Por Alan Sokal
Propongo compartir con usted algunas reflexiones acerca de la naturaleza de la investigación científica y su importancia para la vida pública. A un nivel superficial, uno pudiera decir que estaré tratando con algunos de los aspectos de la relación entre la ciencia y la sociedad; pero, como espero que se aclare, mi tirada es discutir la importancia no tanto de la ciencia, sino de lo que uno pudiera llamar la visión científica del mundo—un concepto que va mucho más allá de las disciplinas específicas que usualmente consideramos como “ciencia”—en la toma de decisiones colectiva de la humanidad. Quiero argumentar que el pensamiento claro, combinado por un respeto por la evidencia—especialmente la evidencia inconveniente e indeseada, evidencia que reta a nuestras concepciones previas—son de la mayor importancia para la supervivencia de la raza humana en el siglo XXI, y especialmente en cualquier gobierno que profese ser una democracia.
Por supuesto, usted pudiera pensar que hacer un llamado por el pensamiento claro y el respeto de la evidencia es un poco como abogar por la maternidad y el pay de manzana (si me perdona este americanismo), y en cierto sentido tendría razón. Casi nadie defenderá el pensamiento embrollado abiertamente, ni la falta de respeto por la evidencia. Más bien, lo que la gente hace es rodear estas prácticas con una neblina de verbosidad diseñada para ocultar de sus escuchas—y en muchos casos, me imagino, de ellos mismos—las verdaderas implicaciones de su manera de pensar. George Orwell tuvo razón en observar que la mayor ventaja de hablar y escribir con claridad es que “cuando digas algo estúpido la estupidez será obvia, inclusive para ti” [1]. Así que aquí espero ser tan claro como Orwell hubiera querido. Pretendo ilustrar la falta de respeto por la evidencia con una variedad de ejemplos—que vienen de la Izquierda, la Derecha y el Centro—empezando por algunos blancos de peso ligero y progresando a otros mayores. Apunto a mostrar que las implicaciones de tomar una visión empírica del mundo seriamente son un tanto más radicales de lo que muchos reconocen.
Así que comenzaré, quizá un poco pedantemente, señalando algunas diferencias importantes. La palabra ciencia, como se usa comúnmente, tiene al menos cuatro significados distintos: una empresa intelectual enfocada a la comprensión racional del mundo natural y social; un cuerpo substantivo de conocimiento actualmente aceptado; la comunidad de científicos, con sus tradiciones y su estructura económica y social; y finalmente, se refiere a la ciencia aplicada y la tecnología. En este ensayo me concentraré en los primeros dos aspectos, con algunas referencias secundarias a la sociología de la comunidad científica; no me referiré a la tecnología en lo absoluto. Entonces, por ciencia quiero decir, antes que nada, una visión del mundo que le da prioridad a la razón y la observación, así como una metodología enfocada a obtener conocimiento preciso sobre los mundos natural y social. Esta metodología está caracterizada, sobre todo, por el espíritu crítico: es decir, el compromiso de la prueba de aseveraciones a través de observaciones y/o experimentos—cuanto más rigurosos, mejor—y por revisar o descartar las teorías que no pasan las pruebas. Un corolario del espíritu crítico es la falibilidad: esto es, el entendimiento de que todo nuestro conocimiento empírico es provisional, incompleto y abierto a ser revisado en vista de nueva evidencia o nuevos argumentos convincentes (aunque claro, los aspectos mejor establecidos del conocimiento científico seguramente no serán descartados completamente).
Es importante notar que las teorías bien probadas en las ciencias maduras están respaldadas en general por una poderosa red de evidencia entretejida proveniente de varias fuentes. Más aún, el progreso de la ciencia tiende a enlazar a estas teorías a una estructura unificada, de modo que (por ejemplo) la biología tiene que ser compatible con la química, y la química con la física. La filósofa Susan Haack [2] ha hecho la iluminante analogía de la ciencia con un crucigrama, en la que cualquier modificación de una palabra llevará a cambios en las palabras enlazadas con ella; en la mayoría de los casos los cambios serán relativamente locales, pero en algunos casos puede ser necesario rehacer partes grandes del juego.
Resalto que mi uso del término “ciencia” no está limitado a las ciencias naturales, pero incluye investigaciones apuntadas a adquirir conocimiento preciso sobre cuestiones empíricas acerca de cualquier aspecto del mundo, usando métodos análogos a los utilizados en las ciencias naturales. (Por favor note la limitación a cuestiones de hechos empíricos. Intencionalmente excluyo de mi alcance las cuestiones de ética, estética, propósito y demás.) Así, la “ciencia” (como yo uso el término) es practicada cotidianamente no solamente por físicos, químicos y biólogos, sino también por historiadores, detectives, plomeros y de hecho todos los seres humanos en (algunos aspectos de) nuestras vidas. (Por supuesto, el hecho de que todos practiquemos ciencia de vez en cuando no significa que todos lo hagamos igual de bien, o que la practiquemos igual de bien en todas las áreas de nuestras vidas.)
