sábado, 15 de junio de 2013

Los Méritos Morales del Ateísmo

Antes que nada, vale la pena hacer una breve aclaración acerca del título de este artículo. Por “ateísmo”, me pudiera referir únicamente a la definición más sencilla, que es la falta de una creencia en cualquier dios. Sin embargo, eso se presta a muchas interpretaciones incorrectas y lleva a discusiones incómodas (inclusive con otros ateos) acerca del significado del ateísmo y quiénes son ateos y quiénes no. Si dejamos la definición en eso, resulta que los bebés, niños pequeños, animales y piedras todos son ateos. No es ese el ateísmo al que me quiero referir aquí. Más bien, me referiré al ateísmo que surge como la conclusión de un proceso de escepticismo acerca del asunto de la existencia de dios.
     Los lectores frecuentes ya estarán habituados a los méritos intelectuales del ateísmo escéptico que tantas veces he descrito en distintos artículos en este espacio. Sin embargo, la crítica principal de los creyentes se suele centrar en las supuestas fallas morales del ateísmo. En sí, el ateísmo en su forma más sencilla es amoral, pues es solamente una conclusión acerca de una mera cuestión intelectual, como concluir que dos más dos son cuatro; pero cuando surge de un proceso crítico, y cuando se da en un entorno hostil a la crítica, y cuando el hecho mismo de llegar a dicha conclusión es sinónimo de osctracismo, resulta que el ateo pasa por un tortuoso proceso de maduración intelectual y emocional. Llegar al final de ese proceso y concluir que dios no existe implica necesariamente una serie de victorias y virtudes morales.

*   *   *

En primer lugar, una premisa implícita en el escepticismo es que la fe no es una virtud. En este punto los creyentes suelen gastar mucho tiempo equivocando el significado de la palabra “fe”, defendiéndola convenientemente como sinónimo de “optimismo” y “esperanza”. No son el optimismo y la esperanza lo que critico; en dosis moderadas, suelen ser inofensivos. A lo que yo me refiero con “fe” es al acto de hacer de cuenta que sabes algo que no sabes. Eso es, en su nivel más fundamental, simplemente deshonesto. Es una forma de mentirse a sí mismo y, si se exterioriza (en una misa, por ejemplo), se miente a los demás. Es entonces virtuoso del escéptico identificar esa práctica como viciosa y evitarla a toda costa en su propia vida.
     A continuación, el escepticismo lleva a quien lo practica a cuestionar las distintas fuentes de conocimiento que existen. Entre las más fáciles de identificar como poco dignas de confianza está la autoridad. Todas las religiones tienen figuras de autoridad—que pueden ser personas o simplemente textos—, que por el simple hecho de ser lo que son, son considerados como algo más que meramente informativos. Esta falacia tan elemental conduce a la obediencia, que es otra falsa virtud promovida por los creyentes de todas las religiones (y especialmente por sus figuras de autoridad), prácticamente sin excepción. Basta con revisar la violenta historia del siglo XX, por poner un ejemplo claro, para darse cuenta de lo destructiva que puede ser la obediencia y cómo definitivamente el considerarla una virtud es un error moral grave.
     Entre otras fuentes de conocimiento cuestionadas por el escepticismo se encuentra el punto de vista popular: “si mucha gente lo cree, ha de ser cierto”. Nuevamente, basta revisar los libros de historia para darse cuenta de lo poco confiable que es la opinión de las masas. Entonces, se requiere no solamente de perspicacia intelectual para detectar los errores en el pensar común, sino que además es necesario un fuerte sentido de independencia y valor para remar contra la corriente (la cual puede incluir, en muchos casos, a la propia familia y amigos). En los países predominantemente religiosos (como México) se necesitan agallas para ser ateo—ya no digamos nada de las teocracias musulmanas.

*   *   *

Un punto importante, que merece su propia sección aparte de los otros, es el del valor de la verdad para un ateo. Verá, estimado lector, que los ateos escépticos han llegado a su conclusión, en muchas ocasiones, anteponiendo la verdad a sus intereses personales. Es decir: hay muchos ateos que quisieran que fuera cierto que existe un dios—pero a pesar de lo que quisieran, le dan prioridad a lo que honestamente creen es verdad. Esto contrasta enormemente con la actitud de los creyentes—especialmente los “moderados”—que básicamente creen lo que les conviene, ignoran todo lo demás, y la verdad que se joda. Anteponer la verdad a la conveniencia es claramente una virtud moral.
     Nuevamente, los lectores frecuentes sabrán que yo no soy uno de esos ateos; de hecho, no he sabido de ningún dios que me gustaría que existiera: esta es la posición del antiteísmo, que ya he tratado con anterioridad también. Para más acerca del antiteísmo, pueden revisar mi artículo sobre el tema aquí.

*   *   *

Como punto final, hay que regresar a la cuestión de la independencia y la libertad de pensamiento. Comúnmente se le otorga a las personas el derecho a adoctrinar a sus hijos ("inculcar" es un vil eufemismo que no usaré para describir semejante abuso) en su religión; yo considero esto un error grave y un pisoteo de los derechos de los niños en sí, en particular el derecho a decidir por sí mismos qué religión adoptar—si es que alguna—en una edad madura. Que los padres tomen esta decisión por los niños sin su consentimiento—o claramente en contra de él—es ni más ni menos que una forma de abuso infantil. Bautizar a un niño no es lo peor que se le puede hacer—ciertamente la Iglesia Católica les hace cosas peores—pero es una etiqueta indeleble que seguirá al chico o chica toda su vida, lo quiera o no. ¿Acaso no tendría más mérito evaluar la evidencia y los argumentos para una fe en particular, estando en plenitud intelectual y emocional, y entonces adoptar esa fe por convicción propia, y no por imposición? Sin embargo, los religiosos entienden bien que permitir que la gente crezca sin religión hasta una edad adulta sería sinónimo de la extinción de su fe; preferible para ellos abusar de un menor indefenso que poner en riesgo su negocio.
     Desde el punto de vista ateo, sin embargo, la educación es una cuestión de aprender a pensar, a hacer preguntas, a exigir evidencia. Por este método, la verdad y las buenas ideas tenderían a sobresalir naturalmente por encima de la basura intelectual y moral. Si lo que proponen los distintos religiosos es verdad, ¿por qué siempre se oponen a este proceso?



El filósofo Peter Boghossian hablando sobre la fe:

http://www.youtube.com/watch?v=WIaPXtZpzBw