miércoles, 28 de marzo de 2012

Hitchens: Sobre la Libre Expresión

El siguiente texto lo traduje del que quizá sea uno de los mejores discursos de todos los tiempos acerca de la libertad de expresión.  Tuvo lugar en 2006, en un debate sobre la libertad de expresión en la Universidad de Toronto.  El debate fue sobre la moción: “El derecho de la libre expresión debe incluir el derecho a ofender a otros.”  Hitchens, héroe intelectual de nuestros tiempos que recién falleció el 15 de diciembre pasado, pronuncia uno de los mejores discursos de todos los tiempos defendiendo la moción.  Anexo el video original en inglés para quienes lo entiendan, pues siempre es mucho mejor escucharlo a él.

¡FUEGO! Fuego, fuego, fuego. Ahora lo han escuchado. No gritado en un teatro lleno, admitiré, al darme cuenta que al parecer estoy en el salón de cena de Hogwarts. Pero el punto está hecho. Todos conocen el fatuo veredicto del grandemente sobrestimado Juez Oliver Wendell Holmes quien, al ser cuestionado por un ejemplo de cuándo sería apropiado limitar la expresión, dio el ejemplo de gritar “fuego” en un teatro lleno.

    Es frecuentemente olvidado que lo que estaba haciendo en esa ocasión era mandar a prisión a un grupo de socialistas yídish—cuya literatura estaba impresa en un lenguaje que la mayoría de los americanos no podían leer—, quienes se oponían a la participación en la Primera Guerra Mundial que proponía el Presidente Wilson, y el arrastre de los Estados Unidos a este sanguinario conflicto que los mismos socialistas yídish habían escapado desde Rusia.

    De hecho, podría ser plausiblemente argumentado que los socialistas que habían sido encarcelados por el excelente y sobreadulado Oliver Wendell Holmes, eran los verdaderos bomberos, y que eran los que estaban gritando “fuego” cuando realmente había un fuego en un teatro ciertamente muy abarrotado.

    ¿Y quién va a decidir? Bien, mantengan esta cuestión—damas y caballeros, hermanos y hermanas—y espero poder decir—,camaradas y amigos—en mente.

    Yo me exento de la amable oferta de protección del anterior orador que fue tan generosamente ofrecida al inicio de esta noche. Cualquiera que quiera decir algo abusivo de mí, o a mí, es bastante libre de hacerlo e inclusive bienvenido, bajo su propio riesgo.

    Pero antes de hacerlo deben haber tomado, como estoy seguro todos deberíamos, un curso de repaso de los textos clásicos sobre ésta cuestión. Éstos son la Aeropagítica de John Milton, siendo ésta la gran loma de Atenas para la discusión y libre expresión; la introducción a La Edad de La Razón, de Thomas Paine; y también diría el Ensayo Sobre la Libertad de John Stuart Mill, en los que se dice—seré muy atrevido e intentaré resumir a estos tres grandes caballeros de la gran tradición de libertad inglesa de un plumazo:

    Lo que dicen es que no es solamente es derecho de la persona que habla el ser escuchado, sino que es además es derecho de todos en la audiencia oírlo y escucharlo. Y cada vez que se silencia a alguien se hace a otro un prisionero de esa acción, por negarse el derecho a escuchar algo. En otras palabras, tu propio derecho de escuchar y ser expuesto está tan involucrado en estos casos como el derecho del otro de dar voz a su punto de vista.

    En efecto, como John Stuart Mill dijo, si en toda la sociedad estamos de acuerdo sobre la belleza y valor de una propuesta, todos excepto una persona, sería de la mayor importancia que ese herético solitario sea escuchado, porque todavía podríamos beneficiarnos de su quizá escandalosa o atroz opinión.

    En tiempos más modernos esto se ha enunciado, creo, de la mejor manera, por una heroína personal mía, Rosa Luxemburg, quien dijo que la libertad de expresión es insignificante a menos que signifique la libertad de la persona que piensa distinto.

    Mi gran amigo John O'Sullivan—antes editor del National Review—y quien considero es quizá mi más conservador y reaccionario amigo católico, alguna vez me dijo: “En un pequeño experimento mental, si oyes que el Papa dice que cree en Dios, piensas que hoy el Papa está haciendo su trabajo. Si oyes que el Papa dice que está empezando a dudar la existencia de Dios, piensas que quizá ya se dio cuenta de algo.”

    Bien, si todos en Norteamérica fueran forzados a tomar en la escuela un entrenamiento en sensibilidad sobre el Holocausto, y se les enseñara el estudio de la Solución Final—acerca de la cuál nada fue realmente hecho por este país, ni en Norteamérica, ni el Reino Unido mientras estaba sucediendo—;y si este estudio se volviera de carácter obligatorio como relato oficial e infalible de cómo sucedieron los hechos; y si fuese enseñado como el gran ejemplo moral, a manera de destilar nuestra conciencia impura acerca de aquel combate; si este es el caso, como suele ser con casi todos, y una persona se levanta y dice: “¿Saben? Esto del Holocausto, no estoy seguro de que haya sucedido. De hecho, estoy bastante seguro de que no. En efecto, comienzo a considerar que, si acaso, los judíos se merecían algo de violencia.” Esa persona no solamente tiene derecho a hablar, sino que su derecho de hablar debe tener protección extra. Porque lo que tiene que decir debe haberle tomado cierto esfuerzo, podría contener un grano de verdad histórica, o puede por lo menos hacer que la gente reconsidere cómo es que saben lo que dicen saber. “¿Cómo sé que sé esto, aparte de que siempre me lo han enseñado y no he escuchado nada más?”

