El sábado 20 de agosto del año pasado me casé en un templo católico con una mujer católica. Para los lectores no tan frecuentes, esto pudiera ser desconcertante. La mayor parte de lo que escribo es en contra de la religión, y el catolicismo ha sido el blanco particular de mucho de eso. Más aun, el lector recordará que, para poder pasar por tal ritual, debí estar apropiadamente confirmado dentro de la religión, o por lo menos llevar un rito distinto en caso de no estarlo. Aquí les puedo confirmar que, efectivamente, estoy bautizado y confirmado en la Iglesia Católica (no tienen idea de lo difícil que es admitirlo) y que es algo que medito todos los días de mi vida.
El Abuso Que Es El Bautizo
Cuando tenía unos seis o siete años, se me dio la opción de ir al catecismo para poder hacer mi Primera Comunión (celebración conocida más formalmente como Eucaristía). Inclusive desde esa edad ya me había identificado como un no-creyente, y especialmente como un no-católico. Le dije enfáticamente a mi madre, que hizo la propuesta, que no lo haría porque no creía en esas cosas. Agregué, además, que ni siquiera estaba bautizado y por lo tanto no era procedente la comunión. Fue entonces que ella me dijo que sí había sido bautizado cuando era un bebé. Me mostró los documentos que avalaban mi bautizo, y recuerdo haberme molestado mucho.
Mi padre y mi madre no son personas religiosas en lo absoluto. Alguna vez mi madre se consideró católica, pero dudo que lo siga siendo dadas sus posiciones tan radicalmente opuestas a la Iglesia y su laicidad evidente. Mi padre definitivamente es ateo. Por lo tanto, hubiera pensado que les parecería obvio que bautizar a un bebé es algo abusivo, que marca para siempre al niño en cuestión poniéndole una etiqueta que sólo se debería adoptar personalmente en edad adulta. No existe tal cosa como un bebé católico, musulmán o judío. Para ilustrar este concepto, basta con pensar en un bebé objetivista, marxista o kantiano. Absurdo. ¿Y qué pensaríamos de los padres que pusieran tales etiquetas a sus hijos? Ciertamente, ésta es una forma de abuso infantil. Puedo entender por qué mi madre, siendo católica en aquel entonces, hubiera querido bautizarme. Pero dudo que, siendo como ella es hoy, lo volviera a hacer. Por qué mi padre no se opuso, o si lo hizo pero no lo suficiente, no lo sé.
Desde aquella temprana edad, el bautizo ha sido una marca que he deseado no tener, tratando de racionalizarlo con pensamientos como “es sólo un papel” o “basta con no creer y ya”. Y aunque la Iglesia Católica no es para nada una autoridad de ningún tipo ante mí, me molesta que en algún lado algún burócrata violador de niños en El Vaticano me esté contando como uno de ellos. ¿Pero qué se puede hacer? He encontrado algunos textos en la Web, principalmente de origen español, que hablan de la Apostasía como un trámite posible para gente como yo. Básicamente, consta en solicitar a la Iglesia la baja de su padrón de fieles mediante una anotación en el libro de bautizos donde está uno. En mi caso sería algo engorroso, ya que el trámite se hace en persona y vivo en una ciudad distinta a la que fui bautizado, y viajar no es tan fácil como para darme una vuelta y solicitar mi baja. Sin embargo, presiento que algún día lo acabaré haciendo.
La Dama en Cuestión
En México la gran mayoría de las personas son católicas. Ese número ha ido a la baja desde 98% en los 60 hasta apenas 82% el día de hoy, pero siguen siendo una abrumadora mayoría. El número de ateos es difícil de estimar, pero suele considerarse en menos de 5%. Por lo tanto, dos personas que se conocen tienen una alta probabilidad de ser de la misma religión y que además esa religión sea la católica. Así que, siendo miembro de una minoría tan reducida, casi todas las mujeres que he conocido han sido católicas. Desde que conocí a mi actual esposa le hice saber que era ateo, y ella me dejó claro que era una católica seria (a diferencia de tantos mexicanos que se identifican como católicos pero son esencialmente laicos). Inclusive uno de sus hermanos es sacerdote católico. En fin, eso no detuvo que comenzáramos un noviazgo y decidiéramos casarnos.
Y aquí tomé una decisión sumamente difícil. Es posible, dentro de los ritos de matrimonio católicos, que uno de los contrayentes no sea de la fe. Sin embargo, para que el matrimonio proceda, debe renunciar por escrito a su fe al momento de casarse para efectos de la educación de los hijos. Obviamente, la Iglesia no tiene manera efectiva de asegurarse que esto vaya a ser así una vez que la pareja sale del templo, pero el infiel por lo menos lo pone por escrito. Además, el matrimonio debe ser aprobado previamente por las autoridades eclesiásticas una vez que se cuenta con dicha concesión.
Teniendo esta opción, opté mejor por lo contrario. Le propuse a mi futura esposa seguir adelante con el proceso de mi Eucaristía y Confirmación (teniendo ya 28 años cumplidos) para tener la boda dentro de la Iglesia como si fuera católico, aprovechando mi bautizo. Esto lo hice principalmente para procurar que en la boda los protagonistas fuéramos nosotros dos, en vez de mi ateísmo. Obviamente, ella tendría que ser mi cómplice en mantener anónimo mi ateísmo durante el trámite (y ante su hermano sacerdote, que fue quién nos casó), y yo no haría ni una pizca más de lo absolutamente necesario para guardar las apariencias (me rehusé a confesarme, por ejemplo).
Una amiga de ella, que es catecista y que se convirtió en amiga mía también, me ayudó con mi “preparación”. Esta amiga ignoraba (y todavía ignora, hasta donde sé) que yo soy ateo. Esta parte es muy molesta para mí, pero no había manera de ser completamente honesto sin poner en juego todo. Afortunadamente, ella siempre supuso que yo era creyente y nunca preguntó directamente si lo era. Si hubiera preguntado seguramente le habría dicho todo y es muy probable (y comprensible) que no hubiera aceptado ayudarme con mi preparación después de eso. Quisiera algún día aclarar todo y seguramente lo haré, pero no he decidido cuándo ni cómo. Como el lector sospechará, por otro lado, abusar cínicamente del sistema de la Iglesia Católica para poder casarme me tiene sin cuidado.
En Conclusión
Decidí escribir de esto porque me ayuda a desahogarme, y probablemente sea un primer paso hacia una mayor apertura acerca de mi ateísmo. Además, es un hecho que miles o quizá de millones de personas que estadísticamente cuentan como católicas realmente no lo son, aunque no necesariamente sean ateas. Por más que escribo en Internet, en la vida diaria soy más bien discreto acerca de mi no-creencia. Pero debo admitir que quisiera participar en activismo en torno al tema, tal como lo son debates, manifestaciones y conferencias. También quisiera dejar de tener que cuidar absolutamente todo lo que digo en público por miedo a ofender a otros. ¡Como si lo que otras personas creen no me ofendiera a mí! Si lo que digo molesta a otros, ése es su problema: ¿quién los manda a creer cosas que no son ciertas?