¿Por qué reciben las iglesias una exención de pagar impuestos, cuando el resto de la población debe arreglárselas para cumplir? Supuestamente, las iglesias son instituciones sin fines de lucro que contribuyen a la sociedad; adicionalmente, la separación Iglesia-Estado se extiende a los impuestos para evitar el favoritismo en los cobros (o exenciones) de impuestos entre distintas agrupaciones. Sin embargo, considero que ambas de estas condiciones no se cumplen, particularmente en lo que se refiere a la Iglesia Católica, a la que pertenecen—todavía—88% de lo mexicanos.
El Costo Social de la Iglesia Católica
Lejos de aportar positivamente a la sociedad mexicana, la Iglesia Católica ha provocado daños y atrasos sociales en diversas áreas. Tan sólo considerar dichos atropellos bastaría para justificar, si no el cobro de impuestos, sí el de cuantiosas indemnizaciones y reparaciones:
- Millones de mexicanos no pueden casarse con quien aman, debido a la descarada homofobia promovida desde el púlpito a las masas y en privado a servidores públicos, en plena violación del estado laico. Además de que no existe evidencia de que sea perjudicial en sí la homosexualidad, no existe un sólo argumento en su contra que no tenga raíces religiosas. La influencia de la iglesia se traduce en que millones de mexicanos tienen que vivir como ciudadanos de segunda, sin posibilidad de heredar bienes a su ser amado, contratar un crédito hipotecario en pareja, visitarse en el hospital, acceder a seguro social y muchas otras ventajas prácticas que ofrece la figura legal del matrimonio.
- La desinformación en materia de educación sexual es quizá el mayor daño que ha hecho la iglesia, pues resulta en embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual. Por si no fuera suficiente, estos problemas se esparcen principalmente entre la población joven, dejando a una generación completa marcada de por vida. La Iglesia disemina temor en la población acerca de la efectividad y seguridad de los distintos métodos—ambas comprobadas desde hace décadas en todo el mundo—a la vez que promueve métodos “naturales” que no hacen sino tender una trampa a la juventud para que tengan más hijos al costo que sea.
- Íntimamente relacionado al punto anterior está la condena de la iglesia a toda salud reproductiva de las mujeres, especialmente el aborto y la esterilización. A pesar de engañar con cizaña a la población femenina para que se embarace cuantas veces sea posible, le niegan la posibilidad de corregir el error y rescatar su vida. Las miles de mujeres jóvenes y pobres que mueren cada año por abortos a causa de embarazos no deseados son, además, criminalizadas y estigmatizadas por las mismas personas que provocaron dichos embarazos en primer lugar.
- Por si fuera poco, en muchos casos los jóvenes que tienen actividad sexual sin educación contraen enfermedades que fácilmente se podrían evitar con el simple uso del condón. Si bien el problema de contagios de VIH en México no es tan grande como en África, basta un solo caso atribuible a la doctrina retrógrada de la Iglesia para condenarla.
- Finalmente, el encubrimiento intencional y sistemático de pederastas es una bofetada para toda la población. La Iglesia insiste en “manejar” la situación de manera interna, reubicando a sacerdotes abusivos de niños en nuevas parroquias a la vez que intimidan a las víctimas para que callen. No contentos con la situación, además le echan la culpa a los homosexuales.
Con el cobro de impuestos a la opulenta Iglesia Católica bastaría y sobraría para cubrir los daños anteriores en modos prácticos: podemos calcular, exactamente, cuántos condones, antirretrovirales, abortos, matrimonios y hasta años de cárcel cuesta la Iglesia cada año. Después de todo, la Iglesia está recibiendo un ingreso y, a pesar de los bienes que hace, éstos quedan opacados por el grandísimo costo social que genera en la población. Otras instituciones sin fines de lucro pueden ser caritativas y serviciales a la población sin el daño colateral que produce la Iglesia Católica. Además, participa activamente en la vida política del país, instruyendo a los ciudadanos por quién votar y por quién no; cuenta, de facto, con su propio partido político—el PAN—desde donde ejerce control sobre todos los habitantes que gobierna—incluyendo a los de otras religiones y ateos. Lo justo, lo moral, lo ético, es que que—por lo menos—pague el daño social que provoca.