El éxito extraordinario de las ciencias naturales a lo largo de los últimos 400 años para aprender acerca del mundo, desde quarks hasta cuásares y todo lo que hay en medio, es bien conocido para todo ciudadano moderno: la ciencia es un falible pero enormemente exitoso método de obtener conocimiento objetivo (aunque aproximado e incompleto) acerca del mundo natural (y en menor medida, el social).
Pero, sorprendentemente, no todos aceptan esto; y aquí llego a mi primer—y más liviano—ejemplo de adversarios de la visión científica, que son los posmodernistas académicos y constructivistas sociales extremos. Tales personas insisten que el llamado conocimiento científico realmente no constituye un saber objetivo de una realidad externa a nosotros, sino que es una mera construcción social, a la par de mitos y religiones, que por lo tanto tienen la misma validez. Si tal punto de vista le parece inverosímil o cree que estoy exagerando de algún modo, considere las siguientes aseveraciones por sociólogos prominentes:
La validez de las proposiciones teóricas de las ciencias no es afectada en ningún modo por la evidencia empírica. (Kenneth Gergen) [3]
El mundo natural tiene un pequeño o inexistente rol en la construcción del conocimiento científico. (Harry Collins) [4]
Para el relativista [tal como nosotros] no hay sentido en la idea de que algunos estándares o creencias son realmente racionales en vez de ser solamente aceptadas localmente como tales. (Barry Barnes y David Bloor) [5]
Ya que la resolución de una controversia es la causa de la representación de la Naturaleza y no su consecuencia, nunca podemos usar el resultado—la Naturaleza—para explicar cómo y por qué una controversia ha sido resuelta. (Bruno Latour) [6]
La ciencia se legitima a sí misma ligando sus descubrimientos al poder, una conexión que determina (no solamente influye) lo que cuenta como conocimiento confiable. (Stanley Aronowitz) [7]
Pronunciamientos tan claros como estos son, sin embargo, escasos en la literatura académica posmodernista. Más frecuentemente, uno encuentra aseveraciones que son ambiguas pero aún así pueden ser interpretadas (y muchas veces lo son) insinuando lo que las anteriores citas hacen explícito: que la ciencia como yo la he definido es una ilusión, y que el conocimiento objetivo que provee es principal o completamente una construcción social. Por ejemplo, Katherine Hayles, profesora de literatura en la Universidad de Duke y expresidente de la Sociedad por la Literatura y Ciencia, escribe lo siguiente como parte de su análisis feminista sobre la mecánica de fluidos:
A pesar de sus nombres, las leyes de conservación no son hechos inevitables de la naturaleza, sino construcciones que resaltan algunas experiencias y marginalizan a otras… Casi sin excepción, los principios de conservación fueron formulados, desarrollados y verificados experimentalmente por hombres. Si los principios de conservación representan distintos énfasis particulares y no hechos inevitables, entonces gente viviendo en diferentes tipos de cuerpos e identificada con construcciones de género distintas, pudiera haber llegado a distintos modelos para el flujo [de fluidos]. [8]
Qué idea tan interesante: quizá personas “viviendo en diferentes tipos de cuerpos” aprenderán a ver más allá de las leyes masculinistas de conservación de momento y energía. Y Andrew Pickering, un prominente sociólogo de la ciencia, asevera lo siguiente en su de otro modo excelente historia de la física de partículas moderna:
Dado su extenso entrenamiento en técnicas matemáticas sofisticadas, la preponderancia de las matemáticas en la visión de la realidad de los físicos de partículas no es más difícil de explicar que la afinidad de grupos étnicos por su lenguaje nativo. Según la visión articulada en este capítulo, no hay ninguna obligación sobre nadie que propone una visión del mundo a tomar en cuenta lo que la ciencia del siglo XX tenga que decir. [9]
Pero no dedicaré tiempo pateando a un caballo muerto, ya que los argumentos contra el relativismo posmodernista son ya bastante conocidos: más que promover mis propios textos, permítame sugerir un excelente libro por el filósofo de la ciencia canadiense, James Robert Brown, Who Rules in Science? An Opinionated Guide to the Wars (¿Quién Manda en la Ciencia? Una Guía Opinada Acerca de las Guerras). Basta decir que los escritos posmodernistas sistemáticamente confunden la verdad con declaraciones acerca de la verdad, hechos con aseveraciones de hechos, y conocimiento con pretensiones de conocer—y luego a veces llegan hasta a negar que estas distinciones tienen significado.
