La pornografía existe en todos lados, claro, pero cuando llega a sociedades en las que es difícil que hombres y mujeres jóvenes se junten y hagan lo que a los hombres y mujeres jóvenes les gusta hacer, satisface una necesidad más general... Al hacerlo, a veces se convierte en una marca de la libertad, e inclusive de la civilización.
-Salman Rushdie
Un joven de secundaria se
encuentra, en estos momentos, navegando la red. Quizá está
chateando con sus amigos, o quizá revisando resultados de su deporte
favorito, o tan solo viendo videos de chistes o alguna serie animada
de superhéroes. Entonces algo le llama la atención: un pequeño
anuncio en una esquina de la página que está viendo. Se trata de
una de sus estrellas de cine favoritas, una jovencita apenas un poco
mayor que él y que lo tiene loco. Nunca podría conocerla en la vida
real; lo más que puede hacer es pensar en ella cuando se da placer a
sí mismo; solo en su cuarto, o a veces en el baño, a veces bajo las
sábanas de su cama, a veces en sus sueños. El anuncio promete
llevarlo a ver fotografías de ella desnuda. ¿Será su cuerpo
como lo había imaginado él tantas veces? De manera casi
inconsciente, instintiva, hace clic sobre la imagen de la joven.
Inmediatamente es
transportado a otra página, repleta de imágenes de
celebridades—principalmente mujeres—captadas en desnudos totales
o parciales; sin embargo, las imágenes están difuminadas o tapadas
con frustrantes bloques negros, y pueden verse solamente pagando una
suscripción con tarjeta de crédito. Mierda. No parece haber
mucho que ver, ni parece haber rastro de la linda chica que lo había
llevado ahí en primer lugar. Sin embargo, aparece otro anuncio en el
marco de la página: Videos de Chicas Calientes. El anuncio va
acompañado de una imagen de una chica con poquísima ropa que nunca
había visto antes, pero eso no importa. Es perfecta. ¿Cómo
sería verla en video? Bueno, si ya he llegado hasta aquí y no ha
pasado nada, piensa el joven, ¿qué pudiera tener de malo ver
algunas chicas más? Además, él ya es un niño grande y hasta
ha llevado educación sexual en la escuela—bueno, así se
llamaba el curso que le dieron una vez al mes durante medio año, que
básicamente fue algo de biología mezclado con muchas indirectas
acerca de los problemas de los embarazos no deseados. Ah, y unas
enfermedades que sonaban bastante mal. Pero aquí, en el anonimato de
la red, a través del monitor, ¿qué puede pasar? A pesar de su
tanto razonar, cuando por fin abre la página lo hace de manera casi
mecánica.
Lo que ese joven ve a
continuación—recuerde que esto está pasando justo en este
momento—altera su vida; quizá de manera imperceptible para los
demás, pero de manera indeleble para él. Ha llegado, en
literalmente un par de minutos e igual número de clics, a lo que
había oído mencionar por algunos habladores en su escuela, pero que
no había entendido bien qué era. Una página porno. Cientos
de videos, en alta calidad, listos para verse o descargarse
inmediatamente y de manera gratuita. Miles de videos más guardados
en un archivo que abarca años. No sabe por dónde empezar.
Tiene el deseo de cerrar todas las ventanas de su explorador y hacer
de cuenta que no ha visto nada, volver a sus superhéroes o deportes
o lo que haya sido. Pero es mayor el deseo de continuar. ¿Cuál ver
primero? ¿Y si mejor descarga uno, para verlo después, en algún
momento que esté seguro que no estén sus papás en casa? Tiene que
decidir rápido. ¿La morena, la pelirroja, la güera, la simpática,
la delicada, la inocente, la tierna, la ruda, la difícil, la
facilota...? ¡Y aparecen haciendo tantas cosas con muchachos!
¿Apoco un hombre y una mujer pueden hacer eso? ¿Dolerá?
Pues al juzgar por sus expresiones, definitivamente no. Con que así
es eso. Platicado es muy distinto. Yo quiero hacer eso.
¿Habrá alguna chica en la escuela que esté dispuesta a hacerlo con
él? ¿Apoco con darles unas flores y hablarles bonito basta para que
te dejen hacerles eso? Ha visto algunas parejas muy
abrazadas en su escuela, a la salida, sobre todo de las generaciones
mayores a él. Pero no puede imaginar a las chicas de su escuela
haciendo lo que está viendo aquí. Bueno, pensándolo bien, sí
puede. Y vaya que le gusta.
