lo que es: sentimentalismo y lástima propia. Por supuesto que mi libro llegó a la lista de best-sellers el día que recibí el boletín informativo más sombrío, y a propósito, el último vuelo que tomé como una persona sana (hacia una multitud en la Feria del Libro de Chicago) fue el que me acumuló un millón de millas en United Airlines, con una vida de promociones por delante. Pero la ironía es mi trabajo y simplemente no veo ironías aquí: ¿sería menos apropiado tener cáncer el día que mis memorias fueran un fracaso total, o en el que hubiera sido echado de un vuelo de clase turista y abandonado en la pista? Para la pregunta tonta de '¿Por qué a mí?', el cosmos apenas se molesta en contestar: ¿Por qué no?
    El estado de negociación, sin embargo. Tal vez haya alguna escapatoria por ahí. El trueque oncológico es que, a cambio de la oportunidad de unos pocos años útiles, accedes a someterte a quimioterapia y después, si te va bien con eso, a radiación y quizá hasta una cirugía. Esta es la apuesta: durarás un poco más de tiempo, pero a cambio vamos a necesitar algunas cosas de ti. Éstas pueden incluir sentido del gusto, tu habilidad para concentrarte, tu habilidad para digerir, y el cabello en tu cabeza. Esto parece ser un trueque razonable. Desafortunadamente, implica confrontar uno de los clichés más atractivos de nuestro lenguaje. Seguro que lo ha oído. La gente no padece cáncer: se reporta que batallan contra él. Nadie que dé sus buenos deseos omite el lenguaje combativo: puedes vencerlo. Inclusive está en los obituarios de los que han perdido contra el cáncer, como si uno pudiera decir razonablemente que murieron después de una larga y valiente batalla contra la mortalidad. No se oye esto al respecto de pacientes crónicos de enfermedades cardiacas o renales.
    Por mi parte, amo la imagen de una lucha. A veces quisiera estar sufriendo por una buena causa, o arriesgando mi vida por el bien de los demás, en vez de solo ser un paciente en grave peligro. Permítame informarle, sin embargo, que cuando te sientas en un cuarto con otros finalistas, y gente amable te trae bolsas transparentes de veneno y te las enchufa en el brazo, y te pones o no te pones a leer un libro mientras los contenidos del saco de veneno llenan tu sistema, la imagen de un ardiente soldado o revolucionario es la última que se te va a ocurrir. Te sientes empantanado en pasividad e impotencia: disolviéndote sin poder, como un terrón de azúcar en agua.
    Es impresionante, este quimio-veneno. Ha provocado que baje unas 14 libras, aunque sin hacerme sentir más ligero. Me quitó una tremenda erupción en mis espinillas que ningún doctor había siquiera podido explicar, mucho menos curar. (Tremendo veneno, para despachar esos furiosos puntos rojos sin problema alguno.) Que por favor sea así de despiadado con el alienígena y sus colonias muertas. Pero como en contra de eso, las cosas que dan vida y las que dan muerte me han hecho extrañamente neutral. Estaba más o menos reconciliado con la pérdida de mi cabello, que empezó a soltarse en la ducha en las primeras dos semanas de tratamiento, y el cuál guardé en una bolsa de plástico para poder ayudar a llenar un dique flotante en el Golfo de México. Pero no estaba del todo preparado para la forma en que mi rastrillo se deslizaría sin resistencia alguna por mi cara. O para la manera en que mi recién lampiño labio superior comenzaría a parecer como si hubiera pasado por electrólisis, causando que pareciera la tía cotorra del alguien. (El pelo en pecho que alguna vez fue el brindis de dos continentes no ha cedido todavía, pero mucho de él fue rasurado en incisiones hospitalarias, así que es un asunto algo parchado.) Me siento molestamente desnaturalizado. Si Penélope Cruz fuera alguna de mis enfermeras, ni lo notaría. En la guerra en contra de Tánatos, si debemos nombrarla una guerra, la inmediata pérdida de Eros es un enorme sacrificio inicial.
    Estas son mis primeras y crudas reacciones a mi aflicción. He resuelto resistir corporalmente todo lo que pueda, aunque sea solo pasivamente, y buscar los consejos más avanzados. Mi corazón y presión sanguínea y otros signos vitales están fuertes de nuevo: de hecho, se me ocurre que si no tuviera una constitución tan resistente hubiera llevado una vida más sana hasta ahora. En mi contra se encuentra el ciego alienígena sin emociones, alentado por algunos que desde hace mucho me han deseado mal. Pero del lado de mi vida continuada está un grupo de generosos y brillantes doctores, así como un gran número de grupos de oración. Espero escribir acerca de estos dos la próxima vez si—como invariablemente solía decir mi padre—vivo para ello.

