Sobre el “Pensamiento” de Sandoval
Desde hace varias semanas quería escribir esto, pero dificultades de salud y de horarios me han estado limitando en mis publicaciones. Sin embargo, creo que es útil y apropiado decir algunas palabras acerca del pequeño alivio que hemos tenido los tapatíos en cuanto a la contaminación intelectual cotidiana se refiere.
Sabrán, estimados lectores, que doy un vistazo general a publicaciones como el Semanario de vez en cuando, a manera de un ejercicio intelectual, para mantener mis habilidades de crítica constantemente entrenadas y mis argumentos actualizados. Esto es tremendamente difícil para mí, y requiero darle latigazos a mi cerebro tan sólo para teclear la dirección de la página en mi navegador de Internet. Sin embargo, el ejercicio intelectual lo vale, y encuentro que frecuentemente estoy más al tanto de la religión que inclusive los que se dicen religiosos. Generalmente se tratan temas de poco interés para mí, pero en el Semanario ocasionalmente salen algunas auténticas joyas del pensamiento mezquino, masoquista y retrógrado que es el de la religión católica. Así que imaginarán mi reacción al momento que el “Cavernal” Sandoval escribió un par de artículos irrisorios (aquí y aquí) acerca de un tema que sí me interesa y del cual—ante riesgo de sonar presumido—estoy bastante bien informado (ciertamente más que él).
Sin embargo, quisiera no abordar necesariamente el contenido de estas muestras de basura intelectual, sino más bien la razón por la que son basura. Ya dediqué otra publicación, que podrán encontrar aquí, a desmenuzar las falacias en los “argumentos” de este supuesto “pensador”. Más bien, creo que es importante señalar por qué toda la teología es en sí una falacia y por lo tanto condenada al pensamiento equivocado y, por ende, a la falsedad.
Primeramente, hay que señalar algo que nos indica el estilo de argumentación del cardenal. Le pido al lector enorme paciencia en lo que analizamos un fragmento de uno de sus artículos, reproducido aquí sin interrupciones ni edición. Como contexto agrego que el título de la publicación es “El ateísmo, por ignorancia o soberbia” (la ironía es deliciosa):
“Es una cuestión de vida o muerte para el hombre saber si existe Dios o no, porque en ello va su destino.
Las Sagradas Escrituras nos dan pistas para investigar, y una de ellas es la Naturaleza. El Libro de la Sabiduría, en el Capítulo XIII, dice: ‘Las obras del Señor, las maravillas del Señor, proclaman su gloria, y por ellas el hombre puede llegar hasta su Creador’.
San Pablo, en su Carta a los Romanos, en el Capítulo I, dice: ‘Son inexcusables los idólatras, porque, aunque no hayan tenido la Revelación, sí tuvieron ante sus ojos las obras de Dios, y por ellas puede llegar el hombre, razonando, hasta su Hacedor’.
También San Pablo -que habla en Los Hechos de los Apóstoles de cómo estamos envueltos en Dios- manifiesta: ‘En Él vivimos, nos movemos y existimos’; es decir, que nuestra vida depende, como seres frágiles que somos, de una mano misteriosa que nos envuelve y nos sostiene.
San Agustín dijo algo verdaderamente importante que nos conduce al camino interior y, tal vez, al camino más apropiado para buscar a Dios… ya sea en tu propio corazón, y qué es lo que tu corazón anhela y desea.
El mismo San Agustín -quien anduvo muchos años en la búsqueda ansiosa de Dios, de la verdad y la belleza absolutas- afirmó: ‘Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti’.”
El patrón es claro: citas de diversas fuentes para decir lo mismo que él quiere decir una tras otra. ¿Pero qué tiene de falaz esto? Bien, pues que con el uso de las citas no está creando ni un solo argumento. Esto es que no hay premisas, ni silogismos, ni aclaración de falacias aparentes, ni nada; tan solo llega a su conclusión desde el primer párrafo y luego cita a muchas personas “importantes” que dijeron lo mismo que él hace muchos años. Para ilustrar mejor el problema, consideremos un “argumento” que va así:
1. Yo soy Fulanito y digo que “X”.
2. Hace muchos años, el sabio Sutanito dijo “X” también.
3. Aún antes de eso Menganito, que es muy listo, dijo que “X” también.
4. Más años atrás de eso, Perenganito, que es mi ídolo, dijo “X” y hasta lo dijo dos veces y por escrito.
5. Por lo tanto, “X” es cierto y yo tengo razón.
Nada tiene de malo citar autoridades en un argumento; el problema es cuando se hace para evitar un argumento o cuando no son realmente autoridades (más acerca de este punto más adelante). Consideremos, entonces, una estructura distinta, quizás así:
1. Menganito, que es un experto, dijo “A”.
2. Sutanito, que también sabe del tema, dijo “Si A, entonces B”.
3. Perenganito, que no es nada tonto, dijo “Si B, podemos descartar C y D para deducir E”.
4. … y así sucesivamente, hasta que llegamos a que:
5. Yo, Fulanito, concluyo entonces que “X”.
¡Mucho mejor! Notemos, también, que podemos quitar por completo todas las menciones de nombres y posiciones de autoridad, y aun así la conclusión “X” está sustentada por una cadena de pensamiento. Claro, ésta cadena todavía podría contener errores, pero por lo menos la elemental falacia de autoridad ha sido evitada.
* * *
Y ahora el punto más importante, que es el que más quiero subrayar en este artículo: ¿y quién dice que estos pensadores son autoridades? Verán, cuando nos dicen que ocho de cada diez dentistas recomiendan la pasta de dientes Z, lo aceptamos sin consideración mayor. Pero si nos dicen que ocho de cada diez dentistas recomiendan el jabón Y, entonces algo está mal. ¿Qué tienen que decir los teólogos acerca de cómo funciona la realidad? ¿Qué observaciones, hipótesis, experimentos y conclusiones han formulado para sustentar sus “conocimientos”? Y más importante, ¿cómo podemos verificar que lo que dicen sea no solo bonito, sino cierto?
Ejemplifico: si un cardiólogo me dice que sabe y entiende más de cardiología de lo que yo siquiera imagino, y que por dicho conocimiento sofisticado es una autoridad en la materia ante mí, le creo. No porque simplemente sea su palabra, sino porque el tipo abre personas por el pecho, saca el corazón, lo arregla, lo vuelve a acomodar en su lugar, los cose y quedan como nuevos. Esa es una demostración de conocimiento y justificación de autoridad que hasta un aprendiz de plomero podría hacer en su materia. ¿Qué pueden hacer los teólogos, así sean el mismísimo San Agustín, que se aproxime siquiera remotamente a esto?
Verán, la teología es realmente un argumento circular desde la ignorancia, en el que se asume la conclusión en las premisas: primero se da por hecho que Dios existe y se sigue desde ahí. Sin embargo, hacen una serie de saltos lógicos que lo dejan a uno atónito si está poniendo tan solo un poco de atención y cuenta siquiera con lógica intuitiva: primero, asumen que Dios existe (lo que ya de por sí demuestra que no han investigado mucho la cuestión); luego, que es el Dios de la Biblia; después, que la Biblia es una representación confiable del carácter y naturaleza de Dios; y entonces, suponen que la “interpretan” correctamente—lo cuál es sumamente dudoso dado el hecho que todas las distintas ramas del cristianismo afirman que ellos tienen la interpretación correcta, y que son todos los demás los que están mal.
¿Y cuánto tiempo del currículum se dedica en seminarios a lavar el cerebro de los estudiosos para ignorar estos problemitas? Aparentemente, no mucho; poco preocupa a un creyente que otros crean algo distinto y, por lo tanto, que alguien definitivamente esté creyendo algo falso. En vez de enfrentar el hecho de que su estudio es el estudio de fabricaciones e inventos circulares, prefieren dar virtud a su credulidad y pereza intelectual llamándola “fe”.
Pues yo no tengo fe, y creo que quienes consideren estas cuestiones y la sigan teniendo están siendo fundamentalmente deshonestos y con ello contribuyen a gran parte de los males que nos aquejan como sociedad y civilización. Debido a la “fe” de las personas, estamos desperdiciando valiosísimos recursos económicos y legales en debatir no-problemas como el aborto, la homosexualidad y derechos reproductivos elementales. Mientras tanto, los problemas realmente difíciles como el control de población, el calentamiento global y el apropiado tamaño y rol del gobierno quedan en lista de espera. ¡Y además se nos dice que debemos respetar esto!
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Bien, pues hemos sido librados, por lo menos temporalmente, de este tipo de “pensamiento” y sus consecuencias con la partida de Juan Sandoval hacia su retiro. Sin embargo, escogí las palabras “hasta luego” y no adiós por la alta influencia que este nefasto personaje tiene todavía en nuestra vida pública—particularmente en círculos políticos—y no me sorprendería en lo más mínimo que volviéramos a oír de él. Además, en su lugar todavía quedan muchos que estarán promoviendo el mismo no-pensamiento para avanzar su agenda. Aún así, es un alivio que esta persona ya no esté en los reflectores y, me atrevo a decir, el mundo es un poquito mejor gracias a eso.