Pensar en hombres y
mujeres lo lleva inevitablemente a pensar en sus papás—están en
casa viendo televisión, y pueden entrar a su cuarto en cualquier
momento. Ya casi es hora de cenar. Rápidamente, decide descargar
algunos videos, que al parecer tardarán varios minutos. No importa;
los dejará descargando mientras se va a cenar. Ah, y apunta la
dirección de la página en su cuaderno de historia, cerca de la
mitad. De todos modos la repite una y otra vez en su mente. Entonces,
cierra todas las ventanas que se habían abierto en su navegador y
sale de su cuarto para ir a cenar. Aquí no pasó nada.
* * *
Y no son solo los
muchachos. Cada vez son más las jovencitas que también encuentran
material pornográfico en internet (entre la población adulta, se
calcula que entre la cuarta parte y la mitad de todos los “usuarios”
de pornografía son mujeres). No está claro qué proporción de
jóvenes la buscan a propósito; lo que está claro es que, con el
suficiente tiempo, tarde o temprano la encontrarán aunque no
quieran. No importa su religión, ni su política, ni su etnia, ni su
nacionalidad. Lo único que importa es que son seres humanos—lo
cual implica la mezcla explosiva de sexualidad y curiosidad, entre
otras cosas—y tienen acceso a una computadora.
Cuando éstos jóvenes
ven una película en el cine tienen ya cierta idea de qué esperar.
Para empezar, las personas que aparecen en el filme son actores; es
decir, lo que están haciendo no es “de a de veras”. Están
fingiendo para la cámara. Además, hay todo tipo de efectos
especiales que son utilizados para darles superpoderes, o para que
disparen armas, o que parezcan más grandes o más fuertes. Inclusive
hay música que va guiando al espectador. En ocasiones, para ciertas
películas, los actores pasan por meses de preparación e inclusive
dieta y entrenamiento para poder hacer mejor su papel. El filme en sí
requiere del trabajo de docenas, o tal vez centenares de personas,
que ni siquiera aparecen en la pantalla en el producto final. Y la
producción de la película puede llevar meses o inclusive años.
Para disfrutar la
película plenamente, hay que suspender estos conocimientos en cierta
medida. Si la película es lo suficientemente ingeniosa, y si está
bien dirigida, y si los efectos y los actores son convincentes, este
estado de suspensión de la crítica ante el contexto no se
interrumpe. Hay contextos en los que las personas pueden volar, o
recibir múltiples disparos y seguir vivos, o hablar varios idiomas,
o derrotar a un dragón o inclusive un extraterrestre. Todo depende
del contexto. La clave está en que, cuando termina el filme, los
espectadores regresan a la realidad. No es necesario poner algún
aviso al final avisándoles que lo que acaban de ver no es real, que
los protagonistas son actores, y que la muerte de tal o cual
personaje fue simulada. De eso se trata el cine, de contar historias.
Cuando un niño ve una
muerte en la televisión por primera vez, puede acudir—a veces con
consternación, a veces con curiosidad, a veces con ambas—a sus
padres o hermanos mayores. Éstos le explican algunas cosas sobre la
vida y la muerte, sobre la actuación, sobre muertes reales y
actuadas. Puede ser fácil o difícil, dependiendo del niño y su
entorno familiar, y de las experiencias que pudiera haber o no tenido
con la muerte. Algo parecido sucede cuando el niño ve un beso en la
televisión—o en la vida real—, o cuando ve accidentes de
tránsito o catástrofes naturales, quizá en las noticias. Hay un
proceso de maduración a través del descubrimiento, la curiosidad y
la explicación que se da en cada una de estas situaciones; el
proceso puede incluso repetirse varias veces, según sea necesario.
Bien, pues lo mismo
sucede con el cine porno. Uno está viendo un producto terminado que
incluye producción, edición, actuación y a veces hasta efectos
especiales rudimentarios. Sí, los cuerpos y los genitales son
reales, y las cosas que están haciéndose unos a otros también,
pero están dentro de un contexto. Tal como el cine
convencional, hay una cierta madurez que permite disfrutar una
película porno y sumergirse en ella sin creer que todo es verdad. Y
esto es lo que no le enseñan a uno en la escuela. Ni mucho menos se
lo enseñan a uno sus padres—y no digamos nada de la religión. En
vez, el proceso suele darse de manera solitaria y usualmente
reprimida. De algún modo, los padres esperan que sus hijos supongan
ciertas cosas acerca de la sexualidad, y que los detalles técnicos
se los darán en la escuela. Y de manera complementaria, las escuelas
suponen que no es necesario entrar en nada explícito—no vaya a ser
que se molesten los padres—y básicamente dan clases de biología y
anatomía. Esto, en los casos en los que la educación sexual tan
siquiera existe. En la mayoría de los casos, tanto hombres
como mujeres llegan a sus primeros encuentros con la pornografía en
un estado de casi completa ignorancia—y para muchos de ellos, la
pornografía es su educación sexual.