    Es valioso partir de principios básicos. Siempre es provechoso preguntarse qué se haría si se encontrara con un miembro de la Sociedad de la Tierra Plana. Ahora que lo pienso, ¿cómo puedo demostrar que la Tierra es redonda? ¿Estoy seguro acerca de la Evolución? Sé que se supone que es cierta. Acá hay alguien que dice que no hay tal cosa y todo es Diseño Inteligente. ¿Qué tan seguro estoy de mis propios puntos de vista? No se refugien en la falsa seguridad del consenso, ni del sentimiento que cualquier cosa que se crea está bien, siempre que uno se encuentra en la mayoría moral.

    Uno de los momentos más orgullosos de mi vida—esto es decir, en el pasado reciente—, ha sido defender al historiador británico David Irving, quien está ahora en una prisión en Austria por nada más que la posibilidad de proferir un pensamiento no bienvenido en tierra austriaca. Ni siquiera fue acusado de decir algo. Fue acusado de quizá planear decir algo que violaba una ley austriaca, que dice que solamente una versión de la Segunda Guerra Mundial puede ser enseñada en su pequeña y valiente república tiroleana. La república que nos dio a Kurt Waldheim como Secretario General de las Naciones Unidas, un hombre buscado en varios países por crímenes de guerra. El mismo país que nos dio a Jörg Haider, líder de su propio partido político fascista, y miembro del gabinete que mandó a Irving a la cárcel.

    ¿Saben las dos cosas que hacen famosa a Austria y le dan su reputación, de casualidad? Aprovechando que aquí los tengo. Espero que haya algunos austriacos aquí para que se molesten. Bueno, lástima si no los hay, pero los dos grandes logros de Austria son convencer al mundo que Hitler era alemán y que Beethoven era vienés.

    Ahora, a este orgulloso registro pueden agregar que tienen la valentía de finalmente enfrentar su pasado y encerrar a un historiador británico que no ha cometido ningún crimen más que el de pensar escribir. Y eso es un escándalo. No puedo encontrar quien me haga segunda cuando argumento esto, pero no me interesa. No necesito quién me haga segunda. Mi propia opinión es suficiente para mí y reclamo el derecho a defenderla contra cualquier consenso, cualquier mayoría, en cualquier lugar y tiempo. Cualquiera que esté en desacuerdo puede formarse, tomar una ficha, y besarme el culo.

    Ahora, no sé cuántos de ustedes crean no ser suficientemente maduros para decidir por sí mismos y piensan que tienen que ser protegidos de la edición de Irving de los Diarios de Goebbels, por ejemplo—de los que aprendí más del Tercer Reich que del estudio de Hugh Trevor-Roper y A.J.B. Taylor combinados cuando estuve en Oxford. Pero para aquellos de ustedes que sí, les recomiendo otro breve curso de repaso.

    Vayan de nuevo y vean no sólo la película y la obra de teatro, sino también lean el texto de la magnífica obra de Robert Bolt, A Man For All Seasons (Un Hombre Para Todas Las Temporadas); algunos deberán haberla visto. En ella, Sir Thomas More decide que preferiría morir que mentir o traicionar su fe. Y en una escena, More está discutiendo con un fiscal cazador de brujas particularmente vil; un sirviente del rey y un hombre hambriento y ambicioso.

    Y More le dice a este hombre: “¿Romperías la ley para atrapar al Diablo, cierto?”

    Y el cazador de brujas le responde: “¿Romperla? ¡Acabaría con todas las leyes de Inglaterra si pudiera con eso capturarlo!”

    “Sí, seguro que lo harías. Y cuando hayas acorralado al Diablo, y se diera vuelta para enfrentarte, ¿a dónde acudirías por protección? Todas las leyes de Inglaterra habrían sido cortadas y aplanadas. ¿Quién te protegería entonces?”

    Tomen en cuenta, damas y caballeros, que cada vez que violan—o proponen violar—el derecho de libre expresión de alguien más, están en potencia haciendo una lanza para su propia espalda. Porque la otra cuestión que mencionó el Juez Oliver Wendell Holmes es simplemente esta: ¿Quién va a decidir? ¿A quién se le concede el derecho de decidir qué expresión es dañina, o quién es el orador dañino? ¿A quién comisionamos el determinar con anticipación cuáles son las malas consecuencias que queremos prevenir? ¿A quién se le daría este trabajo? ¿A quién se le adjudicará la labor de ser el censor?

    ¿No es famosa la historia en la que el hombre que tiene que leer toda la pornografía, para decidir qué pasa y qué no, es el que más probablemente acabará depravado?

    ¿Han oído algún orador de los oponentes a ésta moción, elocuentes como fueron, a quién le delegarían la tarea de decidir por ustedes lo que pueden leer? ¿A quién le darían el trabajo de decidir por ustedes, de relevarlos de esta responsabilidad de escuchar lo que pudieran? ¿Saben de alguien? Manos arriba. ¿Saben de alguien a quién darle este trabajo? ¿Hay algún nominado?

    ¿Quieren decirme que no hay nadie en Canadá lo suficientemente bueno para decirme qué puedo leer? ¿O escuchar? No tenía idea. Pero hay una ley que dice que debe existir tal persona—o una insignificante sub-sección de una ley; les está invitando a ser mentirosos e hipócritas y de negar lo que evidentemente ya saben.