Traducción: Héctor Mata

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5

martes, 22 de enero de 2013

Sobre las Fallas Morales Fundamentales del Cristianismo

Prácticamente existe un cristianismo distinto por cada persona que se dice cristiana.  Los tres grupos mayores son los católicos, los ortodoxos y los protestantes; entre ellos existen diferencias considerables.  Pero aun dentro de cada uno de éstos se encuentran más diferencias; por cada individuo que se dice cristiano, hay otro que dice que aquel no es un cristiano de verdad.  Sin embargo, existen algunas creencias de carácter fundamental comunes a la mayoría.
    Palabras más, palabras menos, los cristianos creen en un dios omnipotente, que todo lo sabe y que es perfectamente bueno.  Para lograr el perdón de los pecados de los humanos, este dios sacrificó a Cristo, su hijo (o él mismo, dependiendo del cristiano con el que se converse) y demostró la divinidad de éste resucitándolo al tercer día.  Cristo es considerado un ser humano moralmente ejemplar, si no es que el mejor de toda la historia.  Básicamente, eso es todo lo que se puede decir si se quiere abarcar la mayor cantidad de cristianismos posible.  Pudiéramos agregar, quizá, que muchos cristianos creen que la salvación de las personas--exactamente de qué, hay muchas creencias distintas--depende de que se acepte plenamente que este sacrificio se hizo teniéndolo a uno en cuenta, y la vida terrenal es básicamente una prueba.
    No quiero argumentar aquí acerca de la verdad o falsedad de éstas creencias; más bien, quiero analizarlas moralmente.  Mucha de la discusión en torno a la religión se centra en su veracidad, pero yo creo que vale la pena analizar más su desempeño moral, simplemente desde el punto de vista de una persona moralmente promedio que tiene algo de curiosidad al respecto.

*   *   *

Imaginemos al capitán de un barco al que le está entrando agua, quizá porque chocó con un iceberg, y que se hunde lentamente en aguas heladas e infestadas de tiburones.  El bote está bajo su responsabilidad, y toda la tripulación está dispuesta a seguir sus órdenes.  Para lograr salvar al barco, es necesario cerrar compuertas y escotillas para contener la inundación, cosa que el capitán puede ordenar.  El único problema es que, dentro del área que se va a aislar, se encuentra su hijo, quien moriría ahogado si procede.  ¿Cómo debe proceder?  Lamentablemente para el capitán, salvar su barco y las vidas de todos los demás tripulantes depende de que esté dispuesto a sacrificar a su hijo.  Su situación no es nada envidiable.
    Ahora, supongamos que el capitán de dicho barco es omnipotente.  ¿Cómo cambia la situación?  En primer lugar, podría simplemente reparar la fuga al instante, o evitar que sucediera en primer lugar.  Aun si optara por no repararla, podría encontrar una manera de sacar a su hijo del área que se inunda antes de que fuera indispensable sellarla.  Inclusive si sellara el área con su hijo dentro, podría todavía salvarlo de alguna manera.  Si agregamos que este capitán es perfectamente bueno, y que ama a su hijo y estima a su tripulación, necesariamente optaría por salvarlo y salvar al barco, por el método que fuera; la inacción sería lo único por lo que no optaría.
    Entonces, ¿porqué el sacrificio de Cristo?  ¿Acaso Dios no pudo  encontrar otra manera de perdonar los pecados de la humanidad mas que a través de un sacrificio humano (o de sí mismo)?  Al ser omnipotente y perfectamente bueno, hubiera podido lograr este propósito de una infinidad de maneras distintas que no implicaran la tortura y muerte de nadie.  "Hágase el perdón de los pecados" hubiera sido suficiente.  La conclusión debe ser que Dios no es omnipotente, o que no es perfectamente bueno.  Ambas opciones implicarían el derrumbe de la idea cristiana de Dios, pero la segunda también implicaría la inmoralidad de éste: teniendo el poder de evitar el sufrimiento, opta por él.  Pero hay una salida: quizá Dios simplemente no sabe cómo evitar el mal, aunque tenga el poder y la voluntad para hacerlo.  De cualquier manera, el supuesto sacrificio de Cristo--como ejemplo particular del Problema del Mal--demuestra una vez más cómo el dios cristiano pierde sentido cuando se ponen a prueba sus supuestos atributos de omnipotencia, omnisciencia y omnibenevolencia.
    ¿Y qué podemos decir de la tripulación?  En el caso del capitán común y corriente, los marineros obedecerían la orden de cerrar las compuertas, entendiendo que el sacrificio es por su bien, y admirando y compadeciendo al capitán.  Pero no es lo mismo si el capitán es omnipotente: al saber que su salvación no depende del sacrificio de nadie, se opondrían a tal sacrificio innecesario, aunque fuera por su bien.  Aunque alguno de ellos fuera responsable de poner al hijo del capitán en la zona de inundación, se opondría a su sacrificio, pues estaría consciente de que éste sería completamente innecesario.  Inclusive, podríamos decir que lo moral en ese caso sería que la tripulación se rehusara a cumplir la orden, y sobre todo a aceptar que el hijo del capitán está siendo sacrificado por culpa de ellos.*