Ahora, vale la pena notar que los textos posmodernistas que acabo de citar todos provienen de los 80s y 90s tempranos. De hecho, en la última década los posmodernistas académicos y constructivistas sociales parecen haberse distanciado de los puntos de vista más extremos que antes profesaban. Quizá yo y otros críticos afines del posmodernismo podemos sentirnos responsables de esto, al iniciar un debate público que bañó en una luz de crítica a estos puntos de vista y forzó algunas retiradas estratégicas. Pero el mayor mérito, pienso, debe ser adjudicado a George W. Bush y sus amigos, que mostraron hasta qué punto pisotear a la ciencia puede llevar en el mundo real. Hoy en día, inclusive el sociólogo Bruno Latour, quien pasó varias décadas recalcando la llamada “construcción social de hechos científicos”, lamenta las municiones que teme que él y sus colegas le han dado a la derecha Republicana, ayudándoles a negar u obscurecer el consenso científico acerca del cambio climático global, la evolución biológica y muchas otras cuestiones. Él escribe:
Mientras que pasamos años tratando de detectar los verdaderos prejuicios escondidos tras la apariencia de declaraciones objetivas, ¿debemos ahora revelar los hechos reales e incontrovertibles escondidos tras la ilusión de los prejuicios? Y sin embargo hay programas completos de doctorado encaminados a asegurar que buenos muchachos americanos estén aprendiendo, de la manera difícil, la forma en que los hechos son inventados; que no hay tal cosa como el acceso natural, directo e imparcial a la verdad; que siempre somos prisioneros del lenguaje; que siempre hablamos desde un punto de vista particular, etcétera; mientras que extremistas peligrosos están usando el mismo argumento de construcción social para destruir evidencia duramente ganada que pudiera salvar nuestras vidas. [10]
Eso, por supuesto, es exactamente el punto que quise hacer en 1996 acerca de la construcción social llevada a extremos subjetivistas. No quiero decir que se los dije, pero se los dije—como lo hizo, varios años antes de mí, Noam Chomsky, quien recordó que en el pasado no tan lejano:
Intelectuales de izquierda tomaron un papel activo en la viva cultura de la clase obrera. Algunos buscaron compensar el carácter clasicista de las instituciones culturales por medio de programas de educación obrera, o escribiendo libros exitosos sobre matemáticas, ciencia y otros temas para el público en general. Notablemente, sus contrapartes de izquierda de hoy frecuentemente buscan quitarle a la clase obrera estas herramientas de emancipación, informándoles que ‘el proyecto de la Ilustración’ está muerto, que deben abandonar las ‘ilusiones’ de la ciencia y la razón—un mensaje que alegra los corazones de los poderosos, gustosos de monopolizar estos instrumentos para su propio uso. [11]
Traducción: Héctor Mata
Artículo original en Scientia Salon
Alan Sokal es profesor de física en la Universidad de Nueva York y profesor de matemáticas en el University College de Londres. Su libro más reciente es Beyond the Hoax: Science, Philosophy and Culture (Más Allá de la Estafa: Ciencia, Filosofía y Cultura).
[1] Orwell, George. 1953 [1946]. “Politics and the English language”, en A Collection of Essays, pp. 156–171. Harcourt Brace Jovanovich, p. 171.
[2] Haack, Susan. 1993. Evidence and Inquiry: Towards Reconstruction in Epistemology. Blackwell.
[3] Gergen, Kenneth J. 1988. “Feminist critique of science and the challenge of social episte- mology.” En: Feminist Thought and the Structure of Knowledge, editado por Mary McCanney Gergen, pp. 27–48. New York University Press, p. 37.
[4] Collins, Harry M. 1981. “Stages in the empirical programme of relativism.” Social Studies
of Science 11:3–10, p. 3.
[5] Barnes, Barry & David Bloor. 1981. “Relativism, rationalism and the sociology of knowl- edge.” En: Rationality and Relativism, editado por Martin Hollis y Steven Lukes, pp. 21–47. Blackwell, p. 27.
[6] Latour, Bruno. 1987. Science in Action: How to Follow Scientists and Engineers through Society. Harvard University Press, pp. 99, 258.
[7] Aronowitz, Stanley. 1988. Science as Power: Discourse and Ideology in Modern Society. University of Minnesota Press, p. 204.
[8] Hayles, N. Katherine. 1992. “Gender encoding in fluid mechanics: Masculine channels and feminine flows.” Differences: A Journal of Feminist Cultural Studies 4(2):16–44, pp. 31-32.
[9] Pickering, Andrew. 1984. Constructing Quarks: A Sociological History of Particle Physics. University of Chicago Press, p. 413.
[10] Latour, Bruno. 2004. “Why has critique run out of steam? From matters of fact to matters of concern.” Critical Inquiry 30:225–248, p. 227.
[11] Chomsky, Noam. 1993. Year 501: The Conquest Continues. South End Press, p. 286.