    Acerca de este instinto censurador: ya básicamente sabemos todo lo que debemos saber, y lo hemos sabido por un largo tiempo. Viene de una vieja historia de otro gran Inglés—mis disculpas por ser tan particular sobre esto esta noche—, el Doctor Samuel Johnson, el gran lexicógrafo, compilador del primer gran diccionario del idioma inglés. Cuando estuvo completo, el Dr. Johnson fue visitado por varias delegaciones de personas para felicitarlo: por los nobles, los comunes, los Lords y también por una delegación de respetables damas de Londres, que atendieron a sus aposentos y lo felicitaron.

    “Dr. Johnson,” dijeron, “queremos felicitarlo por no incluir palabras indecentes ni obscenas en su diccionario.”

    “Damas,”respondió Johnson, “quiero felicitarlas por ponerse a buscarlas”.

    Cualquiera que pueda entender esa broma—y me complace ver que aproximadamente 10 por ciento de ustedes pueden—entiende la cuestión sobre la censura, especialmente la restricción previa, como se le conoce en los Estados Unidos, y donde está prohibida por la Primera Enmienda de la Constitución. No puede ser determinado con anticipación cuáles expresiones pueden ser aptas o no aptas. Nadie tiene el conocimiento que se requeriría para hacer esa determinación y, más al grano, uno tiene que sospechar los motivos de aquellos que dicen que sí. En particular, aquellos que están determinados a ser ofendidos, aquellos que hurgarán un tesoro de inglés como el primer diccionario del Dr. Johnson en busca de palabras sucias, para satisfacerse a sí mismos y algún instinto del que no me atrevo a especular...

    Ahora, estoy absolutamente convencido de que la principal fuente de odio en el mundo es la religión y la religión organizada. Absolutamente convencido. Y estoy feliz de que aplaudan, porque es un gran problema para quienes se oponen a esta moción. ¿Cómo van a prohibir la religión? ¿Cómo van a detener la expresión del odio religioso, el desprecio y el prejuicio?

    Hablo como alguien que es un blanco regular de esto, y no sólo de forma retórica. He sido objeto de varias amenazas de muerte y puedo decir que, a poca distancia de donde vivo actualmente en Washington, hay dos o tres conocidos míos y de ustedes que no pueden ir a ningún lado sin un contingente de seguridad, debido a las críticas que han hecho de un monoteísmo en particular. Y esto, en la ciudad capital de los Estados Unidos.

    Así que sé de lo que estoy hablando. Y también debo notar que las personas que me llaman y me dicen que saben dónde vivo y dónde mis hijos van a la escuela (y obviamente saben mi teléfono); y que me cuentan lo que van a hacerles a ellos, a mí y a mi esposa; y a quienes debo tomar en serio, porque ya se lo han hecho a personas que conozco; son justamente éstas las personas que van a buscar la protección de una ley contra la libre expresión si digo lo que pienso de su religión, lo cuál ahora voy a hacer.

    Esto, porque no tengo lo que pudiera llamarse un prejuicio étnico, ni ningún rencor de ese tipo; puedo llevarme bien con prácticamente cualquiera de cualquier origen, orientación sexual o lenguaje—excepto gente de Yorkshire, por supuesto, que son completamente intratables—y estoy empezando a resentir la confusión que se nos está imponiendo ahora—y ha habido algo de ella ésta noche—entre creencia religiosa, blasfemia, etnia, profanidad y lo que uno pudiera llamar “etiqueta multicultural”.

    Es muy común estos días que la gente use la expresión “racismo anti-islámico”, como si un ataque sobre una religión fuera un ataque sobre una etnia. La palabra islamofobia está de hecho comenzando a adquirir el oprobio que alguna vez se reservó para el prejuicio racial. Esta es una sutil y muy molesta insinuación que debe ser enfrentada de frente.

    ¿Quién dijo 'y qué si Falwell odia a los jotos'? ¿Qué tal si la gente actúa en base a eso? La Biblia dice que hay que odiarlos. Si Falwell dice que lo dice en la Biblia, tiene razón. Y sí, podría hacer que la gente salga y use violencia. ¿Qué van a hacer al respecto? Están en contra de un grupo de gente que dirán: “Si tocan nuestra Biblia nosotros le llamamos a la policía de las expresiones de odio.” ¿Y qué van a hacer cuando se hayan creado esa trampa a ustedes mismos?

    Alguien dijo que la noche de Kristallnacht en Alemania fue el resultado de diez años de odio contra los judíos. ¿¡Diez años!? ¡Deben estar bromeando! Fue el resultado de 2000 años de cristianismo, basados en un verso de un capítulo del Evangelio de San Juan, que llevó a un pógrom tras otro, cada Pascua de cada año, durante cientos de años. Y esto, porque dice que los judíos demandaron que la sangre de Cristo se derramara sobre sus cabezas y las de sus hijos hasta la última generación. Esa es la licencia y la incitación para los pógromes contra los judíos. ¿Qué van a hacer acerca de eso? ¿Dónde está su insignificante sub-sección ahora? ¿Dice que hay que censurar a San Juan?

    ¿Creo yo, que he leído a Freud y entiendo cuál es el futuro de una ilusión, y que sé que la creencia religiosa es inerradicable siempre que seamos una estúpida, pobremente evolucionada especie mamífera, que una ley Canadiense va a resolver este problema? ¡Por favor!

    No, nuestro problema es éste: nuestros lóbulos prefrontales son demasiado pequeños. Y nuestras glándulas adrenales son demasiado grandes. Y nuestra oposición del pulgar no es todo lo que pudiera ser. Y estamos asustados de la oscuridad, y asustados de morir, y creemos en verdades de libros sagrados tan estúpidas y tan fabricadas, que cualquier niño puede—y todos lo hacen, como se nota por sus preguntas—ver a través de ellas. Y creo que debería—hablando ahora de la religión—ser tratada con burla, odio y desprecio. Y reclamo ese derecho.