*   *   *

Inclusive los seres humanos más sobresalientes son criticables en algún aspecto; es parte de su naturaleza humana ser imperfectos.  Tales son los casos de Isaac Newton, una de las mentes científicas más brillantes que ha dado la humanidad,  pero que era sumamente supersticioso e inclusive creía en la alquimia; los fundadores de Estados Unidos, hombres visionarios y auténticos intelectuales, autores de la primer constitución laica en la historia y también la primera en la que se estableció la libertad de expresión como un derecho fundamental, pero que dejaron pasar la oportunidad de abolir la esclavitud e inclusive la practicaron; o Ghandi, quien prácticamente inventó la resistencia civil, a pesar de ser un racista y fanático sectario.  Lo mismo aplica para personajes ficticios, tales como Hamlet o Fausto, a quienes vemos como más humanos gracias a sus defectos, y por ende valoramos y admiramos sus méritos.
    ¿Pero con qué estándar evaluamos a un personaje como Cristo?  Dejaré a un lado la cuestión de su dudosa existencia, al no ser necesaria para su evaluación moral, simplemente refiriendo al lector a que busque los trabajos de Richard Carrier, David Fitzgerald y Robert M. Price al respecto.  Para el próximo análisis basta suponerlo un personaje como Sócrates, que bien pudo existir solo en los Diálogos de Platón, pero a fin de cuentas son sus ideas las que importan.  Sin embargo, en este caso no se trata de un personaje histórico ni literario, sino uno religioso.  Por decir de sus seguidores, fue algo desde un humano sumamente iluminado hasta el mismísimo Dios hecho hombre (la naturaleza humana o divina de Cristo es una de las cuestiones que más dividen a los cristianos, inclusive a los teólogos más eruditos).  Bien, pues tomémosles la palabra.
    Dado que no existen fuentes históricas alternativas que hablen de Cristo (de nuevo refiero al lector a los autores antes mencionados, que abundan en este tema, además de Bart Ehrman), no queda opción mas que referirnos a los textos evangélicos, tal como nos referiríamos a los Diálogos de Platón para investigar las enseñanzas de Sócrates, y tal como supuestamente lo hacen los mismos cristianos.
    En primer lugar, Cristo nunca renuncia a las barbaridades del Viejo Testamento, desde las prohibiciones más absurdas hasta las órdenes más inhumanas; tan solo las recalca y las declara válidas para siempre, en Mateo 5:17-19:
"No creáis que he venido a anular la Ley o los Profetas.  No he venido a anularlos, sino a cumplirlos.  Porque yo os declaro solemnemente que aún cuando pasen el cielo y la tierra, ni una 'i' ni un puntito de la Ley pasará hasta que no se cumpla todo.  El que violare, pues, uno de esos pequeñísimos preceptos y enseñare eso a los hombres, pequeñísimo será considerado en el Reino de los Cielos..."
    Por si no había quedado claro, lo repite en Lucas 16:17: "Más fácil es que el cielo y la tierra se acaben, que anularse un solo punto de la Ley."  Quedan así validadas por Cristo la misoginia, la esclavitud, el genocidio, las ejecuciones por lapidación, el maltrato infantil y muchas otras barbaridades e inmoralidades que vimos por los cientos de páginas anteriores.
    Tomemos tan solo el caso de la esclavitud, tan promovida por Dios y practicada por los israelitas en el Viejo Testamento (y el Nuevo, por cierto).  Aquí se quedan cortos los pretextos usuales: que si eran otros tiempos, que si el contexto histórico, etcétera.  Se trata del hijo del omnipotente creador del universo.  Si tan solo les dijera a sus seguidores que la esclavitud estaba mal, le hubieran hecho caso.  De lo contrario, Dios podría mandar plagas o lo que fuera para hacer respetar la nueva ley; ciertamente era capaz.  Y vaya que hubiera ayudado al caso de Cristo como el perfecto redentor de la humanidad, si se hubiera adelantado siglos y proclamado a la esclavitud como un mal moral.  Pero Cristo no solamente no hizo esto, sino que hizo lo contrario.  Moralmente, reprobó.
    Otro ejemplo son sus enseñanzas en torno a la familia.  Contrario a lo que tantos cristianos dicen valorar, Cristo desprecia a las familias y se declara la causa de su ruptura (en eso sí ha tenido algo de éxito). Primero, da un incentivo a abandonar a los seres amados en Marcos 10:29:
"...En verdad os digo: no hay quien haya dejado casa, o  hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en esta vida, en casas y hermanos y hermanas y madre e hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el otro mundo."
    Luego llega a lo siguiente, en Mateo 10:21:
"El hermano entregará a la muerte a su hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y les darán muerte."
    Y remata enseguida, en 10:34: 
"No creáis que he venido a traer paz a la tierra.  No he venido a traer paz, sino guerra.  Porque he venido a dividir al hijo contra el padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra la suegra.  Y los enemigos del hombre, son los de su propia casa.  El que ame a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.  Y el que ame a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí, y el que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí."
    ¡El cordero de Dios, seguramente!  ¿Acaso es necesario abandonar a la familia para lograr la salvación?  (Vale la pena notar la sospechosa omisión de las esposas en estas proclamaciones.)  Recordemos la naturaleza del individuo del que estamos hablando: si fuera perfectamente bueno, y si fuera tan siquiera el hijo de un ser omnipotente, entonces encontraría una manera de acercar a la gente a él sin alejarla de sus seres queridos, y esto lo comunicaría de forma clara.  Moralmente vuelve a quedarse corto.
    Otro punto fundamental de debilidad moral en Cristo es la pasividad ante el mal que predicó.  En palabras de Edmund Burke, todo lo que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada.  ¿Qué hubiera sido de la Segunda Guerra Mundial si todos simplemente se rindieran ante los nazis?  Si Cristo fuera perfectamente bueno, entonces no soportaría la idea de que triunfara el mal, aunque fuera solo momentáneamente y solo en la vida terrenal.  Haría todo lo posible por evitarlo, aún cuando supiera que el bien triunfaría al final.
    Estos son tan solo unos pocos ejemplos de la inmoralidad de algunas de las enseñanzas de Cristo.  No todas son así, ciertamente, pero recordemos de quién estamos hablando.  Se supone que este fue un individuo tan puro y tan bueno, que su tortura y muerte valió más que la de cualquier persona que jamás haya existido.  De ser quien decía ser (o quienes sus creadores dijeron que era), no encontraríamos nada qué reprocharle en lo absoluto.  Aunque quizá haya sido moralmente novedoso para su época y su entorno, hoy el personaje de Cristo es moralmente primitivo.  Inclusive sus enseñanzas más benéficas fueron antecedidas--por varios siglos en algunos casos--por personajes más elocuentes y menos dogmáticos, tales como Sócrates, Demócrito, Epicuro y Confucio, por mencionar tan solo a unos pocos.

