sábado, 21 de enero de 2012

El Cardenal, Ignorante y Soberbio

 

interview-juan-sandoval-14[1] En su pasada columna editorial que escribe en el Semanario, el cardenal (sí, con minúscula) Juan Sandoval Íñiguez ahora arremetió contra los ateos, o lo que él cree que son.  Consistente con su estilo, el cardenal evidenció una mente cerrada y vacua al tratar el tema.  Si bien no pude resistir dejar un comentario en el artículo (igual que otra docena de ateos y uno que otro creyente que pasaban por la página también), me moderé mucho en mi discurso por la brevedad del espacio.  Entonces, aquí aprovecharé para entrar en un poco más de detalle.

    Para empezar, nos ofrece su artículo a propósito del tema de “explicar el ateísmo y la no creencia en Dios”.  Con esto, desde el primer párrafo, deja en evidencia que no sabe o no entiende que el ateísmo es la no creencia en Dios (ni más, ni menos).  A continuación, entra en una breve pero no por eso poco desastrosa disertación de lo que para él fue la Ilustración en el siglo XVIII, calificándola de “soberbia intelectual”.  Por si no quedó claro lo último que acabo de escribir, lo repito: el cardenal considera a la Ilustración (Voltaire, Rousseau, Locke, Descartes, Spinoza, el origen de los derechos humanos, el contrato social, la separación de iglesia y estado y otros detalles) como soberbia intelectual. 

    A continuación se lamenta de que, gracias a este terrible movimiento en que la gente se atrevió a pensar, “han florecido ateísmos de toda suerte”.  Ateísmo, para los lectores más frecuentes y los más ilustrados, ya habrá quedado claramente comprendido como la “no-creencia en dios”.  Hablar de “ateísmos” es un sinsentido; o se cree, o no.  Hablar de “ateísmos” es como hablar de muchas maneras de no coleccionar estampas, para usar un ejemplo frecuente entre ateos.

    Después de recordarnos a algunos supuestos “pensadores” de su miope filosofía, llega a lo siguiente:

“Yo, que soy creyente por un favor de Dios, no puedo imaginarme cómo sería la vida de quienes no creen, en un momento de tranquilidad y serenidad. Aunque, claro, están tan ocupados constantemente en las cosas del mundo, en negocios o diversiones, que no les queda tiempo para reflexionar; pero, si tuviesen algún momento de calma, ¿qué significado podría representarles su existencia tan breve, fugaz, efímera, engañosa y, a la postre, tan desilusionante por la ausencia de Dios, cuando se dieran cuenta de que todo lo que fueron logrando y recogiendo en la vida, al momento de su muerte se perderá y se volverá nada?

   ¿Será ésta una existencia digna del hombre, o hay algo más que dé razón a esos anhelos que tiene el corazón del hombre, como vivir, ser, permanecer para siempre, gracias a Dios?”

    En cuanto a la parte de que no puede imaginar como es la vida de un ateo, eso queda sobreentendido desde el primer párrafo de su texto; lo sorprendente hubiera sido que sí.  Sin embargo, a lo que quería llegar es a la noción común que tienen muchos creyentes acerca del “propósito” de una vida humana sin Dios.  Al parecer, la vida no vale nada para estas personas si no es que lo decreta su dictador omnipotente.  ¿Acaso necesitamos a un tirano imaginario para darnos cuenta de que una vida pasada haciendo el bien es buena?  ¿Qué pasaría el día que cambie su opinión y decrete que no vale nada?  Muchos creyentes suelen dar a entender que lo que importa es la vida que sigue, supuestamente en el cielo.  Pero, como dice Paula Kirby en su elocuente artículo acerca de precisamente este tema, no hay ninguna existencia más inane que la que tendría uno en el cielo.  Se le considera un premio a una eternidad de ser un adulador del Gran Líder, sin nada qué hacer para mejorar su condición, por encontrarse ya en una Corea del Norte Celestial, como diría Christopher Hitchens.

    Lo que nos preguntamos los ateos, es cómo puede ser que tantos creyentes  solamente encuentren sentido en su vida como siervos de un amigo, padre o tirano omnipotente.  Es por esto que dichas muestras de sumisión solemos tratarlas con tanto desprecio, y sobre todo cuando se nos sugieren como una alternativa viable para nosotros.  Las palabras anteriores del cardenal, para un ateo, tienen un sonido más o menos así:

¿Qué, acaso no quieres ser esclavo?  ¡Pero si someter tu mente es lo único que le da sentido a tu vida!  Vamos, tan solo deja de pensar, de dudar, de filosofar, y conviértete en un siervo también.  ¿Pero qué, es que acaso quieres ser libre? ¿Dices que te importa la verdad, aunque no te guste?  ¡Carajo, pero eso puede ser difícil y desagradable!  Mira, acá te tengo un libro que dice que nada de eso es necesario: basta con que dejes de pensar, y el Gran Líder se encargará de todo… Además, tiene un bonito parque de diversiones donde puedes pasar la eternidad lamiéndole el culo.  ¿No es grandioso?

    Si bien como ateo le doy significado y propósito a mi vida—yo mismo—, debo reconocer que aun si mi vida fuera de algún modo desprovista de éstos, todavía sería mejor pasada que la del cardenal.