    Ahora, no nos andemos con rodeos. No todos los monoteísmos son iguales, por el momento. Todos están basados en la misma ilusión, todos son plagios uno del otro, pero hay uno que al momento está proponiendo una seria amenaza no solo para la libertad de expresión, sino para otras libertades también. Y esta es la religión que exhibe el terrible trio de auto-desprecio, auto-rectitud y auto-lástima. Hablo del Islam militante.

    Globalmente, es un poder gigante. Controla una gran fortuna petrolera, varios países grandes y de gran fortuna; bombea una ideología de Wahabismo y Salafismo alrededor del mundo, envenenando sociedades a donde vaya; arruina la mente de los niños, atrofiando a los jóvenes en sus madrasas; entrena a la gente en la violencia, creando una cultura de la muerte, el suicidio y el homicidio. Éso es lo que hace globalmente, y es bastante fuerte. En nuestra sociedad, posa como una rastrera minoría, cuya fe pudiera uno ofender, y que merece toda la protección que un grupo pequeño y vulnerable pudiera necesitar.

    Hace aclamaciones bastante grandiosas para sí, ¿verdad? Dice que es la revelación final. Dice que Dios habló con un comerciante analfabeta en la Península Arábiga tres veces, a través de un arcángel; y que el material resultante—que fue evidentemente plagiado en gran parte del Viejo y Nuevo Testamento, ineptamente—ha de ser aceptado como revelación divina, última e inalterable; y que quienes no acepten esta revelación deben ser tratados como ganado, infieles, propiedad, esclavos y víctimas.

    Bien, pues les digo algo: no creo que Mahoma haya escuchado esas voces. No lo creo. Y la probabilidad de que yo tenga razón, opuesta a la de que un comerciante que no sabía leer tuviera pedazos del Viejo y Nuevo Testamento re-dictados a él por un arcángel, me da la posición mucho más cercana de estar objetivamente en lo cierto.

    ¿Pero quién está bajo amenaza? ¿La persona que propaga esto y dice que más vale que escuche porque si no estoy en peligro? ¿O yo, que digo que esto es tan absurdo que hasta se le puede hacer una caricatura?

    Y ahí van las pancartas y los gritos: “¡Decapítenlos!” Esto es en Londres, en Toronto, en Nueva York, están entre nosotros ya. “¡Decapiten a quienes ofendan al Islam!”

    ¿Se les arresta por expresiones de odio? No. ¿Puedo estar en problemas por lo que acabo de decir sobre el profeta Mahoma? Sí, podría. ¿Dónde están sus prioridades, damas y caballeros? Están regalando lo que es más preciado en su propia sociedad, y lo están regalando sin siquiera una pelea, y hasta están enalteciendo a quienes les quieren negar el derecho a resistirlo. Deberían avergonzarse de esto. Hagan lo mejor que puedan con el tiempo que queda. Esto es realmente serio.

    Ahora, vean donde quieran—porque hemos tenido invocaciones de una tonta y enferma especie hoy por nuestra simpatía: “¿Qué hay de los pobres jotos? ¿Qué hay de los pobres judíos, las mujeres que no pueden con el abuso, los esclavos y sus descendientes, y las tribus que no sobrevivieron y a quienes se les dijo que su tierra estaba perdida?”

    Miren la esclavitud del mundo, la sumisión de las mujeres como ganado, la quema y ejecución de homosexuales, la limpieza étnica, el antisemitismo; para todo esto, basta con mirar no más allá de un libro famoso en cada púlpito de esta ciudad, y en cada sinagoga y en cada mezquita. Y entonces vean si pueden cuadrar el hecho que la fuente de todo este odio es también el agente que más pide censura. Y cuando den cuenta que, por lo tanto, esta noche están enfrentados con una gran falsa antítesis, espero que eso de todos modos no los detenga de darle a la moción ante ustedes el entusiasta respaldo que merece. Muchas gracias.

Buenas noches.



lunes, 26 de marzo de 2012

Cuando Un Ateo Se Casa Por La Iglesia

 

El sábado 20 de agosto del año pasado me casé en un templo católico con una mujer católica. Para los lectores no tan frecuentes, esto pudiera ser desconcertante. La mayor parte de lo que escribo es en contra de la religión, y el catolicismo ha sido el blanco particular de mucho de eso. Más aun, el lector recordará que, para poder pasar por tal ritual, debí estar apropiadamente confirmado dentro de la religión, o por lo menos llevar un rito distinto en caso de no estarlo. Aquí les puedo confirmar que, efectivamente, estoy bautizado y confirmado en la Iglesia Católica (no tienen idea de lo difícil que es admitirlo) y que es algo que medito todos los días de mi vida.

El Abuso Que Es El Bautizo

Cuando tenía unos seis o siete años, se me dio la opción de ir al catecismo para poder hacer mi Primera Comunión (celebración conocida más formalmente como Eucaristía). Inclusive desde esa edad ya me había identificado como un no-creyente, y especialmente como un no-católico. Le dije enfáticamente a mi madre, que hizo la propuesta, que no lo haría porque no creía en esas cosas. Agregué, además, que ni siquiera estaba bautizado y por lo tanto no era procedente la comunión. Fue entonces que ella me dijo que sí había sido bautizado cuando era un bebé.  Me mostró los documentos que avalaban mi bautizo, y recuerdo haberme molestado mucho.