*   *   *

En cuanto a la salvación, las creencias varían bastante.   Para algunos cristianos, el alma de uno puede ir a dar al Infierno si no se acepta a Cristo plenamente antes de morir; para otros, el Infierno no es necesariamente un lugar real y quienes no crean son simplemente aniquilados.  Los criterios que determinan quién se salva y quién no son tantos como los hay cristianos, y las descripciones de lo que constituye a la salvación y a la perdición también.  Habiendo hecho esta concesión, analicemos la idea de la salvación un momento.**
    Primero, supongamos que Dios es omnipotente y que lo sabe todo.  Él determina los criterios para la salvación de las personas, sean los que sean.  Dado que lo sabe y lo puede todo, no hay nada que suceda sin que haya sido su intención.  Todo lo bueno que pasa, y todo lo malo, ya lo tiene previsto e inclusive planeado desde el inicio de los tiempos, pues lo sabe todo y lo puede todo.  Luego entonces, quienes rompan sus reglas lo están haciendo porque él lo planeó así; tan sólo están ejecutando su plan.
    ¿Qué sentido tiene entonces recompensar a los buenos y castigar a los malos?  ¿Podemos decir que un individuo merece la perdición, si fue diseñado así desde el principio, aunque él no lo quisiera?  Ciertamente, el dios bíblico es capaz de tal alevosía---continuamente manipula a las personas para luego castigarlas, por nada más que sadismo puro.  Pero la verdad es que la gran mayoría de los cristianos no creen en el dios bíblico, aunque digan que sí (esto es una consecuencia de que la mayoría de los cristianos simplemente no leen la Biblia; el dios en el que creen es perfectamente bueno, omnipotente y lo sabe todo, mientras que el dios bíblico no es ninguna de esas tres cosas).  La omnisciencia y omnipotencia de Dios automáticamente lo hacen responsable de todo; entonces, es injusto que él castigue a los individuos 'malos'.

*   *   *

¿Cuál es la importancia de estas conclusiones?  En general, los aspectos analizados aquí tienen poca relevancia para la vida práctica, inclusive la de un cristiano.  Las cuestiones que afectan más su visión moral son los detalles doctrinales secundarios, aquellos que son particulares de cada rama y denominación, e inclusive dependen del individuo.  Es cuando se consultan esos detalles que vemos que algunos cristianos sí consideran ciertas cosas como particularmente inmorales, como pudieran ser la homosexualidad, el aborto, la prostitución, la pornografía o la eutanasia.  Lo importante que hay que recalcar es que la mayoría de los cristianos son altamente éticos en su vida diaria a pesar de lo que dicen creer.  Esto se debe, quizá, a un alto grado de seccionamiento del pensamiento, en donde ciertas ideas están aisladas de la razón y la moral cotidianas, permitiendo al sujeto llevar una vida altamente funcional y ética, y rara vez dándose la disonancia cognitiva que debería surgir al criticar estas ideas con consistencia.