* * *
La situación es esta:
dos personas quieren tener sexo, porque les gusta y porque les van a
pagar. Ambas han dado su consentimiento para ello y están
dispuestas a hacerlo ante una cámara. Además, hay otra persona que
los va a filmar, también porque le gusta, y también porque le van a
pagar. Aparte, hay todavía otra persona que es el del dinero, y
está dispuesto a pagar a los del sexo y al de la cámara.
Finalmente, hay otra persona que quiere ver gente tener sexo, e
inclusive está dispuesto a pagar. Todos obtienen lo que quieren, y
nada se hace sin el consentimiento de nadie. ¿Dónde está la
víctima?
La pornografía es una
forma de expresión. Como tal, tiene distintos niveles de calidad,
tal como hay películas buenas y malas, o música. Al igual que otras
formas de expresión, puede gustar a unas personas y a otras no.
Tomemos como ejemplo la música clásica. No todas las obras son de
la misma dificultad, ni todos los compositores igual de talentosos,
ni todos los escuchas tienen los mismos gustos. Es más: a la
mayoría de la gente le aburre completamente la música clásica.
Pero no se la pasan diciéndole a los melómanos que tienen que dejar
de escucharla, ni mucho menos andan promoviendo legislación para
prohibirla. ¿Por qué habrían de hacerlo, si no hay ninguna
víctima? Es decir, los que se “aburren” con la música clásica
lo hacen por su propia voluntad, y los ejecutantes la tocan por lo
mismo.
Más aun, gracias a que
la pornografía es legal, podemos regular quiénes participan en ella
y quiénes no. De este modo, determinamos que aquellos que no hayan
dado su consentimiento— siendo adultos—están siendo abusados por
quienes los filmen en actos sexuales y quienes los vean. ¿Acaso
alguien cree que la pornografía infantil va a desaparecer si
prohibimos toda la demás pornografía? Pasaría lo mismo que con
las drogas: la gente lo va a hacer de todos modos y además se va a
crear un mercado negro que solo empeorará las cosas.
Jada Stevens. ¿Apoco no se antoja? |
Pero hay que decirlo sin
rodeos: la pornografía puede ser fabulosa. Como una buena novela, o
película, o partido, o concierto, la pornografía puede ser
absolutamente sensacional. Claro que no es para todos el verla ni
mucho menos el hacerla, así como hay ciertas personas que no
escuchan cierta música, o que no se pondrían cierta prenda de
vestir. No estoy diciendo que todos deben dejar lo que están
haciendo y ver porno en este instante—aunque sí me pregunto
cuántos habrán llegado hasta este punto del artículo sin haberse
“desviado” un poco (ver la imagen adjunta). Lo que sí estoy diciendo es que es una
forma de expresión que tiene mérito, que requiere habilidad y
destreza para hacerse bien, y que puede llegar a ser altamente
gratificante tanto para los realizadores como para el consumidor
final. Además, le da a gente bonita algo fácil de hacer para ganar
dinero si no son buenos para ninguna otra cosa. (Muchas actrices y
actores porno comentan que parte de lo que los llevó a ello era,
simplemente, el efectivo.) Es una simple cuestión de oferta y
demanda entre adultos que dan su consentimiento.
* * *
¿Cómo hubiera sido
distinta la experiencia del joven con la que comienza este texto, si
hubiera tenido claro el contexto de lo que estaba a punto de ver?
¿Pudiéramos imaginarlo acudiendo con alguien más a pedir informes?
(“Oiga, maestra, yo tengo una pregunta...”) ¿No es acaso
razonable sugerir que hubiera sido mejor que un adulto de confianza,
o quizá un hermano o hermana mayor, lo hubiera guiado a través del
proceso, e inclusive que fuera el adulto quien lo hubiera introducido
a tal experiencia en primer lugar, en un entorno educativo o
familiar? ¿Cabe alguna duda que lo mejor hubiera sido que no
llegara a su primer encuentro pornográfico en un estado de
ignorancia y represión, ni mucho menos que hubiera salido de él en
ese mismo estado? ¿En qué ayuda la represión de la sexualidad en
un encuentro de este tipo (o en cualquier otro, ya que andamos por
estos rumbos)? Lamentablemente, es raro el entorno familiar o escolar
en donde estas cuestiones se discuten libremente.