Antes que nada, vale la
pena hacer una breve aclaración acerca del título de este artículo.
Por “ateísmo”, me pudiera referir únicamente a la definición
más sencilla, que es la falta de una creencia en cualquier dios.
Sin embargo, eso se presta a muchas interpretaciones incorrectas y
lleva a discusiones incómodas (inclusive con otros ateos) acerca del
significado del ateísmo y quiénes son ateos y quiénes no. Si
dejamos la definición en eso, resulta que los bebés, niños
pequeños, animales y piedras todos son ateos. No es ese el ateísmo
al que me quiero referir aquí. Más bien, me referiré al ateísmo
que surge como la conclusión de un proceso de escepticismo acerca
del asunto de la existencia de dios.
Los lectores frecuentes
ya estarán habituados a los méritos intelectuales del ateísmo
escéptico que tantas veces he descrito en distintos artículos en
este espacio. Sin embargo, la crítica principal de los creyentes se
suele centrar en las supuestas fallas morales del ateísmo. En sí,
el ateísmo en su forma más sencilla es amoral, pues es solamente
una conclusión acerca de una mera cuestión intelectual, como
concluir que dos más dos son cuatro; pero cuando surge de un proceso
crítico, y cuando se da en un entorno hostil a la crítica, y cuando
el hecho mismo de llegar a dicha conclusión es sinónimo de
osctracismo, resulta que el ateo pasa por un tortuoso proceso de
maduración intelectual y emocional. Llegar al final de ese proceso
y concluir que dios no existe implica necesariamente una serie de
victorias y virtudes morales.
* * *
En primer lugar, una
premisa implícita en el escepticismo es que la fe no es una virtud.
En este punto los creyentes suelen gastar mucho tiempo equivocando el
significado de la palabra “fe”, defendiéndola convenientemente
como sinónimo de “optimismo” y “esperanza”. No son el
optimismo y la esperanza lo que critico; en dosis moderadas, suelen
ser inofensivos. A lo que yo me refiero con “fe” es al acto de
hacer de cuenta que sabes algo que no sabes. Eso es, en su nivel más
fundamental, simplemente deshonesto. Es una forma de mentirse a sí
mismo y, si se exterioriza (en una misa, por ejemplo), se miente a
los demás. Es entonces virtuoso del escéptico identificar esa
práctica como viciosa y evitarla a toda costa en su propia vida.
A continuación, el
escepticismo lleva a quien lo practica a cuestionar las distintas
fuentes de conocimiento que existen. Entre las más fáciles de
identificar como poco dignas de confianza está la autoridad. Todas
las religiones tienen figuras de autoridad—que pueden ser personas
o simplemente textos—, que por el simple hecho de ser lo que son,
son considerados como algo más que meramente informativos. Esta
falacia tan elemental conduce a la obediencia, que es otra falsa
virtud promovida por los creyentes de todas las religiones (y
especialmente por sus figuras de autoridad), prácticamente sin
excepción. Basta con revisar la violenta historia del siglo XX, por
poner un ejemplo claro, para darse cuenta de lo destructiva que puede
ser la obediencia y cómo definitivamente el considerarla una virtud
es un error moral grave.
Entre otras fuentes de
conocimiento cuestionadas por el escepticismo se encuentra el punto
de vista popular: “si mucha gente lo cree, ha de ser cierto”.
Nuevamente, basta revisar los libros de historia para darse cuenta de
lo poco confiable que es la opinión de las masas. Entonces, se
requiere no solamente de perspicacia intelectual para detectar los
errores en el pensar común, sino que además es necesario un fuerte
sentido de independencia y valor para remar contra la corriente (la
cual puede incluir, en muchos casos, a la propia familia y amigos).
En los países predominantemente religiosos (como México) se
necesitan agallas para ser ateo—ya no digamos nada de las
teocracias musulmanas.
* * *
Un punto importante, que
merece su propia sección aparte de los otros, es el del valor de la
verdad para un ateo. Verá, estimado lector, que los ateos
escépticos han llegado a su conclusión, en muchas ocasiones,
anteponiendo la verdad a sus intereses personales. Es decir: hay
muchos ateos que quisieran que fuera cierto que existe un dios—pero
a pesar de lo que quisieran, le dan prioridad a lo que honestamente
creen es verdad. Esto contrasta enormemente con la actitud de los
creyentes—especialmente los “moderados”—que básicamente
creen lo que les conviene, ignoran todo lo demás, y la verdad
que se joda. Anteponer la verdad a la conveniencia es claramente una
virtud moral.
Nuevamente, los lectores
frecuentes sabrán que yo no soy uno de esos ateos; de hecho, no he
sabido de ningún dios que me gustaría que existiera: esta es la
posición del antiteísmo, que ya he tratado con anterioridad
también. Para más acerca del antiteísmo, pueden revisar mi
artículo sobre el tema aquí.
* * *
Como punto final, hay que
regresar a la cuestión de la independencia y la libertad de
pensamiento. Comúnmente se le otorga a las personas el derecho a
adoctrinar a sus hijos ("inculcar" es un vil eufemismo que no usaré para describir semejante abuso) en su religión; yo considero esto un error
grave y un pisoteo de los derechos de los niños en sí, en
particular el derecho a decidir por sí mismos qué religión
adoptar—si es que alguna—en una edad madura. Que los padres
tomen esta decisión por los niños sin su consentimiento—o
claramente en contra de él—es ni más ni menos que una forma de
abuso infantil. Bautizar a un niño no es lo peor que se le puede
hacer—ciertamente la Iglesia Católica les hace cosas peores—pero
es una etiqueta indeleble que seguirá al chico o chica toda su vida,
lo quiera o no. ¿Acaso no tendría más mérito evaluar la
evidencia y los argumentos para una fe en particular, estando en
plenitud intelectual y emocional, y entonces adoptar esa fe por
convicción propia, y no por imposición? Sin embargo, los
religiosos entienden bien que permitir que la gente crezca sin
religión hasta una edad adulta sería sinónimo de la extinción
de su fe; preferible para ellos abusar de un menor indefenso que
poner en riesgo su negocio.
Desde el punto de vista
ateo, sin embargo, la educación es una cuestión de aprender a
pensar, a hacer preguntas, a exigir evidencia. Por este método, la
verdad y las buenas ideas tenderían a sobresalir naturalmente por encima de la
basura intelectual y moral. Si lo que proponen los distintos
religiosos es verdad, ¿por qué siempre se oponen a este proceso?