Un enlace sumamente útil: http://www.project-reason.org/scripture_project/

(*)La analogía del barco que se hunde tiene mucha tela de dónde cortar. Aquí dejo algunas consideraciones adicionales; seguramente puede sacársele aun más jugo, ejercicio que se le propone al amable lector.
    1. ¿Cómo cambiaría la situación si se tratara de un tripulante cualquiera al que se va a sacrificar, y no necesariamente al hijo del capitán, ya fuera el capitán común o el capitán omnipotente? ¿Acaso vale más la vida del hijo del capitán que la de otro tripulante que tuviera la mala suerte de encontrarse en el lugar equivocado, en el momento equivocado? El número total de vidas sacrificadas y salvadas sería el mismo.
    2. Suponiendo el caso del capitán omnipotente, ¿qué podemos decir acerca de un capitán que a propósito coloca a su hijo en el área de la inundación, sabiendo lo que iba a ocurrir y siendo esto innecesario para salvar al barco y al resto de la tripulación? ¿Y cómo afecta esto a la relación entre el capitán y el resto de la tripulación? Supongamos que la tripulación se negó a sacrificar a nadie, por ser esto innecesario para su salvación. Adicionalmente, supongamos que el capitán, haciendo uso de su omnipotencia, decidió cerrar las escotillas y compuertas él mismo--sin la tripulación--para sacrificar a su hijo y salvar al barco. Ciertamente, la tripulación le debe la vida al capitán, pero ¿es acaso responsable la tripulación por la muerte del hijo del capitán? Obviamente no.
    3. Acercando más la analogía a la situación que creen los cristianos, consideremos lo siguiente: solamente una porción pequeña de la tripulación sabe que (1) quien se encuentra en la mala posición de estar a punto de ser sacrificado es hijo del capitán y (2) que el capitán es omnipotente. Estas personas tendrían entonces el deber moral de oponerse al sacrificio y desobedecer las órdenes. Sin embargo, ninguna de estas personas se encuentra entre los que materialmente van a ejecutar la orden de sellar el área y contener la inundación, pues se encuentran en otra sección del barco o haciendo otras tareas. Los autores materiales de las órdenes sí saben que morirá alguien si obedecen, pero desconocen su relación con el capitán y desconocen la naturaleza omnipotente de éste. Hasta donde ellos saben, están siguiendo órdenes necesarias para salvar al barco, y la muerte de quien se encuentre en la zona inundada es un hecho trágico, pero necesario y éticamente justificado. ¿Qué responsabilidad puede atribuírsele a éstos tripulantes por el sacrificio del hijo del capitán (que además realmente es un sacrificio innecesario)? Acercando aún más la analogía a la creencia cristiana, ¿qué responsabilidad tienen las familias de los tripulantes, e inclusive sus descendientes, en las acciones de éstos? Acaso el tataranieto de alguno de ellos--que no estuvo presente en los hechos, que no tiene conocimiento de ellos y que, de haber estado presente e informado plenamente acerca de la situación, se hubiera opuesto al sacrificio innecesario--tiene alguna responsabilidad o culpa?
    4. Por último, supongamos que el capitán omnipotente se las ingenió para salvar a su hijo después de que sus tripulantes ingenuos cerraran las compuertas, y sin protesta de los pocos que estaban al tanto de lo que realmente estaba sucediendo. Supongamos que todo fue una simulación, planeada con anterioridad y alevosía, y que realmente el hijo del capitán alcanzó un bote salvavidas y escapó, e inclusive hubo gente que lo vio sano y salvo tres días después. ¿Qué pasaría si el sacrificio del hijo del capitán realmente no fuera un sacrificio? ¿Qué podría reclamarle el capitán entonces a su tripulación, tanto a los ingenuos como a los otros, en cuanto a que supuestamente su hijo murió por ellos? ¿Qué podría reclamarle a las familias de los tripulantes y sus descendientes, si todo fue un montaje para chantajearlos moralmente?
 
(**) Aquí vale la pena mencionar las condiciones que se imponen para lograr la salvación, según algunos cristianos.  Básicamente, Dios es como un jefe mafioso que hace a los humanos "una oferta que no puedan rechazar": por un lado les ofrece la salvación, a cambio de su sumisión/credulidad; por otro lado, les da la "libertad" de no someterse y de no creer, pero con la pena de pasar una eternidad en Infierno.  ¿Qué clase de libertad es esa?  En realidad no es más que una vil amenaza, tal como la haría un gángster, solo que en este caso es un gángster moral.  Por lo tanto, el perdón de los pecados que se ofrece no es un perdón auténtico, simple y llano; más bien es un perdón a medias, condicional y chantajista.


miércoles, 16 de enero de 2013

Sobre el Sueño y la Salud Mental

La diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.
-Salvador Dalí

Uno pensaría que la diabetes tipo I, con todas sus condicionantes sobre quien la padece, sería el principal factor en determinar cómo es la vida de uno. Sin embargo, a casi un año de padecerla, todavía palidece en comparación con otras condiciones de salud que padezco: las de mi salud mental. Mientras que la diabetes representa inyecciones de insulina, restricciones alimentarias y la toma de unos pocos medicamentos, mi salud mental determina muchas más cosas de mayor impacto. Cómo interactúo con la gente, con los objetos y hasta con las ideas está determinado por mi manera de pensar. El contenido de lo que pienso es otro asunto, y se puede consultar en los otros artículos que están aquí publicados; por “manera de pensar” me refiero específicamente a la mecánica del pensamiento: sus engranes, pistones, palancas y, sobre todo, su motor. El hardware de la computadora, pues.

Los ratoncitos que no paran


A mediados de la secundaria comencé a desarrollar dificultades para dormir. Primero, me empezó a tomar cada vez más y más tiempo conciliar el sueño por las noches: veinte minutos, luego treinta, luego una hora, luego más. Después, comencé a despertar cada vez más temprano al día siguiente, aunque solía quedarme en la cama de todos modos tratando de volver a dormir—usualmente sin lograrlo. Para cuando llegué a la preparatoria, era común que mi sueño se interrumpiera varias veces durante la noche. Gradualmente, las porciones de tiempo de la noche que pasaba dormido y despierto fueron invirtiéndose, de modo que la mayor parte del tiempo la pasaba despierto—aunque acostado dando vueltas—y solo dormía algunos ratos aislados. Dos o tres noches a la semana no dormía nada en lo absoluto.