    Mi padre y mi madre no son personas religiosas en lo absoluto. Alguna vez mi madre se consideró católica, pero dudo que lo siga siendo dadas sus posiciones tan radicalmente opuestas a la Iglesia y su laicidad evidente. Mi padre definitivamente es ateo. Por lo tanto, hubiera pensado que les parecería obvio que bautizar a un bebé es algo abusivo, que marca para siempre al niño en cuestión poniéndole una etiqueta que sólo se debería adoptar personalmente en edad adulta. No existe tal cosa como un bebé católico, musulmán o judío. Para ilustrar este concepto, basta con pensar en un bebé objetivista, marxista o kantiano. Absurdo. ¿Y qué pensaríamos de los padres que pusieran tales etiquetas a sus hijos? Ciertamente, ésta es una forma de abuso infantil. Puedo entender por qué mi madre, siendo católica en aquel entonces, hubiera querido bautizarme. Pero dudo que, siendo como ella es hoy, lo volviera a hacer. Por qué mi padre no se opuso, o si lo hizo pero no lo suficiente, no lo sé.

    Desde aquella temprana edad, el bautizo ha sido una marca que he deseado no tener, tratando de racionalizarlo con pensamientos como “es sólo un papel” o “basta con no creer y ya”. Y aunque la Iglesia Católica no es para nada una autoridad de ningún tipo ante mí, me molesta que en algún lado algún burócrata violador de niños en El Vaticano me esté contando como uno de ellos. ¿Pero qué se puede hacer? He encontrado algunos textos en la Web, principalmente de origen español, que hablan de la Apostasía como un trámite posible para gente como yo. Básicamente, consta en solicitar a la Iglesia la baja de su padrón de fieles mediante una anotación en el libro de bautizos donde está uno. En mi caso sería algo engorroso, ya que el trámite se hace en persona y vivo en una ciudad distinta a la que fui bautizado, y viajar no es tan fácil como para darme una vuelta y solicitar mi baja. Sin embargo, presiento que algún día lo acabaré haciendo.

La Dama en Cuestión

En México la gran mayoría de las personas son católicas. Ese número ha ido a la baja desde 98% en los 60 hasta apenas 82% el día de hoy, pero siguen siendo una abrumadora mayoría. El número de ateos es difícil de estimar, pero suele considerarse en menos de 5%. Por lo tanto, dos personas que se conocen tienen una alta probabilidad de ser de la misma religión y que además esa religión sea la católica. Así que, siendo miembro de una minoría tan reducida, casi todas las mujeres que he conocido han sido católicas. Desde que conocí a mi actual esposa le hice saber que era ateo, y ella me dejó claro que era una católica seria (a diferencia de tantos mexicanos que se identifican como católicos pero son esencialmente laicos). Inclusive uno de sus hermanos es sacerdote católico. En fin, eso no detuvo que comenzáramos un noviazgo y decidiéramos casarnos.

    Y aquí tomé una decisión sumamente difícil. Es posible, dentro de los ritos de matrimonio católicos, que uno de los contrayentes no sea de la fe. Sin embargo, para que el matrimonio proceda, debe renunciar por escrito a su fe al momento de casarse para efectos de la educación de los hijos. Obviamente, la Iglesia no tiene manera efectiva de asegurarse que esto vaya a ser así una vez que la pareja sale del templo, pero el infiel por lo menos lo pone por escrito. Además, el matrimonio debe ser aprobado previamente por las autoridades eclesiásticas una vez que se cuenta con dicha concesión.

    Teniendo esta opción, opté mejor por lo contrario. Le propuse a mi futura esposa seguir adelante con el proceso de mi Eucaristía y Confirmación (teniendo ya 28 años cumplidos) para tener la boda dentro de la Iglesia como si fuera católico, aprovechando mi bautizo. Esto lo hice principalmente para procurar que en la boda los protagonistas fuéramos nosotros dos, en vez de mi ateísmo. Obviamente, ella tendría que ser mi cómplice en mantener anónimo mi ateísmo durante el trámite (y ante su hermano sacerdote, que fue quién nos casó), y yo no haría ni una pizca más de lo absolutamente necesario para guardar las apariencias (me rehusé a confesarme, por ejemplo).

    Una amiga de ella, que es catecista y que se convirtió en amiga mía también, me ayudó con mi “preparación”. Esta amiga ignoraba (y todavía ignora, hasta donde sé) que yo soy ateo. Esta parte es muy molesta para mí, pero no había manera de ser completamente honesto sin poner en juego todo. Afortunadamente, ella siempre supuso que yo era creyente y nunca preguntó directamente si lo era. Si hubiera preguntado seguramente le habría dicho todo y es muy probable (y comprensible) que no hubiera aceptado ayudarme con mi preparación después de eso. Quisiera algún día aclarar todo y seguramente lo haré, pero no he decidido cuándo ni cómo. Como el lector sospechará, por otro lado, abusar cínicamente del sistema de la Iglesia Católica para poder casarme me tiene sin cuidado.

En Conclusión

Decidí escribir de esto porque me ayuda a desahogarme, y probablemente sea un primer paso hacia una mayor apertura acerca de mi ateísmo. Además, es un hecho que miles o quizá de millones de personas que estadísticamente cuentan como católicas realmente no lo son, aunque no necesariamente sean ateas.  Por más que escribo en Internet, en la vida diaria soy más bien discreto acerca de mi no-creencia. Pero debo admitir que quisiera participar en activismo en torno al tema, tal como lo son debates, manifestaciones y conferencias. También quisiera dejar de tener que cuidar absolutamente todo lo que digo en público por miedo a ofender a otros. ¡Como si lo que otras personas creen no me ofendiera a mí! Si lo que digo molesta a otros, ése es su problema: ¿quién los manda a creer cosas que no son ciertas?



lunes, 12 de marzo de 2012

Hasta Luego A Un Enano Intelectual

Sobre el “Pensamiento” de Sandoval

Desde hace varias semanas quería escribir esto, pero dificultades de salud y de horarios me han estado limitando en mis publicaciones. Sin embargo, creo que es útil y apropiado decir algunas palabras acerca del pequeño alivio que hemos tenido los tapatíos en cuanto a la contaminación intelectual cotidiana se refiere.

