Jorge Mario Bergoglio aprendió la lección que no aprendió Joseph Ratzinger: cuando lo que vendes no es realmente un producto ni un servicio, lo único que te queda es vender una imagen. Como lo hacen los más eficientes charlatanes de la supuesta “medicina” alternativa, y tal como lo hiciera Karol Wojtyła desde 1978 hasta 2005, el más reciente autonombrado representante de Cristo en la Tierra se ha dedicado a hacer no solo que su estafa pase desapercibida, sino que sus clientes le agradezcan y lo defiendan por venderles absolutamente nada. Mientras por un lado ofrece un semblante sonriente y humilde, por otro lado mantiene las políticas que tanto han mantenido en rezago no solo a los miembros de su rebaño sino, por influencia de éstos en la sociedad y política, al mundo entero.
El problema de Benedicto XVI era que se dedicaba a decir lo que el resto de la curia dirigente pensaba, pero consideraba prudente callar. Cierto, era una pesadilla mediática (o un festín, dependiendo del lado que se viera), pero al menos era congruente su decir con su actuar: ¿Decenas de miles de niños violados alrededor del mundo, y sus violadores protegidos? ¡Bah, exageraciones de una conspiración internacional contra la Iglesia VerdaderaTM! ¿Millones de enfermos y muertos de SIDA en África? ¡Peor sería que usaran condones! ¿Parejas que se aman tratadas como ciudadanos de segunda clase en todos los continentes? ¡Se lo merecen, pues son ellos precisamente los conspiradores! ¿Derechos de las mujeres? ¡Ni que estuviéramos en el siglo XXI!
La iglesia sufrió enormemente en los años de Benedicto XVI, precisamente porque por primera vez en más de veinte años se mostró tal como era. Los números de creyentes aceleraron su disminución en todo el mundo en términos porcentuales, y las únicas estadísticas a la alza que podía presumir el Vaticano eran—como siempre—las de bautizos totales que, cada vez es más aceptado, son en sí una forma de abuso infantil.
Y es entonces que, argumentando desgaste y deterioro de salud, Ratzinger se bajó del caballo y acabó siendo nombrado Bergoglio—de ahí en delante, Francisco—como relevo. Entre los escépticos no se esperaba gran cosa: ya sabíamos que en el Vaticano los sucesores siempre son de continuidad, nunca de cambio. Sin embargo, entre los creyentes de a pie se notó un renovado vigor. Yo mismo lo veo con frecuencia en mis redes sociales: que si el papa es muy humilde, que si está renovando la iglesia, que si la está defendiendo, que si es muy conciliador… Noam Chomsky, habiendo observado el mismo fenómeno en Barack Obama, apuntó: “Lo que importa no es lo que dice, sino lo que hace. Y en eso, [Obama] ha sido peor que Bush”. Entonces, ¿qué es lo que ha hecho Bergoglio?
Para empezar, no se ha dado ningún cambio de doctrina en lo absoluto dentro de la iglesia desde que tomó posesión; las mujeres, los homosexuales, los pederastas y el SIDA siguen en las mismas condiciones de negación y negligencia de siempre. Desde hace tiempo, los zombis defensores de la fe promueven la idea de que las estadísticas son exageradas y, además, que son los malditos gays los que conspiran para difamar a la iglesia. Por otro lado, los mismos zombis preparan la nueva estrategia de negacionismo gay (sí, tal como lo lee), en vista del fracaso obtenido hasta ahora (es fascinante y muy triste la disonancia cognitiva por la que ha de pasar este grupo de gente).
Predeciblemente, los cruzados no entienden los argumentos en su contra. Por ejemplo, nadie está diciendo que los índices de pederastia sean mayores entre la curia que entre la población general. Lo que se está diciendo es que es solamente en la curia donde se le da protección al violador del niño en vez de al niño. Anticipando esto, el papa Francisco ha tomado una medida homeopática al respecto: aumentó la pena por pederastia hasta la asombrosa cantidad de—prepárese, que esto es altamente revolucionario—doce años, aplicable solamente para casos que se den dentro del Vaticano (es decir, ninguno). Y sin embargo, es justo el placebo que los cruzados necesitan para sentir que se está transformando radicalmente a la iglesia. (Es de notar que, en el mismo paquete legislativo que promulgó el papa, se encontró también una ley que aumentaba la pena por revelar secretos del Vaticano.)
Francisco ha adoptado estrategias similares en las otras áreas: dice una cosa bonita, pero cuando actúa deja claro que no habrá ningún cambio. Cuando por un lado se pronunció por no marginalizar a los homosexuales—llegando al grado de decir no ser nadie para juzgarlos—, por otro lado excomunicó a un sacerdote pro-gay en Australia. Tan solo un día después de decir que hay cosas más importantes que el aborto en las que debería enfocarse la iglesia, presionó a doctores para que se rehúsen a efectuarlos. Igualmente, un día después de decir que ateos y agnósticos podían ser redimidos por sus buenos actos, uno de sus lacayos oficiales lo desmintió, aclarando torpemente: “Bueno, lo que quiso decir su Santidad…” (Por cierto: ¿quién carajos está a cargo? ¿Es infalible el tipo o no? ¿Tiene diálogo privilegiado con dios o no?)
Pero quizá el aspecto más notorio del pontificado de Francisco ha sido su enfoque en proyectar una imagen de humildad—y asegurarse que todos sepan de ello: ahora no usa los zapatos lujosos rojos que presumía Ratzinger, sino solo zapatos lujosos comunes; optó por vivir en unos departamentos ostentosos que no son los ultra-ostentosos que usaban otros papas; se dejó su crucifijo de plata en vez de adoptar uno de oro; y claro, ha participado en cientos de actos de relaciones públicas donde se toma la foto con todo tipo de gente desafortunada, a la que otorga el placebo de su bendición y nada más, al mismo tiempo que defiende las políticas que mantienen a esa gente en su desesperación y pobreza. Al menos con Ratzinger uno sabía lo que (no) le estaban vendiendo.
Enlaces de interés:
Típica sentencia por pederastia en el mundo laico
Reporte de la ONU sobre pederastia
Lo mejor de lo peor de Herr Ratzinger
Negación católica de la homosexualidad
Excomunicación de sacerdote liberal
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