¿Y qué hacía durante el tiempo que no dormía? Pues pensar, pensar y pensar. Algunas cosas eran de alguna utilidad, pero la mayor parte eran basura, como la estática de un radio sin sintonizar. A pesar de la fatiga extrema y el deseo sincero de querer dormir, la cadena de pensamientos era imparable y muchas veces repetitiva. Podía quedarme varado sobre una idea por horas sin importar cuál fuera, analizando, examinando, repasando. Pero igual podía obtener alguna reflexión profunda sobre algún sofisticado problema filosófico, que desgastar neuronas en un perro que se oía ladrar a lo lejos en la noche.

Nunca me levantaba de la cama, mas que a orinar. Y siempre parecía que, cuando por fin lograba caer inconsciente, lo que me despertaba una y otra vez eran las ganas de orinar. Pero cuando iba al baño, salía un chorro débil y decepcionante, y me sentía frustrado de que algo tan mísero interrumpiera mi preciado sueño. Volvía a la cama, y de nuevo comenzaba el tren de pensamientos sin fin, encadenados unos a otros por cualquier pretexto cognitivo. Podía pasar de pensar sobre el grillo que cantaba en el jardín, a alguna escena de Shakespeare; luego, a una u otra mujer (dediqué muchas neuronas a ellas, como cualquier adolescente); después, a algún deporte; seguido, algún fragmento de un programa de televisión y luego quizá algo de música, lo que me regresaba al grillo... y así varias veces, hasta que llegara a alguna idea en la que me quedara atrapado por completo, analizando. Y pasaban horas.

Curiosamente, entre todo lo que pensaba nunca se me ocurrió que lo que me pasaba no era normal, quizá porque durante el día lograba ser altamente funcional, al grado de obtener buenas calificaciones en todas las materias y hacer mucho, pero mucho deporte. Me acostumbré a síntomas diurnos que no relacioné con el insomnio. Uno de estos era que estaba extremadamente alerta de día, y mis respuestas a los estímulos captados por mis sentidos eran agudas; tan solo que timbrara un teléfono o inclusive que alguien me llamara por mi nombre me sobresaltaba. Aparte, no disfrutaba la compañía de prácticamente nadie y estaba sumamente irritable la mayor parte del tiempo. Porque evitaba tener compañía, pocos notaban mi irritabilidad, y los que la detectaban la atribuían a algo pasajero. Pero en mi caso era algo crónico. Ah, y me dolía la cabeza. Vaya que me dolía a veces.

Fue el deporte lo que me llevó a sospechar que algo andaba mal. Durante viajes a otras ciudades a jugar baloncesto, tuve que compartir habitación con compañeros de equipo más de una vez. ¡Cómo dormían! Casi al tocar su cabeza la almohada ya estaban inconscientes y hasta roncando. Y mientras tanto, yo daba vueltas toda la noche, pensando y esperando a que amaneciera para que terminara la tortura.

Trastorno Obsesivo Compulsivo


El Trastorno Obsesivo-Compulsivo consiste en distintas conductas que algunas personas pueden presentar para aliviar ansiedad en torno a algo. Aunque estas conductas no estén lógicamente relacionadas con el motivo de ansiedad—el cuál suele ser poco claro para el individuo—realizarlas produce un alivio, por lo que quedan reforzadas. El TOC puede tener distintos enfoques, como la necesidad de acumular objetos u ordenarlos; la necesidad de verificar la seguridad del hogar; la sensación de que las cosas no están suficientemente limpias, entre muchos otros. Ocasionalmente se puede presentar alguna combinación de enfoques en una sola persona.

Las conductas obsesivo-compulsivas pueden llegar a afectar seriamente la vida social y profesional de quienes las padecen. A diferencia de otros padecimientos mentales, el individuo está consciente de que sus compulsiones no tienen sentido y son contraproducentes, pero se le es extremadamente difícil controlarlas. En muchos casos se trata al TOC con mucha efectividad con la ayuda de medicamentos.

Patrones, simetría, clasificación y orden


La identificación de los patrones, la búsqueda de simetrías, y la clasificación y el ordenamiento de los objetos y los conceptos son parte de los pensamientos “basura” o “estática” que mencioné anteriormente. En algunas pocas ocasiones resultan en acciones concretas de cierta utilidad. Por ejemplo, llegué a tener cientos de discos musicales organizados por género, artista y fecha. Si quería ubicar el álbum Dark Side of The Moon de Pink Floyd, por ejemplo, buscaba en la sección de rock progresivo, luego la letra “P”, y luego recorría de izquierda a derecha hasta llegar al que, todavía recuerdo, era el cuarto disco de mi discografía (ya he agregado otros desde entonces y, junto con un par de mudanzas, esto ha contribuido a que actualmente la colección ya no esté tan ordenada). Aún así, ubicaba el disco en la repisa simplemente por memoria, al “tanteo”. La clasificación era completamente innecesaria para ubicar el disco, pero era de suma importancia que estuviera en su lugar asignado; de lo contrario (si se lo prestaba a alguien, por ejemplo), me ponía sumamente ansioso. No solamente porque un álbum tan preciado estuviera en manos ajenas, como muchos lectores comprenderán, sino porque había un cierto grado de desordenen la colección, y esto producía ansiedad.