    Sabrán, estimados lectores, que doy un vistazo general a publicaciones como el Semanario de vez en cuando, a manera de un ejercicio intelectual, para mantener mis habilidades de crítica constantemente entrenadas y mis argumentos actualizados. Esto es tremendamente difícil para mí, y requiero darle latigazos a mi cerebro tan sólo para teclear la dirección de la página en mi navegador de Internet. Sin embargo, el ejercicio intelectual lo vale, y encuentro que frecuentemente estoy más al tanto de la religión que inclusive los que se dicen religiosos. Generalmente se tratan temas de poco interés para mí, pero en el Semanario ocasionalmente salen algunas auténticas joyas del pensamiento mezquino, masoquista y retrógrado que es el de la religión católica. Así que imaginarán mi reacción al momento que el “Cavernal” Sandoval escribió un par de artículos irrisorios (aquí y aquí) acerca de un tema que sí me interesa y del cual—ante riesgo de sonar presumido—estoy bastante bien informado (ciertamente más que él).

    Sin embargo, quisiera no abordar necesariamente el contenido de estas muestras de basura intelectual, sino más bien la razón por la que son basura. Ya dediqué otra publicación, que podrán encontrar aquí, a desmenuzar las falacias en los “argumentos” de este supuesto “pensador”. Más bien, creo que es importante señalar por qué toda la teología es en sí una falacia y por lo tanto condenada al pensamiento equivocado y, por ende, a la falsedad.

    Primeramente, hay que señalar algo que nos indica el estilo de argumentación del cardenal. Le pido al lector enorme paciencia en lo que analizamos un fragmento de uno de sus artículos, reproducido aquí sin interrupciones ni edición. Como contexto agrego que el título de la publicación es “El ateísmo, por ignorancia o soberbia” (la ironía es deliciosa):

“Es una cuestión de vida o muerte para el hombre saber si existe Dios o no, porque en ello va su destino.

    Las Sagradas Escrituras nos dan pistas para investigar, y una de ellas es la Naturaleza. El Libro de la Sabiduría, en el Capítulo XIII, dice: ‘Las obras del Señor, las maravillas del Señor, proclaman su gloria, y por ellas el hombre puede llegar hasta su Creador’.

    San Pablo, en su Carta a los Romanos, en el Capítulo I, dice: ‘Son inexcusables los idólatras, porque, aunque no hayan tenido la Revelación, sí tuvieron ante sus ojos las obras de Dios, y por ellas puede llegar el hombre, razonando, hasta su Hacedor’.

    También San Pablo -que habla en Los Hechos de los Apóstoles de cómo estamos envueltos en Dios- manifiesta: ‘En Él vivimos, nos movemos y existimos’; es decir, que nuestra vida depende, como seres frágiles que somos, de una mano misteriosa que nos envuelve y nos sostiene.

    San Agustín dijo algo verdaderamente importante que nos conduce al camino interior y, tal vez, al camino más apropiado para buscar a Dios… ya sea en tu propio corazón, y qué es lo que tu corazón anhela y desea.

    El mismo San Agustín -quien anduvo muchos años en la búsqueda ansiosa de Dios, de la verdad y la belleza absolutas- afirmó: ‘Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti’.”

    El patrón es claro: citas de diversas fuentes para decir lo mismo que él quiere decir una tras otra. ¿Pero qué tiene de falaz esto? Bien, pues que con el uso de las citas no está creando ni un solo argumento. Esto es que no hay premisas, ni silogismos, ni aclaración de falacias aparentes, ni nada; tan solo llega a su conclusión desde el primer párrafo y luego cita a muchas personas “importantes” que dijeron lo mismo que él hace muchos años. Para ilustrar mejor el problema, consideremos un “argumento” que va así:

1. Yo soy Fulanito y digo que “X”.
2. Hace muchos años, el sabio Sutanito dijo “X” también.
3. Aún antes de eso Menganito, que es muy listo, dijo que “X” también.
4. Más años atrás de eso, Perenganito, que es mi ídolo, dijo “X” y hasta lo dijo dos veces y por escrito.
5. Por lo tanto, “X” es cierto y yo tengo razón.

    Nada tiene de malo citar autoridades en un argumento; el problema es cuando se hace para evitar un argumento o cuando no son realmente autoridades (más acerca de este punto más adelante). Consideremos, entonces, una estructura distinta, quizás así:

1. Menganito, que es un experto, dijo “A”.
2. Sutanito, que también sabe del tema, dijo “Si A, entonces B”.
3. Perenganito, que no es nada tonto, dijo “Si B, podemos descartar C y D para deducir E”.
4. … y así sucesivamente, hasta que llegamos a que:
5. Yo, Fulanito, concluyo entonces que “X”.

    ¡Mucho mejor! Notemos, también, que podemos quitar por completo todas las menciones de nombres y posiciones de autoridad, y aun así la conclusión “X” está sustentada por una cadena de pensamiento. Claro, ésta cadena todavía podría contener errores, pero por lo menos la elemental falacia de autoridad ha sido evitada.

