martes, 6 de marzo de 2012

Levítico: ¿Así, o más primitivo?

 

images[1] La mayoría de las personas que se dicen creyentes en Dios, al ser cuestionadas sobre las cosas que sustentan su creencia, hacen referencia a uno u otro libro supuestamente sagrado. Éste libro, se nos dice, es de lo mejor que se ha escrito en toda la historia, pues ha sido inspirado—si no es que dictado—directamente por quien creen es el Supremo Creador del Universo. Es sumamente irónico, entonces, que muchos de estos creyentes nunca hayan leído dicho libro, sobre todo entre las distintas ramas del cristianismo. Inclusive la lectura más somera revelará centenas de errores y absurdos científicos e históricos y, ante todo, morales. Demos, pues, un breve repaso de lo que corresponde al tercer libro del Pentateuco: Levítico.

Primera Parte: A Dios le Gusta el Olor a Quemado

Desde el primer capítulo, se nos presenta el concepto de un “chivo expiatorio”: aquel animal, usualmente de ganado vacuno u ovino, que se sacrificará degollándolo, descuartizándolo y quemándolo para purificar la ofensa de alguien más (de aquí viene el término “holocausto”).  Esto, se nos dice, es porque a Dios le gusta el olor a carne quemada.  Cuál es precisamente el mecanismo en que el pecado queda absuelto queda en misterio; ¿pudiera ser acaso un químico como el dióxido de carbono que provoca una reacción en Dios y hace que perdone?  Básicamente, los primeros siete capítulos hablan de cómo cortar animalitos en pedazos y quemarlos.  ¡Divino!

     ¿En qué situaciones debe hacerse un sacrificio?  En el capítulo 4 encontramos lo siguiente:

4:12: “Cuando una persona de la comunidad del pueblo peque por un error contraviniendo alguno de los preceptos del Señor de cosas que no deben hacerse, de tal manera que cometa una falta…”

     Básicamente, son para todo.  Cabe mencionar que ciertas ofensas, como robar, requieren alguna reparación del daño además del sacrificio del animal.

     Pero lo más interesante son las implicaciones morales de dicho holocausto, sobre todo pensando en que dentro de unas docenas de libros nos toparemos con el chivo expiatorio humano que es Cristo, así que vale la pena cavilar sobre el tema.  ¿Qué se logra, moralmente hablando, con castigar a un ser por las infracciones de otro?  ¿Qué tan justa es esta acción?  ¿De qué manera “borra” o “corrige” la ofensa que se hizo?  Supongamos, por ejemplo, que un israelita cocina a una cabrito en la leche de su madre, desafiando la prohibición al respecto que aparece en Éxodo.  Dado que esto es una ofensa para Dios y Él es un tirano monstruoso—como ya vimos en los dos libros anteriores—, pudiera ser que castigue a la persona con alguna plaga, la muerte de su primogénito o convertirlo en una pila de sal.  Es curioso, entonces, que después de varias generaciones de hacer justo esto, cambie de opinión y esté dispuesto a olvidarlo todo por oler el humo que emana de tripas de animal quemadas.  Saldo final: un cabrito hervido en la leche de su madre y otro (quizá la madre cabra) destazada y quemada.  ¡Dios podría ser más eficiente! 

     ¿Qué tal, por ejemplo, perdonar al individuo y ya?  ¿No sería eso bueno?  ¿Qué tal desechar preceptos tan primitivos y estúpidos por completo en primer lugar, y darle libertad a las personas?  Este es un tema de suma importancia por anteceder al holocausto de Cristo algunas generaciones después, situación en la que Dios pudo ahorrarnos a todos el cristianismo si tan solo dejara las cosas ir y perdonara; en vez de eso, se sacrifica a sí mismo, para sí mismo, nos dice que es por los pecados de nosotros, y lo anota a nuestra cuenta.  ¿Y cómo repara esto algún daño?  ¿Cómo revive esto al asesinado?  ¿Cómo devuelve lo robado?  ¿Cómo restituye a lo violado?  ¿Cómo se hace responsable al infractor en cualquier capacidad? “No es necesario,” dice el cristianismo, “todo estará bien porque matamos a alguien que no tenía nada que ver.”  Quien diga que esto es un modelo de moral, no sabe qué es la moral y no merece ser llamado “humano”.

Segunda Parte: Un Poco Sobre los Sacerdotes

Los siguientes capítulos nos muestran algunas de las normas que regían la consagración, derechos y deberes sacerdotales.  Si bien resulta una lectura algo tediosa, hay dos elementos que saltan a la vista: primero, la mención de las piedras Urin y Tumin, que desde esos tiempos se consideraba daban poderes de adivinación a quien las portara.  Son estas piedras (o piedras como ellas) las que supuestamente usaría el charlatán Joseph Smith para interpretar las placas de oro divinas tantos años más tarde y fundar así el mormonismo.

     En segundo lugar, hay un pasaje vago en el que los hijos de Aarón, sacerdote principal de los israelitas y hermano de Moisés, pusieron ante el Señor “fuego profano” (Capítulo 10).  Acto seguido y sin más explicaciones, Dios los mató, para variar.

Tercera Parte: Reglas de Pureza

La parte más extensa de Levítico es ésta, y es aquí donde aparecen gran cantidad de edictos de Dios hacia los israelitas.  La gran mayoría nos parecerían de suma trivialidad o primitivismo.  He aquí algunos ejemplos:

  • Entre las aves impuras se encuentran águilas, buitres, cuervos, avestruces, lechuzas, gaviotas y gavilanes, búhos, cisnes y murciélagos (11:13).
  • Entre los reptiles impuros tenemos a las comadrejas, ratones, ranas, erizos, lagartos, caracoles, babosas y topos. (11:29).
  • Prohibidos los tatuajes (19:28).
  • Prohibida la carne de cerdo (11:4)

SI bien estos versos delatan la ignorancia del autor (y, necesariamente, la de Dios también), los versos misóginos son los que más delatan el origen no solamente humano de las escrituras, sino masculino:

  • Cuando una mujer da a luz a un niño, queda impura durante 40 días más; si es niña, quedará impura durante un total de 66 días (Capítulo 12).
  • La mujer es impura durante su menstruación, se le debe apartar durante 7 días y nadie puede tocarla (15:18).
  • Si algún hombre ocupa carnalmente a una mujer (de veras, así dice), la cual es esclava, y desposada a otro, pero no rescatada ni liberada, les darán azotes a los dos, pero no sufrirán la pena de muerte porque ella no era una mujer libre (19:20).

Finalmente, se nos hace notar varias penas de muerte en los capítulos 20 y 21:

  • Muerte por adulterio para los dos.
  • Muerte por homosexualidad.
  • Muerte por tener como mujer a madre e hija, y a ellas también (todos quemados vivos).
  • Muerte al que fornique con un animal, y al animal también (vaya sorpresa).
  • Muerte al que copule con una mujer menstruante y a ella también.
  • Si la hija de un sacerdote es sorprendida fornicando con un hombre, deshonra el nombre de su padre y debe ser quemada viva.
  • Muerte por blasfemia (lapidación).

Se agrega de manera algo superflua, en el capítulo 26, que si no se obedece a Dios, los castigará con siete calamidades hasta que se coman a sus hijos y sus hijas.  ¡Ah, pero Dios es amor!