En cuanto a las simetrías, solía analizar objetos tratando de doblarlos en torno a distintos ejes imaginarios, para determinar sus ejes de simetría. Los doblaba de un lado a otro, verticalmente, horizontalmente, en torno a un punto, o inclusive de adentro hacia afuera (esto último requería bastante imaginación y podía volverse sumamente complicado). Así, catalogaba los objetos en mi mente según su simetría o falta de ella. Aun cuando un objeto fuera completamente asimétrico, podía imaginármelo junto a un espejo y eso produciría la simetría buscada. Fuera de unas pocas aplicaciones en matemáticas y física, esto era una completa ociosidad.

Pero la falta de simetría de un objeto tenía efectos adicionales: por ejemplo, si iba manejando de noche y el auto de enfrente tenía una luz de freno fundida. Esto rompía la simetría del auto, puesto que de un lado había una brillante luz roja y del otro no. Esto causaba ansiedad en mí hasta que lograra quitar a aquel auto de enfrente, por la manera que fuera. Otro efecto era el de evitar pisar las líneas del pavimento y ciertos pisos con diseños. Si por alguna razón debía pisar una de estas líneas con un pie, entonces procuraba pisar otra línea con el otro, para “emparejarlos”. Uno pensaría que esto resultaría en una forma curiosa de caminar por la calle, pero es sorprendente lo ágil que uno se vuelve con la práctica.

Notará el lector que hablo de estas manías en tiempo pasado. Sin embargo, aunque he logrado controlarlas o superarlas—con mucho trabajo y mucha ayuda, que describiré más adelante—, todavía persisten en mí algunas compulsiones de este tipo. Por ejemplo, tengo perfectamente bien ubicados e identificados los escalones en mi casa, la casa de mis padres, e inclusive en la oficina donde trabajo. No me refiero solamente a que sé cuántos son, sino que a cada uno lo reconozco por su forma y posición en la escalera. Cada vez que bajo o subo una de estas escaleras cuento cada paso, y procuro que el número del paso que doy coincida con el número que tiene asignado en mi mente el escalón que piso. En ocasiones cambio el conteo para darle variedad. Si son quince escalones, contaré tres veces de cinco en cinco, o quizá primero del uno al diez y luego los cinco últimos por separado. Nunca los cuento en combinaciones de números impares, a menos que sean combinaciones regulares o simétricas (si son catorce los puedo contar de siete en siete, por ejemplo). A veces estoy distraído—o mejor dicho, concentrado—con alguna cosa cuando empiezo a subir los escalones, y no me doy cuenta hasta que voy a media escalera (¡Mierda! ¿En qué número voy?). Entonces, interrumpo lo que fuera que estaba pensando por completo y rápidamente ubico en qué escalón estoy, ya sea por su apariencia o contándolos (veamos... aquél es el 9, y contando de ahí para abajo, debo estar en el 7...), y de ahí en adelante me dedico a seguir contando los pasos y escalones hasta llegar arriba, aunque ya sepa de antemano cuántos son (...8, 9, 10, 11, 12, 13 y !14! Tal como debía ser...). Sólo entonces puedo reanudar lo me tenía tan concentrado antes.

Un punto importantísimo, quizá el que más quisiera recalcar en este artículo, es que estos mismos procedimientos los hago con las ideas. Las tomo y las volteo, las doblo, las estiro, cuento sus partes y las catalogo. Las descompongo por distintos métodos, desde gramáticos hasta lógicos, tratando de detectar patrones (es decir, la estructura de la idea), simetrías (aciertos), asimetrías (errores) y todo tipo de atributos adicionales(maneras de clasificar o catalogar la idea en cuestión). Estos análisis los hago con suma rapidez y suelen ser poco precisos pero, como los repito tantas veces, de vez en cuando resulta algo interesante que me permite, por ejemplo, escribir un artículo.


Sobre la terapia, terapeutas y los medicamentos


Una vez que reconocí que el insomnio no era normal y que tenía un impacto directo en mi calidad de vida, no se requirió una gran labor de convencimiento para que me decidiera a buscar atención. Cuando lo hice, los especialistas que me trataron encontraron varios problemas: rasgos de ansiedad, depresión, conductas antisociales, manías, resistencia a cambiar patrones inútiles... Considerando lo importante que era el orden para mí, era todo un desorden. En un principio trabajaron conmigo una psicóloga y un psiquiatra de manera conjunta; la primera se encargaba de la terapia y el segundo de los medicamentos que la harían más efectiva. Y vaya que noté una diferencia, sobre todo después de la primer noche completa de sueño que tuve en años. Una vez que se determinó que el problema era de origen físico y de carácter crónico, cambiamos a medicamentos diseñados para uso más prolongado, y terapias enfocadas al manejo racional de mis compulsiones.