*   *   *

Y ahora el punto más importante, que es el que más quiero subrayar en este artículo: ¿y quién dice que estos pensadores son autoridades?  Verán, cuando nos dicen que ocho de cada diez dentistas recomiendan la pasta de dientes Z, lo aceptamos sin consideración mayor.  Pero si nos dicen que ocho de cada diez dentistas recomiendan el jabón Y, entonces algo está mal.  ¿Qué tienen que decir los teólogos acerca de cómo funciona la realidad?  ¿Qué observaciones, hipótesis, experimentos y conclusiones han formulado para sustentar sus “conocimientos”? Y más importante, ¿cómo podemos verificar que lo que dicen sea no solo bonito, sino cierto?

    Ejemplifico: si un cardiólogo me dice que sabe y entiende más de cardiología de lo que yo siquiera imagino, y que por dicho conocimiento sofisticado es una autoridad en la materia ante mí, le creo.  No porque simplemente sea su palabra, sino porque el tipo abre personas por el pecho, saca el corazón, lo arregla, lo vuelve a acomodar en su lugar, los cose y quedan como nuevos.  Esa es una demostración de conocimiento y justificación de autoridad que hasta un aprendiz de plomero podría hacer en su materia.  ¿Qué pueden hacer los teólogos, así sean el mismísimo San Agustín, que se aproxime siquiera remotamente a esto?

    Verán, la teología es realmente un argumento circular desde la ignorancia, en el que se asume la conclusión en las premisas: primero se da por hecho que Dios existe y se sigue desde ahí.  Sin embargo, hacen una serie de saltos lógicos que lo dejan a uno atónito si está poniendo tan solo un poco de atención y cuenta siquiera con lógica intuitiva: primero, asumen que Dios existe (lo que ya de por sí demuestra que no han investigado mucho la cuestión); luego, que es el Dios de la Biblia; después, que la Biblia es una representación confiable del carácter y naturaleza de Dios; y entonces, suponen que la “interpretan” correctamente—lo cuál es sumamente dudoso dado el hecho que todas las distintas ramas del cristianismo afirman que ellos tienen la interpretación correcta, y que son todos los demás los que están mal.

    ¿Y cuánto tiempo del currículum se dedica en seminarios a lavar el cerebro de los estudiosos para ignorar estos problemitas?  Aparentemente, no mucho; poco preocupa a un creyente que otros crean algo distinto y, por lo tanto, que alguien definitivamente esté creyendo algo falso.  En vez de enfrentar el hecho de que su estudio es el estudio de fabricaciones e inventos circulares, prefieren dar virtud a su credulidad y pereza intelectual llamándola “fe”.

    Pues yo no tengo fe, y creo que quienes consideren estas cuestiones y la sigan teniendo están siendo fundamentalmente deshonestos y con ello contribuyen a gran parte de los males que nos aquejan como sociedad y civilización.  Debido a la “fe” de las personas, estamos desperdiciando valiosísimos recursos económicos y legales en debatir no-problemas como el aborto, la homosexualidad y derechos reproductivos elementales.  Mientras tanto, los problemas realmente difíciles como el control de población, el calentamiento global y el apropiado tamaño y rol del gobierno quedan en lista de espera.  ¡Y además se nos dice que debemos respetar esto!

*   *   *

    Bien, pues hemos sido librados, por lo menos temporalmente, de este tipo de “pensamiento” y sus consecuencias con la partida de Juan Sandoval hacia su retiro.  Sin embargo, escogí las palabras “hasta luego” y no adiós por la alta influencia que este nefasto personaje tiene todavía en nuestra vida pública—particularmente en círculos políticos—y no me sorprendería en lo más mínimo que volviéramos a oír de él.  Además, en su lugar todavía quedan muchos que estarán promoviendo el mismo no-pensamiento para avanzar su agenda.  Aún así, es un alivio que esta persona ya no esté en los reflectores y, me atrevo a decir, el mundo es un poquito mejor gracias a eso.



martes, 6 de marzo de 2012

Levítico: ¿Así, o más primitivo?

 

images[1] La mayoría de las personas que se dicen creyentes en Dios, al ser cuestionadas sobre las cosas que sustentan su creencia, hacen referencia a uno u otro libro supuestamente sagrado. Éste libro, se nos dice, es de lo mejor que se ha escrito en toda la historia, pues ha sido inspirado—si no es que dictado—directamente por quien creen es el Supremo Creador del Universo. Es sumamente irónico, entonces, que muchos de estos creyentes nunca hayan leído dicho libro, sobre todo entre las distintas ramas del cristianismo. Inclusive la lectura más somera revelará centenas de errores y absurdos científicos e históricos y, ante todo, morales. Demos, pues, un breve repaso de lo que corresponde al tercer libro del Pentateuco: Levítico.

Primera Parte: A Dios le Gusta el Olor a Quemado

Desde el primer capítulo, se nos presenta el concepto de un “chivo expiatorio”: aquel animal, usualmente de ganado vacuno u ovino, que se sacrificará degollándolo, descuartizándolo y quemándolo para purificar la ofensa de alguien más (de aquí viene el término “holocausto”).  Esto, se nos dice, es porque a Dios le gusta el olor a carne quemada.  Cuál es precisamente el mecanismo en que el pecado queda absuelto queda en misterio; ¿pudiera ser acaso un químico como el dióxido de carbono que provoca una reacción en Dios y hace que perdone?  Básicamente, los primeros siete capítulos hablan de cómo cortar animalitos en pedazos y quemarlos.  ¡Divino!

