El propósito de la educación no es validar la ignorancia, sino superarla.
-Lawrence Krauss
Estalla un estruendoso alarido de batalla, y luego una fanfarria, seguida de ecos de maldad; grito de batalla para una fuerza temible, de proporciones épicas; un enemigo—no, un ejército—que avanza con golpes, cañonazos, potentes pulsaciones de ira marcial. Está compuesto de todo tipo de seres perversos, pequeños y grandes, sofisticados y brutos, de los que atacan por enfrente y de los que sabotean a escondidas también. Una y otra vez suena el rugido del antihéroe, el enemigo que se acerca a hacer batalla y destrucción. Es de una maldad incesante, un torbellino de furia destructiva y despiadada que se avecina. Parece demasiado enérgico para su propio bien; semejante ira no puede durar tanto, y sin embargo lo hace. Cuando por fin comienza a ceder, lo hace en gritos y golpes y pulsos, y se va, desapareciendo gradualmente. Los tambores de batalla ceden en intensidad y se vuelven más espaciados, con una última fanfarria en la lejanía, algo entre un grito distante y un eco.
Entonces aparecen otras pulsaciones, más como las de un latido—no, las de una respiración. Tras varios intentos, logra al fin convertirse en la más dulce voz; una voz femenina, sin duda, que bien pudiera ser la de una amante desolada, o la de una hija amada dejada atrás. Lo único claro es que a esta presencia femenina se le extraña con una pasión desgarradora, y que ella extraña también. Su llanto sube y baja, a veces dando saltos considerables, pero nunca llegando a lo grotesco. Entonces insiste, insiste, y luego cede, poco a poco, implorando. Regresa, regresa, regresa por favor. Me estoy muriendo de extrañarte y temer por ti. En un último suspiro desgarrador, lleno de dolor y pasión, pero también de esperanza, se extingue. Y luego de un corto interludio misterioso se avecinan de nuevo, a lo lejos, las tinieblas…
Lo anterior es parte de lo que se le viene a la mente a su humilde servidor cuando escucha los primeros siete u ocho minutos—dependiendo del tempo que haya elegido el director—del movimiento final de la Sinfonía No. 1 'Titán', de Gustav Mahler. El movimiento completo dura más de veinte minutos, cada uno saturado de energía y pasión a su modo. La sinfonía es seguramente la más fácil de escuchar del compositor, tanto por su lenguaje musical como por su duración. Y sin embargo, son pocas las personas que la conocen. Pensándolo bien, son pocas las personas que tan siquiera han oído hablar de ella, o del mismo Mahler, por cierto. Lamentablemente, forma parte de una categoría de expresión humana a la que la mayoría de las personas se cierra automáticamente, por considerarla a priori aburrida y sólo para intelectuales elitistas.
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Todos han oído hablar de Mozart y Beethoven, pero pocos realmente conocen sus obras. Lo mismo sucede con intelectuales de otras ramas, como Shakespeare, Marx, Darwin y Einstein. Cuando las personas se encuentran con sus obras en su forma original, generalmente no hacen siquiera el intento de comprenderlas, aunque sea a través de alguna otra persona que haga el favor de dar una explicación o introducción. La mayoría de las personas llegan, cuando mucho, a simplemente dar por sentado el hecho de su genialidad—aunque a Darwin se la regatean más que a otros—y luego tratan de condensar el mérito del intelectual en cuestión con alguna frase que frecuentemente subestima, denigra o inclusive malinterpreta por completo la obra del genio en cuestión (un ejemplo claro de este grave vicio mental es atribuirle a Einstein el que “todo es relativo”).
En el caso de la música clásica, como con cualquier obra intelectual, la clave está en poner atención y pensar. No se puede llegar de forma pasiva, como suele hacerse con música de carácter “comercial”. Aunque frecuentemente es utilizada como un adorno sonoro que se pone en el fondo, la música clásica está compuesta con la intención de ser escuchada por sí sola, dedicándole toda la atención posible y de forma activa. Si bien ayuda mucho tener una educación musical o alguien que sirva de guía, no es indispensable. Basta con tan solo poner atención, seguir lo que está pasando y de vez en cuando tratar de anticipar. Esto puede ser sumamente difícil al principio, pero aun el escucha más neófito puede desarrollar la habilidad de ‘captar’ lo que está escuchando con la práctica.
Propongo que es precisamente la necesidad de hacer este esfuerzo intelectual lo que aleja a tanta gente de la música clásica. Ciertamente hay obras más fáciles de escuchar que otras, inclusive dentro del catálogo de un mismo compositor, pero en general el género clásico requiere un esfuerzo considerable a comparación de los otros (vale la pena señalar la excepción del jazz, que requiere similar esfuerzo para ser disfrutado plenamente, y que también es escuchado por muy pocos).
En qué medida se vea involucrada solamente la pereza mental es difícil precisar, pero sospecho que en muchos casos hay presente también una actitud de anti-intelectualismo, en el que el escucha tiene cierto resentimiento de no poder captar una obra inmediatamente, por lo que la menosprecia o inclusive ignora por completo. Lo mismo pasa en la ciencia, la filosofía, la historia, la religión; en fin, en cualquier área de conocimiento humano en la que haya conocedores, expertos y genios. Este resentimiento hacia lo inteligente y sofisticado provoca que las personas se aíslen y se priven de experiencias y conocimientos que podrían resultarles sumamente iluminantes y gratificantes. Como señalara Isaac Asimov, parecieran decirle al intelectual: "mi ignorancia es tan valiosa como tu conocimiento" (léase, en este caso, “mi reggaetón es tan valioso como tu Mozart”). Vulgar relativismo intelectual, pues.
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¿Por dónde empezar, entonces? Ciertamente, yo no recomendaría a cualquiera a empezar a escuchar a compositores como Mahler, Wagner o Strauss inmediatamente; hay algunos, como Schoenberg o Berg, a los que inclusive recomendaría evitar por completo, en un principio. Lo más fácil es comenzar con las obras más conocidas de los autores más conocidos: Mozart y Beethoven, por ejemplo. De Beethoven, todo mundo conoce el primer movimiento de la quinta sinfonía. Bien, pues adelante con los otros tres movimientos, entonces. Pero poco a poco. Un movimiento a la vez, inclusive uno por día, de preferencia sin ponerlo de fondo para hacer otra cosa. Reitero que no es nada fácil al principio, sobre todo si no se tiene algún entrenamiento musical. Pero poco a poco se puede lograr mucho progreso, y la música se vuelve pegajosa. Una vez logrado esto, se puede pasar a otras sinfonías, o quizá sonatas para piano (las tres más conocidas pueden ser buen punto de partida: Patética, Apasionada y Claro de Luna). De Mozart, generalmente lo que la gente más ubica son la Pequeña Serenata Nocturna y la Sinfonía 40, aunque sea en fragmentos y de modo aislado. Entonces, antes de pasar a otras obras, bien vale la pena digerir bien éstas primero.
Algunos puntos de partida útiles:
Sinfonía No.40, de Mozart
Sinfonía No.5, de Beethoven
Sinfonía No.1, de Mahler (pasar al minuto 35:37 para encontrar el pasaje mencionado arriba)
El Castillo del Rey de la Montaña, de Grieg