Siempre procurando las dosis mínimas efectivas, probé un catálogo variado de medicamentos con distintos mecanismos y efectos, a veces por sí solos y a veces en combinación con terapia. En varias ocasiones intenté dejar los medicamentos, tanto por iniciativa propia como por la de los médicos tratantes, siempre recayendo a condiciones de insomnio y ansiedad extremas. Por otro lado, dado que uno desarrolla resistencia a los efectos de inclusive los medicamentos más nobles, es necesario alternarlos y dosificarlos cuidadosamente para mantener la calidad del sueño en un nivel aceptable.

En un punto un neurólogo determinó, por medio de un estudio conocido como una polisomnografía, que aun con medicamentos mi calidad de sueño no era la óptima; de hecho, tenía una grave dificultad para respirar—conocida como apnea respiratoria—que resultaba en centenares de microdespertares cada noche, lo que impedía que mi sueño fuera lo suficientemente profundo. Antes de probar otros medicamentos o inclusive un aparato respirador (CPAP) para usarlo por las noches, me recomendó que me diera una vuelta con una otorrinolaringóloga. Cuando lo hice, ella determinó que andaba muy mal de la nariz y senos paranasales, que requería cirugía, y que era sorprendente que pudiera llevar una vida relativamente normal e inclusive hacer deporte con lo mal que estaba. Una vez realizada esta cirugía seguí requiriendo medicamentos para dormir, pero las dosis se redujeron en más de la mitad.

Desde que comencé a buscar ayuda para dormir y controlar mis compulsiones—hace ya más de diez años—, he estado bajo el cuidado y apoyo de muchos profesionales, dedicados a ayudarme con distintos aspectos (la calidad del sueño, las relaciones personales, el rendimiento deportivo y otros), y a cada uno de ellos le tengo una enorme gratitud [ACTUALIZACIÓN: 29/10/2018. Removí los nombres de mis terapeutas por su privacidad, por las dudas.]

Para dar una idea de lo complicado que ha sido el problema, aun en manos de profesionales, hago un recuento de los distintos medicamentos que he usado, así fuera una sola vez, desde el principio del tratamiento. Algunos los utilizo todavía y les debo mucho; otros no tuvieron efecto alguno o tuvieron demasiados efectos secundarios; y otros tantos fueron útiles en su momento pero ya no son necesarios:

  • Stilnox
  • Tafil
  • Rivotril
  • Prozac
  • Halción
  • Lyrica
  • Haloperil
  • Cronocaps
  • Vextor
  • Dormicum
  • Valdoxa


Hacia delante


A lo largo de los años de terapia y medicamentos han quedado claras dos cosas: que padezco TOC y que hay algún componente de hiperactividad adicional (aclaro que por hiperactividad no me refiero al déficit de atención, que es algo completamente distinto). Las causas de cada uno no están claras todavía, a pesar de que se realiza una gran cantidad de investigación al respecto. Ninguno de mis padres padece de estas condiciones, ni tampoco mi hermana. Tengo una abuela que bien pudiera ser una acumuladora obsesiva, pero pues casi todos los ancianos son así de todos modos.
5 gotas y media tableta cada noche, respectivamente. 
Lo importante es que existen remedios reales para mi padecimiento, y que son seguros y efectivos. Probablemente nunca duerma tan bien como otras personas—y vaya que a veces se me nota—, pero con lo que tengo ya soy altamente funcional, y puedo tener una calidad de vida bastante buena. Es imperativo mencionar que estos trastornos requieren la ayuda de profesionales de la salud mental, pues son padecimientos tan reales—y tan impactantes—como otras enfermedades “físicas”. En mi experiencia, los remedios supuestamente “naturales” son una completa pérdida de tiempo y dinero; llámense homeopatía, tés relajantes o lo que sean. En un periodo sin medicamentos me desesperé hasta el punto de probar con homeopatía—vaya que debía estar muy desesperado por dormir—y tan solo me sirvió para aprender la lección y arrepentirme de haber desperdiciado tiempo y dinero en semejante fraude, habiendo soluciones reales a mi alcance.

Con la ayuda de medicina real—medicina basada en ciencia y no superstición—puedo llevar una vida altamente funcional y gratificante. Tengo una esposa, un empleo que paga una hipoteca, y hasta estudio una maestría en física. Esto sería impensable si mi calidad de sueño fuera tan pobre como alguna vez lo fue antes del tratamiento.


[Actualización: 24 de septiembre de 2015]

Por casualidad revisaba las estadísticas del blog y noté, para mi sorpresa, que este artículo es de los más visitados. En vista de esto, he considerado que sería útil agregar algunas cosas que pueden complementar lo que ya he contado. Recibí el diagnóstico de personalidad esquizoide, la cual frecuentemente va acompañada de una serie de complicaciones en el ámbito de las relaciones interpersonales que puede considerarse un trastorno. Siempre he sabido que estoy varios niveles más allá de la simple introversión y esta información me ha ayudado a ponerle nombre a mi personalidad, aunque sea para agilizar la conversación con médicos o psicólogos que me pregunten al respecto.