     ¿En qué situaciones debe hacerse un sacrificio?  En el capítulo 4 encontramos lo siguiente:

4:12: “Cuando una persona de la comunidad del pueblo peque por un error contraviniendo alguno de los preceptos del Señor de cosas que no deben hacerse, de tal manera que cometa una falta…”

     Básicamente, son para todo.  Cabe mencionar que ciertas ofensas, como robar, requieren alguna reparación del daño además del sacrificio del animal.

     Pero lo más interesante son las implicaciones morales de dicho holocausto, sobre todo pensando en que dentro de unas docenas de libros nos toparemos con el chivo expiatorio humano que es Cristo, así que vale la pena cavilar sobre el tema.  ¿Qué se logra, moralmente hablando, con castigar a un ser por las infracciones de otro?  ¿Qué tan justa es esta acción?  ¿De qué manera “borra” o “corrige” la ofensa que se hizo?  Supongamos, por ejemplo, que un israelita cocina a una cabrito en la leche de su madre, desafiando la prohibición al respecto que aparece en Éxodo.  Dado que esto es una ofensa para Dios y Él es un tirano monstruoso—como ya vimos en los dos libros anteriores—, pudiera ser que castigue a la persona con alguna plaga, la muerte de su primogénito o convertirlo en una pila de sal.  Es curioso, entonces, que después de varias generaciones de hacer justo esto, cambie de opinión y esté dispuesto a olvidarlo todo por oler el humo que emana de tripas de animal quemadas.  Saldo final: un cabrito hervido en la leche de su madre y otro (quizá la madre cabra) destazada y quemada.  ¡Dios podría ser más eficiente! 

     ¿Qué tal, por ejemplo, perdonar al individuo y ya?  ¿No sería eso bueno?  ¿Qué tal desechar preceptos tan primitivos y estúpidos por completo en primer lugar, y darle libertad a las personas?  Este es un tema de suma importancia por anteceder al holocausto de Cristo algunas generaciones después, situación en la que Dios pudo ahorrarnos a todos el cristianismo si tan solo dejara las cosas ir y perdonara; en vez de eso, se sacrifica a sí mismo, para sí mismo, nos dice que es por los pecados de nosotros, y lo anota a nuestra cuenta.  ¿Y cómo repara esto algún daño?  ¿Cómo revive esto al asesinado?  ¿Cómo devuelve lo robado?  ¿Cómo restituye a lo violado?  ¿Cómo se hace responsable al infractor en cualquier capacidad? “No es necesario,” dice el cristianismo, “todo estará bien porque matamos a alguien que no tenía nada que ver.”  Quien diga que esto es un modelo de moral, no sabe qué es la moral y no merece ser llamado “humano”.

Segunda Parte: Un Poco Sobre los Sacerdotes

Los siguientes capítulos nos muestran algunas de las normas que regían la consagración, derechos y deberes sacerdotales.  Si bien resulta una lectura algo tediosa, hay dos elementos que saltan a la vista: primero, la mención de las piedras Urin y Tumin, que desde esos tiempos se consideraba daban poderes de adivinación a quien las portara.  Son estas piedras (o piedras como ellas) las que supuestamente usaría el charlatán Joseph Smith para interpretar las placas de oro divinas tantos años más tarde y fundar así el mormonismo.

     En segundo lugar, hay un pasaje vago en el que los hijos de Aarón, sacerdote principal de los israelitas y hermano de Moisés, pusieron ante el Señor “fuego profano” (Capítulo 10).  Acto seguido y sin más explicaciones, Dios los mató, para variar.

Tercera Parte: Reglas de Pureza

La parte más extensa de Levítico es ésta, y es aquí donde aparecen gran cantidad de edictos de Dios hacia los israelitas.  La gran mayoría nos parecerían de suma trivialidad o primitivismo.  He aquí algunos ejemplos:

  • Entre las aves impuras se encuentran águilas, buitres, cuervos, avestruces, lechuzas, gaviotas y gavilanes, búhos, cisnes y murciélagos (11:13).
  • Entre los reptiles impuros tenemos a las comadrejas, ratones, ranas, erizos, lagartos, caracoles, babosas y topos. (11:29).
  • Prohibidos los tatuajes (19:28).
  • Prohibida la carne de cerdo (11:4)

SI bien estos versos delatan la ignorancia del autor (y, necesariamente, la de Dios también), los versos misóginos son los que más delatan el origen no solamente humano de las escrituras, sino masculino:

  • Cuando una mujer da a luz a un niño, queda impura durante 40 días más; si es niña, quedará impura durante un total de 66 días (Capítulo 12).
  • La mujer es impura durante su menstruación, se le debe apartar durante 7 días y nadie puede tocarla (15:18).
  • Si algún hombre ocupa carnalmente a una mujer (de veras, así dice), la cual es esclava, y desposada a otro, pero no rescatada ni liberada, les darán azotes a los dos, pero no sufrirán la pena de muerte porque ella no era una mujer libre (19:20).

Finalmente, se nos hace notar varias penas de muerte en los capítulos 20 y 21:

  • Muerte por adulterio para los dos.
  • Muerte por homosexualidad.
  • Muerte por tener como mujer a madre e hija, y a ellas también (todos quemados vivos).
  • Muerte al que fornique con un animal, y al animal también (vaya sorpresa).
  • Muerte al que copule con una mujer menstruante y a ella también.
  • Si la hija de un sacerdote es sorprendida fornicando con un hombre, deshonra el nombre de su padre y debe ser quemada viva.
  • Muerte por blasfemia (lapidación).

Se agrega de manera algo superflua, en el capítulo 26, que si no se obedece a Dios, los castigará con siete calamidades hasta que se coman a sus hijos y sus hijas.  ¡Ah, pero Dios es amor!